¿Alguien puede mirar por la ventana de su casa y sentirse verdaderamente orgulloso de la tierra que habita? No hace mucho este país ofrecía un patético espectáculo ante la pregunta: “¿apoya el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?” La visión del público empieza a nublarse y para terminar de enceguecer los corazones es necesaria otra polvareda.
La corrupción es ahora el tema principal de la agenda política que vuelve a polarizar a los ciudadanos, y extrañamente la decisión entre un bando y otro apela a las pequeñas grandes diferencias, decidir será tan fácil como elegir entre Pepsi y Coca Cola… mismo mal, diferente empaque, porque la libertad de elegir sigue siendo nuestra: “qué esperas para probarlo?”
El país se convierte así en uno de esos sueños malucos donde la realidad ya no es tan obvia. Los debates políticos se cruzan con los partidos de la Champions League y los comerciales que invitan a consumir irracionalmente le ganan el pulso a las “blasfemias” que algunos colombianos siguen gritando a pesar de las mordazas. El polvo no se disipa, los medios hacen lo suyo y el entretenimiento no nos deja estar más de dos minutos sin mirar la pantalla de nuestros smartphones, donde nos perdemos en una “línea de tiempo” en la que los ataques con armas químicas en países lejanos y los sórdidos negocios bajo la mesa de nuestros gobernantes pierden impacto con cada dedazo hacia abajo.
Es fácil sucumbir ante los contenidos de "altísima" relevancia como la farándula criolla y de nuevo, la realidad colombiana se tuerce tanto que cuando tenemos momentos de lucidez nos encontramos con que los corruptos denuncian la corrupción. Salir a la calle es ver chicos de unos 20 años romper tímpanos con su moto DT o RX, de las que usaban los escuderos de un antiguo “héroe caído” de Medellín, cuya marca se niega a morir.
Los jóvenes bailan la música de un icono cultural recién condecorado por un gobernador antioqueño, en un país así, intentar pensar la realidad resulta en un esfuerzo casi fútil. Es una ardua tarea seguir el hilo de nuestras vidas, cuando lo único que nos preocupa es llegar a fin de mes. Cada vez es más difícil navegar en las aguas turbias de nuestra sociedad, que pareciera empeñada en acelerar el proceso de alienación del sujeto haciéndolo susceptible a la manipulación mediática.
Y más interesante resulta la lobotomía que el pueblo debe practicarse y que los señores de la patria están llevando a cabo por décadas, porque no solo hay que silenciar las voces, sino enterrar cuerpos, ideas y memorias. La guerra ya no es en la selva, ahora es en nuestras cabezas.