La guerra y sus muertos
Opinión

La guerra y sus muertos

Ojalá algún día sepamos que toda guerra desangra cuerpos hasta agotarlos. Que toda guerra incinera la promesa de la vida

Por:
noviembre 07, 2021
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Mi madre me tapó los ojos. Sin embargo, pude ver los cuerpos tirados en el piso cubiertos  por sábanas blancas. Los pies, algunos descalzos, se alcanzaban a asomar. El fatal accidente había embotellado cientos de carros, mulas y flotas. El anhelado viaje al mar, que esperé por meses, se retrasó un par de horas, pero la imagen de los cadáveres se quedaría tallada en mi memoria. Fue la primera vez que vi un muerto. Que vi muertos. Tenía cerca de seis años.

No he visto muchos más. Un par de cuerpos lívidos que reposaban en un anfiteatro cuando mi colegio empezó a compartir sus espacios de juego con la facultad de medicina y la mueca tranquila y paciente de mi abuelo horas después de su fallecimiento. No obstante, jamás volví a tener interés en mirar un accidente de tránsito. Me basta con persignarme y continuar mi camino. Detengo los pensamientos fatales de inmediato. No quiero provocar estremecimientos.

Supongo que no soy el único atemorizado por la muerte en su más genuina presencia: los muertos. Me atrevo a pensar que se trata de una extensión al terror que causa morir o tal vez las historias de fantasmas y un más allá condenado y penitente han calado de forma excesiva en nuestras conciencias. Casi nadie quiere verlos o tocarlos (muchos menos olerlos o gustarlos, lo cual seria visto como la mayor perversidad). El muerto se convierte en un entidad ajena y extraña para nosotros. Artefactos vaciados de espíritu. El cadáver no solo deja de estar con nosotros sino que también deja de ser uno de nosotros. Es expulsado de la tribu y enterrado en el fondo de la tierra, allá donde nadie pueda verlo. Incluso escribir estas palabras me causa cierta angustia.

Por todo eso me llama la atención tantos apóstoles (menores y mayores) que tiene la guerra en Colombia. Por definición, la guerra tiene como consecuencia la aniquilación del contrario por la búsqueda de la victoria o la rendición del opositor, la conquista de una idea sobre otra o la simple captura -a toda costa- de los tesoros ajenos. Y por efecto, la guerra siempre trae como resultado al cadáver: en pares, cientos, miles o millones. Esos mismos que nos causan escozor y -en la mayoría de los casos- cierta piedad con esa alma “equivocada”, se acumulan -unos sobre otros- cuando los fusiles crujen como pasos firmes que maltratan hojas caídas y amarillentas. Queremos la guerra pero nos doblegan los muertos.

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Es probable que para muchos colombianos que conciben el conflicto armado como parte de la solución, la muerte sea un hecho imaginario e insustancial

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Me temo que de tanta vecindad la guerra ha sabido disfrazarse de idea. Es probable que para muchos colombianos que conciben el conflicto armado como parte de la solución, la muerte sea un hecho imaginario e insustancial. Una especie de juego virtual en el que los caídos renacen con la vitalidad recuperada. Se equivocan. Y en este caso, cualquier apoyo, así sea de palabra, a los dueños y operarios de la muerte en Colombia puede traer como consecuencia cuerpos rígidos y tumefactos en proceso de descomposición.

Cabe la posibilidad de poder desterrar esa idea de una guerra inofensiva e intangible. Reemplazarla con una imagen (y un tacto) más próximo y sensible llena de carnes destazadas y orificios en la piel. Ojalá algún día sepamos que toda guerra desangra cuerpos hasta agotarlos. Que toda guerra incinera la promesa de la vida.

 

 

 

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