Yo pregunto: ¿Por qué César Gaviria era un aliado válido cuando lo buscó Petro para que se uniera al Pacto Histórico y ahora, cuando adhiere a Fico, se convierte en objeto de injurias y diatribas? Que yo sepa, Gaviria es el mismo ahora que cuando era “pez gordo“ apetecido por el petrismo, convirtiéndose ahora en ejemplo de todos los pecados para quienes ayer le coqueteaban.
Este país ha pasado por todos los círculos del infierno de Dante hasta llegar al “todo se vale” de la izquierda de hoy. A mí me escandaliza cuando mis amigos, que yo juzgaba de izquierda, me justifican acciones incorrectas porque “es la única manera de ganar”. Eso no es ganar, eso es estafar.
Hoy, mucha gente no cree en el potencial atentado contra Petro en el Eje Cafetero, porque puede ser una hábil treta para despertar la solidaridad que se traduzca en votos. Yo misma lo he pensado. Porque, cuando conocemos los últimos informes de los servicios de inteligencia de Estados Unidos y Rusia, sabemos que en su menú de atrocidades ya no caben los magnicidios, porque son, según los informes de sus técnicos, contraproducentes. Ahora, lo que se emplea es el envenenamiento, seguramente copiando al Vaticano.
En cuanto a las declaraciones del abogado Miguel Ángel del Río y sus rectificaciones, no sé qué es peor, ya que es grave que hayan infiltrado a un movimiento adverso para hacer inteligencia y peor aún decir que unos militantes de la organización de Federico Gutiérrez, siendo sus partidarios, llaman al Pacto Histórico para darles información de lo que se está haciendo en el movimiento al cual pertenecen. ¿Traidores? ¿Infiltrados voluntarios? Todo es lo suficientemente absurdo como para ponerlo en salmuera.
Me ha rondado en la cabeza una frase de Salvador Allende en reacción frente a delitos imaginados por parte de la izquierda contra sus adversarios, señalando que si se llevan a cabo “¿qué nos diferenciaría de ellos?"
Me alegro que César Gaviria se haya desnudado políticamente ante la opinión popular. ¿Se acordarán mañana? Porque ya nadie se acuerda que Jorge Eliécer Gaitán no era liberal, sino que planteó, abiertamente que, al ingresar al Partido Liberal, lo que buscaba era arrebatárselo a la oligarquía y que el pueblo se tomara ese partido para convertirlo en el Partido del Pueblo.
Escuché a mi madre, Amparo Jaramillo de Gaitán, decir no una sino un centenar de veces lo mismo que consignó Plinio Apuleyo Mendoza en uno de sus libros y que le escuchó decir a mi padre en Tunja: “Lo que queremos es que la oligarquía liberal se vaya para el Partido Conservador y que el pueblo conservador se venga para el partido liberal. Así estaremos claros y conformaremos el partido del pueblo”.
No eran cálculos electoreros los de Gaitán. Era la construcción de una legión popular, ordenada, disciplinada y poseedora de una cultura participativa, con sentido de responsabilidad colectiva frente al devenir nacional, lo que está muy lejos del oportunismo izquierdista de hoy.
He visto muchas tragedias en el panorama nacional, pero esta falta de principios de la izquierda, igual a la que inculcó López Pumarejo a sus seguidores, y que tanto combatió Gaitán lanzando la consigna “Por la restauración moral de la República ¡A la Carga!”, ha vuelto a renacer y eso explica que Petro repita —una y otra vez— su admiración por López Pumarejo, arquetipo y ejemplo del lema “todo se vale con tal de ganar”.
Lo que estos jefes y seguidores de la mentira llaman triunfo, no es otra cosa que la aspiración personal de hacerse al poder para que todo siga igual en la estructura política, económica y social, solo cambiando algunas caras nuevas para que gocen de los puestos burocráticos. Es lo único que va a cambiar, porque ¿acaso se puede hacer reforma agraria y urbana y control de la minería nacional y de los recursos mineros, sin expropiación?