Lo del reclutamiento de menores es un tema complejo. En primer lugar estoy de acuerdo con el principio que afirma que todo reclutamiento de menores de edad es forzado. Por otra parte en la vida campesina las nociones etareas, los ritos de paso asociados a la edad no son los mismos, ni tienen la misma relación que el que se da en las dinámicas educativas y laborales asociadas a la "modernización" urbana. Tampoco son las mismas para todas las formas de vivir la ciudad y esta consideración es importante para comprender las diversas formas en que puede ocurrir, así como evitar medidas o políticas públicas a la medida de la homogenización modernizadora, que lo que a propiciado es el rompimiento de las redes vitales campesinas, causando migraciones y rompimiento de relaciones de niños y jóvenes del campo. Por otra parte, en la intensidad de la guerra, muchas dinámicas varían.
Recuerdo varias imágenes que he visto en los caminos del Naya, en el Catatumbo, en el sur de Bolívar, en el Nororiente antioqueño o el pie de Monte Pacífico en Nariño , donde niños y madres en confinamiento y desplazamiento, con los terrores de noches sombrías acuestas, estaban ya de alguna manera, en medio de la vorágine reclutados por la guerra.
Es entendible desde la afirmación del principio, el rechazo y el desconcierto frente a unas palabras que niegan la violencia ejercida al interrumpir la vida de jóvenes, sea esta con los fusiles por delante o por medio de diversas narrativas de persuasión dadas la trágicas vidas que deben soportar. Pero algo esconde tal indignación cuando viene de otros que promueven de diversas maneras, también con el fusil por delante, la profundización de la violencia, el despojo y la alteración de la vida campesina. Su protesta es más de marketing que de fondo. Su compresión no pasa por comprender la guerra para evitar que la administración de la vida que ella reproduce, todo lo contrario, ponen la linterna en un lugar mientras multiplican sombras de mala muerte.
Sin posibilidades de reproducir las redes vitales campesinas, son objeto de políticas de educación y salud precarias, sin pertenecía, sin lugar ni contexto, que los separan de las relaciones de trabajo con la tierra y los aprendizajes con sus sustancias y elementos. Sitiados por regulaciones mafiosas de la economía del narcotráfico y su ilegalización para favorecer rentas, extractivismos, controles políticos territoriales, exclusiones de poblaciones que aceitan los engranajes de poder de oligarquías en contubernio con mafias en Cali, Bogotá, Barranquilla y Medellin. En todas ellas, jóvenes y niños y niñas son forzados a una vida en donde la desigualdad, vulneracion y violencia se entretejen todo el tiempo. Y envueltos en los vértices del desasosiego y la incertidumbre, la familia cambia todo el tiempo, del lugar comunal, vecinal, comunitario de veredas y corregimientos, a los caminos del desplazamiento, a los espacios del confinamiento, a los desvíos de la sevicia y la insania.
Y familia puede ser un mando o un frente, o una calle con semaforo y una pandilla o un pelotón. En todas estas batallas diarias y sus malas muertes, la guerra los recluta de forma forzosa. En ese sentido en medio de esta diversidad que enrostra diversidades, unos y otros, pueden matizar sus prácticas.