A principios de agosto el subsecretario antinarcóticos de Estados Unidos, William Brownfield, aseguró que la producción e importación de cocaína a este país ha roto todo pronóstico y que desde 2013 (año en que se suspendió la fumigación con glifosato), el crecimiento de la producción de coca ha aumentado 130%. Al final, con algunos matices, amenazó al gobierno colombiano que si quería seguir siendo amigo de los Estados Unidos debía hacer algo para fortalecer contra las drogas en el país.
Esto ha llevado a que varios acérrimos opositores del actual gobierno vuelvan a defender la utilidad de sus prácticas de persecución contra el cultivo, la producción y el consumo de drogas; a exigir de nuevo la erradicación de los cultivos por vía aérea y a mantener una política de “mano dura” contra esta actividad.
Sin embargo tal política tampoco logró el objetivo propuesto: la erradicación absoluta de los cultivos, la producción, el comercio y el consumo de las drogas ilícitas.
Aunque es cierto que la producción de drogas en el país llegó a reducirse, no lo es la idea de que este negocio estuvo cerca de desaparecer en el país. Lo mínimo a lo que se pudo llegar fue a un poco menos de 50.000 hectáreas de cultivos de coca. Y todo a costa de una guerra sin cuartel entre los jefes de la droga y el gobierno, miles de personas en la cárcel (se calcula que actualmente existen más de 23.000 presos colombianos por crímenes no violentos como la posesión o el consumo de drogas ilícitas), millones de desplazados, y tierras gravemente afectadas por la continua fumigación con glifosato.
La guerra contra las drogas ha dejado muerte, familias arruinadas, campos desiertos durante un poco más de 3 décadas en Colombia, y mundialmente por más de 45 años, cuando empezó a aplicarse el régimen internacional de la Guerra contra las Drogas, liderado por Estados Unidos en 1971, desde que Richard Nixon dio su famoso discurso declarando la guerra frontal tanto a la producción y tráfico, como a su consumo.
Pero, ¿se puede decir que es exitosa una guerra permanente de 45 años?, ¿ha sido exitosa en algún sentido? Según el Departamento de Justicia de Estados Unidos, en un estudio sobre disponibilidad de drogas se concluye que “en general ha aumentado la disponibilidad de drogas”.
El gran fracaso también puede evidenciarse si se ve el monto de gasto que se ha venido dando desde 1971 para acá y lo que ha hecho por el consumo de estas drogas: absolutamente nada.
El aumento del gasto en la guerra contra las drogas no ha parado, pero su objetivo ni siquiera se avizora en el horizonte luego de más de 45 años. En definitiva, esta guerra se perdió.
Entonces, ¿qué se puede hacer?
El primer paso: aceptarlo. Albert Einstein definió en estos términos la locura: “es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. Es necesario aceptar que los Estados se están comportando de manera demente al seguir cayendo en el mismo foso de las equivocaciones.
Lo segundo es pensar en otras distintas soluciones para atajar el problema del consumo de drogas (al final toda esta guerra se dio para eliminar el consumo, ¿cierto?).
No vamos a hablar acá de una legalización completa e inmediata de todas las drogas. Aunque este sea el sentir y existen innumerables argumentos lógicos y económicos para apoyar la completa legalización de las drogas, sabemos que tal política no está a la vuelta de la esquina. Ningún gobierno puede –por ahora—tomar esta decisión inmediata sin esperar varias repercusiones negativas en sus relaciones internacionales, empezando con Estados Unidos (aunque es importante recordar que en Oregon está a punto de aprobarse una ley que legaliza el consumo y posesión de varias drogas, hasta de la heroína).
Así que empecemos primero hablando de otras maneras, que ya se están aplicando por distintos gobiernos, para afrontar este problema.
Desde 2001 Portugal ha sido un referente sobre cómo un país ha afrontado el problema de las drogas de manera diferente. Desde ese año el consumo, posesión y adquisición de cualquier droga ilícita no es punible. La droga sigue siendo ilegal, pero solo se castiga su oferta, nunca el consumo.
El cambio de política ha sido un rotundo éxito en todos los frentes: el consumo en la población estudiantil se redujo a menos de la mitad en cocaína, LSD y éxtasis, y en una cuarta parte en marihuana y heroína. La reducción de población carcelaria se redujo drásticamente; una razón es que ya no son castigados los consumidores, pero también se redujo la población de traficantes, algo relacionado con la reducción del consumo. Los casos de VIH se redujeron en un 75% y las muertes en el mercado de las drogas en un 60%.
A los consumidores en este país se les envía ante las ‘Comissões para a Dissuasão da Toxicodependência – CDTs’ quienes están encargadas de aplicar sanciones como servicio comunitario, multas o suspensión de licencias (por ejemplo si la persona es atrapada conduciendo bajo los efectos de alguna droga, se le suspende su licencia de conducción).
Pero su función principal es disuadir a los nuevos usuarios de drogas y apoyar a los adictos para que entren a un tratamiento de su enfermedad. No se obliga a este tratamiento (a menos que se haya cometido una falta contra alguien como violencia o accidente de tránsito)
Mientras tanto, en otros países, donde se mantiene la persecución, estos números, al contrario, han aumentado. En Estados Unidos, reportes recientes mencionan un incremento en el consumo de un 23% de un año a otro –claro que, como es costumbre, sus errores en políticas contra las drogas se lo endilgan a otros, como a Colombia, por ejemplo. También se reporta un incremento del 54% desde 2012 en cuanto a muertes causadas por sobredosis y un aumento de 61% desde 2013 de primeros consumidores. En el sistema carcelario también se rajan; un poco más de la mitad de los presos están ahí por algún asunto de drogas y se calcula que existe un total de casi medio millón de personas condenadas por esta actividad.
Contrastan bastante las consecuencias de las distintas maneras como se aborda el problema de las drogas. En Portugal decidieron salirse del círculo vicioso de la locura y decidieron abordar el asunto con una política de salud pública basada en el convencimiento y no en la coerción. Estados Unidos, como todo un loquito, sigue creyéndose Napoleón.