“Polarización” es un término que ha hecho carrera en los medios de comunicación y en alguna literatura política para designar la agudización de las confrontaciones inter-oligárquicas. Los sectores de clase que son dominantes en Colombia, a pesar de su fragmentación, se unifican estratégicamente para excluir al resto de la sociedad en la toma de decisiones y en la distribución de la renta nacional. Sus intereses territoriales y sectoriales son diversos pero tienen un pacto de gobierno y representación que les permite mantener a raya las expresiones de protesta y cambio social. Pocas veces sus diferencias han sido insalvables y ,usualmente, las han resuelto con el recurso a nuevos pactos que también de nuevo, dejan por fuera del juego a sus contradictores antisistémicos.
Cuando de la fragmentación normal y tolerable se pasa a las disputas y estas se hacen visibles, la gran prensa anuncia lo extraordinario, lo nunca antes visto, la catástrofe inminente. Actualmente vivimos una más de esas “novedades” colombianas que se expresa en el cotidiano contrapunto entre el presidente Santos y el expresidente Uribe alrededor de los procesos de negociación del conflicto armado.
El cerrado centralismo que las élites colombianas han practicado, ha servido para ocultar los particularismos regionales y locales que practican, y para construir una ficción de unidad de mando que guarda coherencia con los formalismos democrático-republicanos en que se han reproducido. Pero el transcurrir político nacional es cosa bien distinta; este evoluciona mediante una permanente negociación de intereses que a su vez permite recomponer equilibrios más o menos inestables, en un proceso sin tiempos definidos que finalmente, está orientado por los capitales y los juegos de hegemonías en el sistema mundial.
Al interior del bloque dominante pues, hay momentos de relativa calma y conciliación de intereses, como también coyunturas de tensión y disensos que aunque no llegan a las rupturas, mueven la política y crean oportunidades a los partidos y las organizaciones sociales. Es lo que viene ocurriendo desde los inicios del primer cuatrienio Santos, cuando el presidente hizo las movidas necesarias para un nuevo intento de negociación del conflicto armado que hasta hoy, resulta exitoso.
Estrategicamente y en el largo plazo las facciones del establecimiento se han mantenido unidas; solamente en el intersticio de las décadas del 40 y del 50 del siglo pasado cabría la palabra ruptura, o quizá polarización, para indicar un disenso profundo entre ellas. Ha sido corriente como parte de la democracia formal que practica, que la “clase política” se reparta los roles de gobierno y oposición, incluso durante el monopolio bipartidista del Frente Nacional entre 1958 y 1974. El esquema gobierno-oposición ha sido en el sistema político colombiano una simplificación de las contradicciones interoligárquicas, un espejismo de libre juego democrático que busca legitimar el ejercicio del poder. La ausencia de un estatuto de la oposición en Colombia, en parte refleja el carácter artificioso de las divisiones entre gobernantes y opositores de ocasión, montadas para la repartición de burocracia, presupuesto y “mermelada”, más que por garantías democráticas reales para un proyecto de Estado distinto al vigente.
Después de la polarización de fines de los cuarentas y principios de los cincuentas, que desató la violencia liberal-conservadora y se recompuso en la unidad de acción contra la dictadura de Rojas Pinilla, la batalla actual que libran las huestes del gobierno con las del expresidente Uribe respecto al asunto de la paz, es la más aguda desde entonces, y amenaza al establecimiento con una ruptura que puede ser definitiva si en la actual coyuntura logra constituirse un sujeto político alternativo con voluntad de Estado.
Las tensiones vienen desde que Santos asumió la presidencia, rectificó la política exterior de mal vecino de su antecesor y armó el tinglado para la solución negociada del conflicto armado. Cada progreso en las conversaciones, cada acuerdo y cada acercamiento al éxito final, trae aparejado un nuevo capítulo del enfrentamiento entre los dos “pesos pesados” de la política, en un proceso que agranda las brechas entre ambos y tendrá su punto culminante en la celebración del plebiscito en que los ciudadanos refrendaremos los acuerdos del gobierno con las FARC.
El plebiscito por la paz, mecanismo acordado por las partes para hacer la refrendación de los acuerdos y declarado constitucional por la Corte, será el escenario en que habrá de dirimirse la nueva disputa interoligárquica. Los resultados, sean cuales fueren, profundizarán las discrepancias y harán subir de tono los ataques mutuos, sin que pueda descartarse un llamado a la subversión de derecha, pues el siglo XXI colombiano tiene también su propio Laureano Gómez.
Desde antes del fallo aprobatorio de la Corte Constitucional, las derechas lideradas por Santos y Uribe se habían lanzado ya a la competencia por el sí y por el no a los acuerdos. A diferencia de lo ocurrido en la coyuntura que desató el asesinato de Gaitán en 1948, es poco probable hoy una recomposición de la alianza oligárquica después del plebiscito y en cambio, los disensos podrían extenderse a los temas del modelo de desarrollo y las políticas socioeconómicas que han fundamentado al establecimiento. El solo acuerdo sobre políticas de desarrollo agrario integral, quizá el único que apunta directo a las “causas objetivas” que originaron el conflicto armado, ha desatado las iras del uribismo, guardián de los intereses oligárquicos vinculados a la gran propiedad y el latifundismo mafiosos.
Las fisuras en el bloque dominante de esta manera, tienden a profundizarse; solo que ya no hay mayorías dispuestas a matarse mutuamente por trapos rojos ni azules, ni caudillos que entusiasmen a las gentes con su verbo encendido. Las facciones partidistas han perdido su mística y su conexión con las gentes, y no podrán cobrar ni por la guerra ni por la paz que los ciudadanos libremente decidan. Por eso es que un cierre democrático de la negociación es la mejor manera de buscar una paz que trascienda y abra el abanico de la política a otras fuerzas sociales que no han tenido espacios.
El riesgo es mucho, especialmente para las fuerzas más retardatarias agrupadas en la “resistencia civil” y ahora en el Movimiento de Unidad Republicana que se está gestando desde Antioquia, el bastión mayor del uribismo y la extrema derecha criolla. Las FARC han declarado que si pierden el plebiscito, persistirán en la reconciliación y la búsqueda de soluciones políticas. El gobierno por su lado, ha sido equívoco y ha confundido a la opinión pública con alusiones a una supuesta guerra urbana. Más allá, los impulsores del “no” mantienen oculta su agenda en caso de un resultado adverso; esa es la nueva “encrucijada del alma” que hoy día atormenta sus pensamientos. Fuera de las FARC, nadie deja ver sus cartas y por lo tanto, los planes B de los grandes contrincantes se mueven entre incógnitas.
Por lo anterior se puede decir que la firma del acuerdo definitivo gobierno-FARC y la posterior realización del plebiscito, estructuran una coyuntura política única, que transformará las condiciones subjetivas del contexto en que se desarrolla la conflictividad social. Será la campaña por el sí a los acuerdos y luego el proceso de su implementación, el espacio donde las organizaciones sociales y nuevas expresiones políticas van a tener la oportunidad de irrumpir y disputar con las fuerzas tradicionales sus proyectos de país.
Pero las oportunidades son solo eso: oportunidades. La tercería política que constituyen las Izquierdas y los movimientos sociales progresistas, aunque fue decisiva en el trance de la segunda vuelta de la elección presidencial para que la negociación de La Habana se mantuviera, no “cuaja” todavía como movimiento de masas que asegure el triunfo del sí en el plebiscito y abra un proceso constituyente que renegocie el contrato social en Colombia. Son diversos los factores subjetivos que esas fuerzas deben controlar y muchas las ideas que deben poner en orden, si se toman en serio los retos que la coyuntura pone en sus manos.
Lo primero que la tercería debe entender es que así se haya negociado en Cuba, la paz será colombiana y para Colombia. Ya lo esencial ha sido discutido y acordado y llegó la hora de las batallas decisivas, que son batallas internas; es decir, la dejación de armas, el blindaje, la refrendación, la implementación, el posconflicto, todo lo venidero se tramitará en la política y en el territorio colombianos. Estamos en mora por lo tanto, de traer de regreso nuestras mentes desde la isla y aterrizarlas donde realmente estamos. El uribismo y el santismo avanzan hace meses en sus campañas hacia la refrendación mientras las Izquierdas siguen esperando los barcos de La Habana. Los movimientos sociales y muchos ciudadanos están dispuestos a ir a las urnas para acabar con la guerra, pero no hay organización que los agrupe y prenda la fiesta que la gente quiere.
La Habana se encuentra muy lejos para los ciudadanos del común; igualmente las FARC han sido algo lejano a la cotidianidad colombiana, salvo cuando los partes de guerra las traen a primer plano. Con la firma de los acuerdos que se avecina, ambas harán parte del pasado: la capital cubana seguirá siendo una más en el mapa del continente, y el grupo político en armas desaparecerá para dar paso a un nuevo partido. Ambas harán parte de la historia política de Colombia, pero el presente es otro y reclama la respuesta de las Izquierdas y los verdaderos demócratas: es la lucha por la refrendación popular de los acuerdos y por abrir espacio político a nuevas fuerzas capaces de transformar el país.
Pocas veces la alianza oligárquica ha entrado en una crisis de las magnitudes de la que se viene. Cuando las contradicciones afloraron, se expresaban como diferencias de estilos o de talantes, el estilo paisa ramplón y barriobajero de un expresidente, versus el talante citadino discretamente aconductado, de ascendencia presidencial y hecho en la gran prensa que exhibía el primer mandatario. Pero las contradicciones se están decantando y el eje de las mismas se ha venido desplazando de los asuntos formales hacia otros más de fondo como la percepción general de la sociedad, del Estado, de la justicia, de la democracia y obviamente de la paz. Las élites representadas por el uribismo no toleran ni transformaciones mínimas en la estructura de la propiedad agraria así les cueste otra guerra más, mientras los sectores que representa Santos buscan terminar la violencia guerrillera para ampliar el extractivismo desbocado, la reprimarización económica y los grandes agronegocios.
Mientras esa fractura se profundiza, igual se amplían las posibilidades para protagonismos diferentes. Todo a condición de que se entienda el momento y de que muchos dirigentes sociales y políticos distraídos se apliquen a dejar atrás sus pasados gloriosos, superar las nostalgias, unirse, ganar la refrendación de los acuerdos para sacudir el sistema político y propiciar dinámicas de paz, democracia y oportunidades para los de abajo.
Vivimos bajo el reinado de los miedos globalizados: a los inmigrantes, a los terrorismos, a los vecinos, a las guerras y hasta a las paces, como lo ilustra de maravilla la declaración política del Centro Democrático del 3 de agosto con la cual llama a los ciudadanos a rechazar los acuerdos en las urnas. Otrora fue el miedo de los conservadores a los liberales y de estos a aquellos, de los católicos a los ateos y masones, a los comunistas después, y así en un ciclo interminable hasta llegar al “castrochavismo” de hoy, el nuevo miedo que se ha inventado el expresidente Uribe para que no cese la guerra, para que sus intereses y los de su círculo queden intactos, para que más sangre sea derramada y algún días sus venganzas puedan ser satisfechas.
En este plebiscito, los enemigos a derrotar no son otros que los miedos, porque son ellos los que han alimentado nuestro pasado violento. Así, la paz será un ajuste de cuentas con la mezquindad y la mentalidad vengativa de unas minorías poderosas. La campaña por el SÍ a los acuerdos de La Habana tendrá todas las características de una fiesta nacional.
@CampoE Galindo