Prefiero ver las noticias sobre las protestas que hicieron arder las calles de Teherán, con imágenes del máximo líder religioso Irani, que escuchar las intervenciones de los dirigentes políticos del mundo en el marco de la Asamblea General de Naciones Unidas:
Todos, sin excepción, se refieren a la guerra, a las migraciones, al cambio climático, al combate contra las drogas y la pobreza, etcétera, como si ellos y los países que gobiernan no tuvieran nada que ver con esos y otros graves temas.
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Si destinaran más tiempo y políticas acertadas para combatir la pobreza, tal vez tendrían mayores posibilidades de acabar con el narcotráfico y las migraciones.
La crisis del medio ambiente no existiría si el mundo invirtiera más en educación y se adoptaran políticas de desarrollo amigables con la vida que dicen defender.
Putin no existiría si el mundo formara demócratas, ciudadanos y seres humanos capaces de desarrollar empatía con otros seres humanos.
Ya no sorprende ver al canciller mexicano presentar una propuesta de paz para Ucrania, obviando que su país vive una guerra a la que el gobierno que representa no ha ayudado a poner fin:
México encabeza la lista de países con mayores cifras de feminicidios, desaparecidos y asesinatos de periodistas.
México es el país más violento del mundo: vive a diario una guerra sangrienta entre carteles de la droga y, entre estos y la policía, que parece interminable.
Y la respuesta de Andrés Manuel López Obrador es militarizar el conflicto, sumando al Ejército (una de las instituciones más corruptas de su país) a la lucha contra los carteles.
Una decisión que se debate en el congreso mexicano y que seguramente no contribuirá sino con profundizar la violencia.
AMLO se irá de la presidencia sin solucionar ni uno solo de los problemas que prometió erradicar: Chiapas seguirá siendo una de las regiones más pobres y excluidaí del mundo y México seguirá siendo un obituario sin fin.
Ni hablar de Gabriel Boric, el narciso y prepotente treintañero que llegó al poder, gracias al desgaste de la clase política y del modelo económico y social chileno, y que en vez de gobernar para las mayorías, decidió enfrentarlas presentando una nueva propuesta de Constitución que fue ampliamente derrotada el 4 de septiembre pasado:
La única constitución que necesita Chile es aquella que debería nacer de un acuerdo entre dos bloques políticos, históricamente enfrentados, que han gobernado ese país sin la ambición de unirlo en torno a un modelo educativo, social, económico y constitucional compartido.
Pero Boric luce pequeño, prescindible, ridículo ¿A quién le importa su constitución en la Asamblea General de Naciones Unidas?
Gustavo Petro demostró que es un buen alumno de Noam Chomsky y de Bernie Sanders y, como tal, desarrolló una exposición de motivos y principios éticos muy bonitos que no son compartidos por Nicolás Maduro, su garante en el proceso de paz con el ELN, y los grupos de irregulares que operan en la Selva del Darién:
Ese lugar inhóspito de la geografía Colombo-Panameña gobernado por bandas criminales que acaban de asesinar a sangre fría a un niño venezolano de sólo 6 años de edad.
¿Cuánto más esperara Petro para decretar la emergencia humanitaria y de seguridad en el Darién? ¿Cuánto más espera Petro para aconsejarle a Nicolás Maduro que ponga fin a un gobierno que ha hecho que cientos de venezolanos prefieran morir en el Darién a soportar el infierno de su dictadura?
Imagino que Bolsonaro habló de su política para preservar la amazonia Brasileña ¿o acaso me equivoco?
Así son los impostores, incorregibles y completamente predecibles.
