Hace poco leí una frase que decía “ Quién lo sabe? Dios, quizás…. Pero una vez al año te puedes arrepentir y, por lo tanto, no hay mayor problema.”
Con seguridad existen muchas excepciones pero, desafortunadamente, la situación actual del mundo y de Colombia cuestiona de manera implacable el comportamiento de “la gente de bien”.
Ese porcentaje mínimo de personas que gozamos de privilegios como el acceso al agua potable, energía, techo, educación, alimentación, cuidados de la salud, oportunidad de trabajo, tiempo para el esparcimiento y el descanso, de una u otra manera, “miramos para el otro lado”.
Justificamos nuestro privilegio afirmando que lo que tenemos lo hemos logrado con nuestro esfuerzo y trabajo, pero en cuántas ocasiones todas aquellas personas que contribuyeron a la construcción de ese bienestar fueron abusadas recibiendo pagos y prestaciones inferiores a lo establecido por la ley, camellando en horarios extendidos, abierta o solapadamente siendo atropellados en su dignidad, haciéndoles sentir inferiores y obligados a manifestar un respeto que nunca les fue otorgado.
“El que mucho abarca, poco aprieta...”.
La frase, escuchada muchas veces, pareciera no llegar al blanco. Hemos visto, a través de la historia, cómo los privilegiados han perdido bienestar y fortuna, viéndose obligados a huir de sus países cuando los menos privilegiados se han hastiado de las injusticias y de las inequidades a las que han sido sometidos para caer, nuevamente, en situaciones mucho peores por la ambición de quienes parecían ser sus salvadores.
Y pasan los años y la historia continúa y no aprendemos que el bien común está por encima del bien individual. La inteligencia no nos sirve para aplicar los conocimientos adquiridos, la religión y sus enseñanzas de solidaridad la acomodamos a nuestro servicio, poniendo a Dios como testigo y endilgándole el “por algo será, no es problema nuestro”.
Adalides de estas teorías y políticas gritan a los cuatro vientos: “estudien, trabajen, vagos”. Y yo me pregunto, ¿esas fortunas y ese bienestar los hubieran alcanzado solos?
¿Realmente nos creemos privilegiados por la infinita bondad de un Dios? ¿No nos percatamos de la esclavitud moral y mental en la que hemos caído? ¿Continuaremos transmitiendo a nuestros hijos y nietos todo un sinfín de mentiras útiles?
¿No será ya la hora de que estudiemos y trabajemos para lograr un bienestar más extendido en nuestro país, que cobije a todos los seres que lo habitan, sin importar su nacionalidad, color, y estrato?
Necesitamos hacer sacrificios (no de líderes sociales ni de indígenas, ni de reinsertados), sino de nuestras propias ambiciones, revaluar lo que necesitamos y lo que nos sobra, y contribuir a que la vida de todos sea más digna.
¿Quién se le mide al cambio? ¡Síganme los buenos!