¿Qué colombiano no ha escuchado, por lo menos una vez, sobre un interesante licor conocido como "el vino de los indígenas", hecho a base de maíz y originario de las comunidades de Sudamérica? Hablamos de la chicha, que, según la leyenda muisca, fue un descubrimiento de una mujer indígena que, desesperada por el castigo recibido tras serle infiel a su marido, huyó hacia la laguna de Guatavita, encontrando como único consuelo el fermento de maíz que halló en las laderas del estanque.
Con el paso del tiempo, la chicha terminó convirtiéndose en un elixir embriagante de las diversas comunidades indígenas de esta parte del mundo. Gracias a su dulce sabor a maíz y a su fermentación, era altamente atractiva, lo que facilitó su popularidad en la época. Y aunque en algún momento fue prohibida, con el tiempo no dejaron que la receta se perdiera, y Bogotá fue uno de los lugares donde más se vendía.
Así surgieron las llamadas chicherías, lugares donde se vendía esta bebida de maíz, que además eran centros de esparcimiento. Se dice que, a finales del siglo XIX, en Bogotá había más de 800 establecimientos de este tipo y se consumían más de 50 millones de litros por año, superando incluso las reservas de agua. Así que, aunque todavía se consume, la chicha ya no tiene la misma popularidad que en el pasado. Al punto de que se hicieron campañas negativas en su contra, como lo explica la profesora de historia y creadora de contenido "La Profe Jhoa".
Cuando la chicha era muy mal vista por los españoles
Aunque la chicha es una bebida popular en diferentes partes de Centroamérica y Sudamérica, en Colombia su mayor consumo comenzó entre los muiscas, en el altiplano cundiboyacense. De ahí se dice que la palabra "chicha" en lengua muisca significa diarrea, esta bebida en realidad se llamaba "Fapqua". Sin embargo, el nombre cambió, ya que cuando los españoles la probaban, les caía muy mal, causándoles esa "soltura de estómago", por lo que los indígenas les decían que tenían "chicha".
Aunque los indígenas la utilizaban para sus celebraciones, rituales y ceremonias, en esa época la bebida también empezó a ser vista como un alimento que ayudaba al cuerpo a soportar cualquier tipo de trabajo. Y cultivar el maíz ya era un trabajo bastante fuerte, por lo que los nativos debían tomar la chicha para rendir y poder realizar todas estas labores, incluidas las que les imponían los españoles. Sin embargo, los colonizadores casi nunca les permitían hacerlo.
Cargador indígena de Chicha, de imponente y elegante porte con rico vestuario año 1941 pic.twitter.com/mx1emMvNXJ
— Historia de Colombia (@colombia_hist) December 14, 2016
Cuando comenzó la conquista, los españoles rechazaron por completo esta bebida, no solo porque los indígenas la usaban en sus rituales, que ellos consideraban paganos, sino también porque, al ser fermentada, resultaba bastante embriagante. Según la Iglesia Católica, la chicha causaba desórdenes entre los indígenas borrachos y afectaba el orden público, sin mencionar que muchas personas preferían ir a tomarla en lugar de asistir a misa.
El momento en que la prohibieron y casi desaparece
Para el año 1700, el consumo de chicha fue totalmente prohibido y era tan serio que se castigaba incluso con la excomunión. Se la veía como un brebaje demoníaco y pagano, pero aunque esa podría haber sido la razón más obvia, había un trasfondo mucho más importante: los intereses económicos. La chicha competía directamente con el estanco de aguardiente, que sí generaba ingresos para los españoles. Aun así, la chicha sobrevivió a todo esto y terminó adquiriendo más protagonismo del que tenía antes.
De hecho, comenzó a ser una bebida que unía a las clases sociales de la época; ya no solo la tomaban los indígenas, también la consumían mestizos, negros e incluso criollos. Así nacieron las chicherías, lugares de reunión para muchas personas, que terminaron siendo espacios clave para la planeación de la independencia.
Sin embargo, hubo algo que casi desaparece la chicha: la llegada de la cerveza, una empresa alemana que, a diferencia de la bebida de maíz, sí pagaba impuestos. Las empresas se aliaron con el gobierno para hacer campañas de desprestigio en contra del brebaje ancestral, con pancartas que decían que la chicha "embrutecía" y propagaba el crimen. Además, se criticaba su falta de higiene, ya que las mujeres que la preparaban la masticaban, un proceso tradicional en su elaboración.
Finalmente, la chicha fue regulada, y se dispuso que para vender bebidas fermentadas, se debía cumplir con ciertos requisitos. Las bebidas debían contar con licencias sanitarias, cumplir con normas industriales y venderse en envases cerrados, individuales y de vidrio. Todo esto ocurrió en el contexto del bogotazo, cuando los desastres ocurridos por la muerte de Jorge Eliécer Gaitán fueron atribuidos, erróneamente, a la chicha. Hoy en día, la chicha sigue consumiéndose, especialmente en la región andina del país, y no es mal vista por los gobiernos ni por los ciudadanos.
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