Si un marciano te apunta a la cara con una pistola desintegradora y te amenaza con oprimir el gatillo y descomponerte en cientos de millones de partículas si no le cuentas en seis minutos la historia de la humanidad, no te desesperes, toma aire, cierra los ojos y olvídate de todos los libros, recuerda más bien el sonido pagano de las congas, el riff incisivo, la ceremonia vudú.
No mires los ojos amarillentos del marciano y más bien recuerda a ese hombre educado y de exquisito gusto que vio a Pilatos lavarse las manos y a Anastasia gritar en vano. La historia de ese hombre es la historia misma de la humanidad. Empieza a cantar la canción, baila la samba y canta, cántala una y otra vez con el poco aire que te ha dejado el pánico. El marciano entenderá todo, enfundará su arma, volverá a meterse en su nave y regresará de nuevo a su querida Marte. Con Sympathy for the Devil entenderá que la tierra no es un buen lugar para vivir.
Con esta canción compuesta en su totalidad por Mick Jagger, el rock llegó a su mayoría de edad. Mientras los Beatles decían en 1968 que lo único que necesitabas era amor, los Stones resumían milenios de barbarie en seis minutos. Desde la crucifixión de Cristo a la muerte del menor de los Kennedy, pasando por la revolución rusa y la Segunda Guerra Mundial, Jagger se había convertido en el diablo por unos instantes y nos decía en esa extraña ceremonia negra que el siglo XX había sido única y exclusivamente de él.
Si desde sus inicios habían sido considerados una influencia nefasta para la juventud después de esta canción fueron considerados oficialmente embajadores de Satanás. La canción fue completamente incomprendida y se leyó de una manera literal, es decir que los horrendos, vulgares y sucios Rolling Stones declaraban en público ser adoradores de Satanás.
A pesar de que Anita Pallenberg (la chica Stone por excelencia, fue novia de Brian Jones y de Keith Richards además de tener sus escarceos con Jagger) practicaba la brujería e inicio a más de un miembro de la banda en las artes oscuras, los Stones no pretendían mandar mensajes subliminares o alguna de esas tonterías que pondría de moda Megadeth veinte años después.
Lo que Jagger planteaba era que no había que salir a buscar el demonio porque este se asentaba en el corazón mismo de la humanidad. Solo así podía explicarse que los pacíficos hippies que llegaron a Bombay un año atrás hubieran sido asesinados salvajemente, o los Kennedy asesinados ante la mirada impasible de millones de televidentes o la montaña de cuerpos descompuestos de la que se habla en una de las estrofas de la canción.
Symphathy for the devil es como las grandes obras de arte, un reflejo de su época.
Era el 8 de junio de 1968, el mundo estaba ardiendo y los jóvenes tenían la fuerza y el deseo de transformarlo en un lugar mejor. Habían visto que con los preceptos del amor y la paz poco o nada iban a hacer. Tenían que salir a la calle y combatir. Los Stones se atrincheran en los estudios de Decca en Londres. Venían de un estrepitoso fracaso, su ambicioso álbum Their Satanic Majestic un desesperado intento por imitar el Sargento pimienta de The Beatles, no le había gustado a nadie. Por eso Jagger y Richards sabían que tenían que volver a los sonidos que los habían juntado alguna vez.
Mientras afuera en la calle los cócteles Molotov estallaban contra los escudos policiales, Jagger tomaba la guitarra y empezaba a probar una letra que había compuesto, inspirado en un libro que acababa de leer. Se trataba de la novela del escritor satírico Mijail Bulgakov, El maestro y la Margarita, un relato que ridiculizaba el temible régimen de Stalin. Lo que hizo el cantante de los Stones fue adaptar la novela a la canción. Primero intentó hacerla como lo hubiera hecho Bob Dylan, un folk suave con una letra demoledora. Afortunadamente y gracias a Jean-Luc Godard que justo estaba en los estudios de Decca grabando un documental sobre la banda, podemos ver la transformación, como pasó de ser un folk muy lenta a convertirse en esa samba alucinógena que aún hoy 45 años después alimenta nuestras fiestas.
En tres días (el tiempo que se necesitaba para que un cuerpo resucite) Jagger terminó este manifiesto sobre el siglo XX y sus horrores. Lo impresionante es que no ha perdido vigencia, al contrario cuando la escucho cada mañana pienso en que fue escrita ayer. El tiempo lejos de envejecerla la renueva cada vez más.
La canción se ha expandido como una onda por todo el universo. Gracias a ella los marcianos saben que este no es buen lugar para invadir. Acá crucificamos a nuestros ídolos, convertimos a nuestros semejantes en montículos de carne podrida y que el verdadero motor que nos mueve es el oro y el poder. Pero también saben que podemos construir cosas hermosas y eternas, justamente como esta canción.