Santos y su séquito dicen en Bogotá que hay perfecto acuerdo en aquello de las armas. Mentiras. Porque la cuestión navega en el tremedal anfibológico que distingue la entrega de la dejación de armas. ¡Y vaya si hay distancia entre lo uno y lo otro! Hacer dejación de armas es igual a nada. Es sacar la pistola del cinto para acomodarla entre las piernas, o poner bajo el colchón la metralleta. Entregarlas significa ponerlas en manos de quien se reconoce vencedor. ¡Qué diferencia!
Pues el General Mora ha dicho que no habrá paz sin entrega de armas. Y Juanpa lo corrige diciendo que nunca habló de entrega sino de dejación de armas. Como quien dice, que Santos está de acuerdo con Márquez y Mora tiene la idea opuesta.
Las Farc han dicho sin descanso que no irán a la cárcel ni por un día. Lo que supone otorgarles indulto por los innumerables delitos atroces o de lesa humanidad que han cometido en los últimos cincuenta años. El Fiscal dice que para eso están las penas alternativas, sin tomarse el trabajo de decir cuáles son ellas. La ONU, la Corte Penal Internacional y hasta la mamerta Comisión Interamericana de Derechos Humanos repiten hasta el cansancio que no es aceptable la impunidad por estos delitos. Juanpa, tan avispado, manda a su nuevo Ministro de Justicia para que le haga la segunda a Montealegre con el cuento de las penas alternativas. Cuento malo y sin porvenir. Las penas en el mundo son la de muerte, las multas y confiscaciones y la prisión. No hay más. Lo de las equivalencias es un montón de paja.
Para las Farc, las víctimas son del establecimiento. Ellas son inocentes. Y sin que nos importe un bledo la comisión histórica convocada para justificarlas, el dedo acusador de la humanidad entera señala a las Farc como una de las organizaciones terroristas más fecundas en sangre y dolor que se hayan conocido. ¿Para dónde va lo de las víctimas?
Se reúnen los próceres de La Habana a hablar de narcotráfico. Es un deleite oírlas sobre cómo le hacen el quite a esta monumental cuestión. Y arreglan las cosas cambiando babas por cemento, pero salta el Procurador Ordoñez y les pregunta cómo van a regir los capitales multimillonarios que las Farc han acumulado en estos años. Todo indica, agrega el Procurador, que se trata de legitimar el más grande lavado de activos de que se tenga noticia. Silencio. Al que pillan mintiendo le recomiendan callar, a ver si el tiempo borra la memoria.
Pues han hablado del tema del campo. Y salta como liebre asustada la cuestión de los cultivos de coca. Pues muy sencillo. Las Farc se ocuparán de convencer a los campesinos que eso de cultivar coca no renta. Por supuesto, que se ofrecen solícitas a cumplir solas esa misión. El Ejército y la Policía abandonarán las zonas cocaleras. ¡Qué maravilla!
Hablando de campo, nos pica la curiosidad por saber cómo se concibe la propiedad privada en el nuevo régimen. Pues muy fácil. Anunciando una reforma agraria integral y la guerra frontal al latifundio y a la inversión extranjera salimos del atolladero. La precisión de esos pequeños detalles queda para más tarde.
Que el Ejército no se tocará en La Habana, ha dicho Santos. Y puede ser verdad. No lo tocan. Lo estrujan, lo escurren, lo reducen, lo mandan a la frontera, lo preparan para la transición. ¿Quién habló de tocarlo?
Las Farc quieren hacer política. Pero a su modo. Eso de conseguir votos lo ven muy cuesta arriba y peor después de cada encuesta. De modo que la nueva política lleva implícita la asignación gratuita de un buen número de curules. Eso de ganarlas le quita la gracia a la política que quieren.
Pero falta la gorda. Porque Juanpa insiste en que ya están resueltas las tres quintas partes del acuerdo. Los bandidos le recuerdan que de recta final ni hable. Porque esto no ha comenzado. De los tres puntos, falta resolver dieciséis salvedades importantes. Mejor dicho, todo lo importante. Y del acuerdo, recuerdan los bandidos que no se ha empezado por la parte primera, preámbulo la llaman, que es toda la estructura social, política y económica de Colombia. Cómo puede creer Santos que se firmará la paz para que todo siga igual. Timochenko la tiene clara. Y Santos sabe lo que Timo y sus hombres quieren. Pero adelante con los faroles. Una mentira mil veces repetida se vuelve verdad. Lo dijo Lenin y Santos le cree. Lo que no está claro para Santos, ni lo estuvo para Lenin, era la clase de pendejos que terminaban por aceptar el cañazo.
Así vamos, de mentira en mentira. Y de cuento en cuento. Y nos quedan cuatro años más de este sainete.