Hace pocos días se confabularon las ganas de vernos y de improviso, se armó una reunión de hijos, sobrinos, bromas y café. Repentinamente, en medio de la cháchara, detectamos en mi papá un aumento de temperatura delatada por el rubor de sus mejillas. De urgencia, todo cambió, pues la fiebre en un paciente que lucha contra el cáncer no es algo para subestimar.
El miedo nos invadió al recordar que hacía un par de días el hospital que suministraba las quimioterapias, por la falta de pago de la EPS Famisanar, tuvo que cancelar la sesión del nuevo ciclo de tratamientos, justo antes de iniciar y que además, habían sido autorizados al fin tras kilómetros de filas, madrugadas infinitas y porteros útiles a la indolencia.
Fuimos a parar al Instituto Cancerológico, donde solo desde su entorno enrarecido se advierte que allá se baten la esperanza y la tragedia todos los días. La pobreza de la infraestructura de urgencias hace ver esa área como un pabellón de condenados o más bien, como si estuviéramos en un hospital de guerra macondiano atiborrado de indiferencia y dolor.
Visitando a mi papá, que duró cuatro días sentado en una silla ubicada en un pasillo, escuché la dolorosa resignación de los enfermos que solo dejaban en manos de Dios su suerte, mientras los familiares nos buscábamos en los ojos de los otros visitantes como si nuestras miradas fueran un espejo.
Al huir del aturdimiento del pabellón, se oyen por doquier, de cerca y de lejos, discursos altisonantes como el de la exministra de salud, que, como si fuera un ataque de artillería pesada, no escatima espacio para disparar palabras explicando cómo las EPS, supuestamente, se concentraron en atender lo que les es rentable, manejando los pagos a su antojo, aparentemente, mientras que la cobertura de áreas y sectores populares, están abandonadas.
Frente a lo anterior, contraatacan adeptos, colectivos y grupos de empresarios del sistema, como si fueran grupos de resistencia que de forma sincronizada emboscan a los usuarios con “advertencias responsables”, para informar que están sin recursos para atenderlos, mientras bombardean con cartas, propaganda y miedo combinado para ver si logran aniquilar la voluntad de quien consideran su enemigo.
En tanto que se escuchan razones y argumentos de cada lado, los ciudadanos y usuarios del sistema en crisis, es decir, nuestros padres, hijos y hermanos, caen muertos todos los días y han caído desde hace años por la misma razón, falta de atención y cobertura. Como si fuera un desatino o más bien un irrespeto doloso, las EPS del país exhiben sus músculos financieros y activos en la publicación de la revista PORTAFOLIO de julio de este año, en medio de los bombardeos y ataques de artillería; para lucirse en el codiciado “'top' de las 10 empresas más grandes del sector de la salud”.
Y sí, entre ellas estaba la pluricitada EPS Famisanar, ocupando el puesto siete entre las grandes, con sus poderosos ingresos por más de 3,9 billones del 2022, pero que no le alcanzan… para pagar cumplidamente las cuentas adeudadas a varios centros de salud y proveedores.
Si lo piensan, tal vez, la crisis de la salud podría llevar el mismo tiempo en Colombia que el conflicto armado y ambas circunstancias comparten, además, haber dejado a su paso una estela de inocentes. No obstante, solo ahora, frente al conflicto armado se negocia con guerrilleros del ELN, con disidentes de las extintas FARC EP, con organizaciones multi crimen y hasta dinero se les regala para que no maten y se sostengan mientras se hace un cese de hostilidades, pero frente a la salud qué: ¿será que con las EPS no habrá “paz total”?
A la hora de terminar este reporte de guerra, se anunció que se instaló una “mesa de concertación” entre el gobierno y las EPS, para garantizar el servicio en el futuro inmediato. Díganme que no queridos lectores, pero eso a mí, me parece un armisticio más.
¡y… ni qué expresar de la batalla que también debe dar Fecode para ver si logran acabar ese nefasto y despiadado servicio de salud que también está dejando una estela de profesores damnificados!
@HombreJurista