Tal vez la mayor equivocación de Santos haya sido haber “negociado” la paz solo con la guerrilla. Engañados por más de cincuenta años, muchos colombianos crecimos con la falsa creencia de que la violencia en el país era producto de la guerra que han perpetrado y perpetuado contra el Estado las guerrillas. Nada más lejos de la realidad. Cesó la guerra de las Farc, pero aún sigue viva la violencia. Algún incrédulo preguntará cómo es posible que aún exista la violencia en Colombia si ya entregaron las armas quienes la cultivaban en el monte. Este es apenas un espejismo.
Santos se equivocó al sentar a la mesa de negociaciones en La Habana a solo una mínima parte de la población de Colombia. Un país como el nuestro, arrasado por el odio, debió sentarse en pleno, con sus casi cincuenta millones de habitantes, a la mesa de negociaciones. De lo contrario, ¿qué clase de paz tendremos con la entrega de las armas de las guerrillas, si los que se hacen llamar “ciudadanos de bien”, tienen en su corazón una artillería? Aquí encaja con precisión este dicho: “¡No nos libres, Señor, de quienes tienen por coraza una armadura, sino de quienes tienen un alma dura!”.
Los colombianos, y quizá los seres humanos, somos especialistas en expresar con sincera naturalidad el odio. Los sentimientos de odio afloran de nuestro ser como la cascada de una montaña. Algo muy distinto ocurre cuando se trata de manifestar el amor. Nos valemos de los más absurdos artificios, o apelamos a los más ambiguos sobreentendidos para decirle a otro cuánto lo amamos. O al menos para confesarle, cuando no se nos cuela la envidia por algún resquicio del alma, ¡cuánto lo admiramos!
No somos capaces de descargarle el alma a un amigo, un hermano, una novia, una esposa o a una madre con los sentimientos de amor más espléndidos que puedan brotar de ella. Pero sí somos capaces, en cambio, de descargarles las cananas de una ametralladora, si se presentara la ocasión.
Mientras tanto, seguirá siendo una utopía la paz en Colombia, si no entregan las armas todos los actores de la guerra. Quiero decir: los que se encargan de hacerla con fusil y metralla y los que siempre la han hecho sin fusil y metralla.
¡Cuánto derroche de sinceridad, vehemencia e ímpetu para expresar cualquier sentimiento de odio! ¡Cuánto de hipocresía para expresar el amor! Peor aún: ¡Cuánto de ese odio y falso amor han sido procurados e impuestos por esos odiadores de cuello blanco, y ampliamente difundidos por esos inescrupulosos medios masivos de manipulación!
La guerrilla entregó las armas, Colombia aún no. Por eso la consigna seguirá siendo la misma: ¡Colombia! ¿Quieres la paz? Entrega tú también las armas.