Cuando leí la noticia de que el embajador de los Estados Unidos de América y nuestro ministro de defensa informaban del inminente desembarco de nuevas tropas de aquel país en el nuestro recordé lo que alguna vez dijo Abraham Lincoln: “Se puede engañar a todo el pueblo una parte del tiempo y a una parte del pueblo todo el tiempo. Pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo”. Y lo recordé no solo o no tanto porque crea que el argumento de que dichas tropas vienen a asesorar a las nuestras en la guerra contra el narcotráfico ya no se lo creen ni quienes las han traído, sino porque ya nadie se cree que esa maldita guerra sea contra el narcotráfico. Y no lo digo porque comparta la tesis, respetable por lo demás, de que ese batallón de especialistas en operaciones de falsa bandera, venga en realidad a preparar uno nuevo operativo militar contra Venezuela, después que hayan fracasado todos. No. Lo que digo es que hay que ser muy ingenuo, muy tonto o muy hipócrita para creer que la “guerra contra el narcotráfico” es en realidad contra el narcotráfico.
________________________________________________________________________________
49 años y más de 500.000 millones de dólares de los contribuyentes norteamericanos gastados en la guerra contra las drogas el resultado no puede ser más desolador
_________________________________________________________________________
Ha corrido demasiada sangre desde aquel junio de 1971 cuando Richard Nixon declaró, en una rueda de prensa en la Casa Blanca, que “la adicción a las drogas es el enemigo público número 1 de América”. Y pidiera y consiguiera de inmediato la aprobación por el Congreso de un presupuesto de 71 millones de dólares para iniciar la guerra contra las mismas. 49 años después y más de 500.000 millones de dólares de los contribuyentes norteamericanos gastados en ella el resultado no puede ser más desolador. Y no me refiero solo al estremecedor saldo de muerte y destrucción que nos sigue dejando como legado. Me basta con recordarles que Trump le echó en cara a Iván Duque, en su pasada visita a Washington, el hecho de que la superficie de los cultivos de coca supere actualmente la cifra de las 200.000 hectáreas y le haya pedido la reanudación de las fumigaciones aéreas con el nocivo glifosato.
Si las guerras tienen siempre un objetivo y se declaran victoriosas las que lo consiguen y fracasadas las que no lo hacen, no queda más remedio que declarar como fracasada la librada contra el narcotráfico. También podríamos declararla una guerra inútil sino fuera porque hay quienes se han beneficiado con los 500.000 millones de dólares que mencioné antes y a quienes les dolería mucho el bolsillo si de repente un inquilino de la Casa Blanca, pegara un puñetazo en su mesa del Despacho Oval y gritara ¡That´s enough! ¡Suficiente! ¿Qué sería de los empresarios de las cárceles privadas de los Estados Unidos que ganan lo suyo con ese 25 % de la población carcelaria más numerosa del mundo, presa por delitos relacionados con el consumo y el tráfico de drogas? ¿Que sería del entramado de abogados y banqueros que lavan miles de millones de dólares al año? ¿Qué sería de los chicos de la DEA y del FBI que actúan cuándo y cómo les conviene y en contra o a favor de quien les conviene? Y el mismísimo Departamento de Estado: ¿qué haría sin la libertad de ponerle el sambenito de “narcotraficantes” a los líderes políticos que le resulten incomodos? No sigo para no fatigar a mis lectores y porque pienso que esta breve enumeración es suficiente para demostrar que la “guerra contra el narcotráfico” es una guerra autista, una guerra que se alimenta de sí misma y que no tiene un objetivo distinto al de perpetuarse como tal guerra. Para beneficio de quienes se benefician y se lucran permanente con ella, incluidos obviamente los narcotraficantes. Por eso nunca se va ganar.