Quizá sea tiempo de decir que no fue la Guerra de los Mil Días la más devastadora en la historia de Colombia como acostumbra referírsele a modo de narración lejana, sino la guerra y la violencia de los 74.470 días que mal contado, en años de 365 días desde el 7 de agosto de 1819, es el tiempo que lleva este país desgarrándose entre sangres atestadas de motivaciones, discursos, justificaciones y sinrazones.
En esa brutalidad que llena la boca de tierra, sin empuñar un arma han sido víctimas del desafuero cientos de miles de nombres, cientos de miles de padres, cientos de miles de hijos o amigos de alguien, personas tiradas a las grandes fosas comunes, a los cementerios a los hornos crematorios construidos en 74.470 jornadas; personas que no estaban empuñando armas ni conformando ejércitos, seres que a lo sumo en algún momento, de verdad, solo “recogían café”.
Ana Fabricia Córdoba, Jaime Garzón, José Antequera, Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal, Jorge Eliecer Gaitán, Rodrigo Lara Bonilla, Alfredo Correa de Andréis, Alberto Alzate Patiño, Eduardo Umaña Mendoza, Elsa Alvarado, Mario Calderón, Luis Carlos Galán, Silvia Duzán, Diana Turbay, Alfonso Reyes Echandía, Carlos Medellín, Manuel Gaona Cruz, Fabio Calderón Botero, José Gnecco Correa, Emiro Sandoval Huertas, Ricardo Medina Moyano, Darío Velásquez, Cristina del Pilar Guarín, Lucy Amparo Oviedo de Arias, Bernardo Beltrán, Luz Mary Portela León, Carlos Mauro Hoyos, Enrique Low Murtra, Guillermo Cano, el padre Tiberio Fernández.
Unos nombres escasamente entre cientos de miles. Es que ese carácter oscuro de la cotidianidad nacional construida en 74.470 días y originado en la inequidad, en los negocios sucios, en formas sanguinarias y rentables de afrontar las ideologías o las cuestiones étnicas, ha dejado un poco más de 7 millones de víctimas solo desde 1985; unos 220.000 muertos (81 % civiles) en el ardor de los años sesenta hasta el 2012 cuando empezaron las negociaciones Gobierno – Farc, así como un registro de 60.630 personas desaparecidas forzadamente entre 1970 y 2015.
7 millones de víctimas desde 1985, 220.0,00 muertos (81 % civiles) en el ardor de los años sesenta hasta el 2012 cuando empezaron las negociaciones Gobierno – Farc, 60.630 desaparecidos forzadamente entre 1970 y 2015
Pero otra violencia anterior, si así puede decirse en esta continuidad circular, había iniciado en 1949 y había dejado más de 40.000 muertos, generalmente como testimonio de modos brutales, degradados, aterrorizantes; y otras violencias hubo antes y es otra o la misma la que crece ahora.
Autodefensas, narcotraficantes, chulavitas, paramilitares, nuevas guerrillas asociadas al narcotráfico, políticos colaboracionistas, minerías ilegales, toda una amalgama de pieles que se ha regodeado usando las técnicas del miedo y creando confusión.
El “cine gore” es un rentable género cinematográfico basado en relatos de horror llevados a la imagen de forma escabrosa, sanguinaria para estremecer al espectador; y todos estos, todos estos que se autodenominan así o asá, con sus insignias y sus banderas, todos estos hechos de la misma bilis, han conseguido construir una especie de realidad gore, una política o una cotidianidad gore.
Y entonces la desesperanza se adueña; se torna dificultoso creer en una paz total o en una de a trozos; asumir perdones, participar, exigir, elegir, pedir o rendir cuentas, inquietarse por la muerte ajena o el desfallecimiento propio.
La resolución 244 de tres días atrás, firmada por el presidente de la República, decide “Designar como gestor de paz al señor Salvatore Mancuso”. ¿Otra forma gore de la realidad en estos 74.470 días?; ¿Cruda ironía del destino, un sello espeso del galimatías?
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