En este país, querida república sin reinados ni aristocracias que hereden a sus hijos los privilegios (por lo menos en el papel), a fuerza de monazos, jugaditas y otras argucias tenemos delfines esperando felices en un acuario semillero para que reciban con honores la heredad disfrazada de democracia.
La historia política del país, de cada pueblo, de cada municipio y de cada vereda es el cuento repetido, con apellidos que suenan delante o detrás, a la izquierda y a la derecha, de norte a sur, arriba y abajo, por donde te asomes.
Para explicar no se necesita ser razonable, aunque muchos digan que ''eso siempre ha sido así'' y que "usted es el único que viene a armar zambapalo". Hay que oponerse. Para el 2022, tendremos a uno de los mismos con las mismas. Quizás un nieto, un sobrino, un hermano, un primo o un tío político de los de hoy y de los de siempre.
Nosotros, en el futuro (si sobrevivimos), nos olvidaremos de las masacres, de los falsos positivos, de los estudiantes muertos, de las imbecilidades de un inepto malaclase, del coronavirus y de la hambruna. Nos acostumbraremos a volver a ser gobernados por los nietos y los bisnietos de Macías y Mafe Cabal (tan querida), y, por qué no, de los clones de Polo Polo. Por los hijos de los hijos, amén.
¡Oremos!