La Guajira, zona de sacrificio

La Guajira, zona de sacrificio

"El insaciable extractivismo solo es posible en regiones como esta, periferia desechable que solo interesa por su utilidad lucrativa"

Por: Martín López González
julio 13, 2018
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La Guajira, zona de sacrificio
Foto: Tanenhaus - CC BY 2.0

Nuestros pueblos originarios enseñan que la naturaleza también tiene derechos y que la agresividad en contra de ella tarde o temprano se devuelve. La cultura de la producción y el consumo infinito de los recursos del planeta nos tiene ante la perspectiva crítica irreversible por la quema desmedida de combustibles fósiles de la hecatombe climática: derretimiento de los glaciares y la alteración de la acidez y elevación de los mares. Se acerca el día en que no habrá agua dulce y limpia, tierras cultivables o alimentos suficientes.

Lo que para el resto del mundo es lejano, para La Guajira no. El extractivismo ha perforado y extraído de sus entrañas sus materias primas sin preocupación por los desechos que quedan en el agua, en la tierra y en la atmósfera. Lo desenterrado ha sido para exportación a las potencias coloniales, como el carbón para generación de energía o el gas para consumo en las grandes ciudades muy lejos de la explotación, mientras que el entorno ancestral está a oscuras y cocina sin gas.

Este modelo económico suicida, que toma y destruye la tierra sin dar nada a cambio, ha deforestado bosques inmensos, descabezado montañas, volado llanuras con explosivos, contaminado su río Ranchería y su mar y ha desterritorializado comunidades étnicas. En esencia la vida, se ha reducido a objetos para el uso de otras personas, convirtiendo a ecosistemas vivos complejos en “recursos naturales”. Donde arroyos, capa vegetal, animales, ni ninguna forma de vida detiene a los gigantes equipos de cargue, ni a los taladros que perforan su fondo marino.

La destrucción y desplazamiento de las especies animales, las capturas para traslado son mínimas, ocasiona que los animales de caza, aves y predadores desaparezcan totalmente del entorno. Los de menor movilidad como invertebrados y reptiles son los más severamente afectados. De la misma forma fueron desplazadas las comunidades campesinas negras e indígenas. Arrasando su derechos territoriales, económicos y su tejido social y cultural, por cuenta de la minería a gran escala de la región. La reconstrucción de esos hábitats es la propaganda sin éxito de la “minería responsable”.

Por igual, los guajiros se convierten en la mano de obra peor paga, a la que también hay que extraer todo cuanto se pueda día y noche, más allá de sus propios límites razonables y salud física y mental. En promedio a esos, en su gran mayoría técnicos y operadores, habiendo comenzado muy jóvenes les toca trabajar más de 35 años para poder pensionarse con una salud totalmente degradada. En el proceso los enfermos no son útiles, se desechan como problemas o carga social.

El insaciable extractivismo solo es posible en regiones como esta, periferia desechable que solo interesa por su utilidad lucrativa. A sus extractores solo los mueve el interés del “desarrollo económico”, como bien supremo por encima del bienestar de las comunidades. La Guajira como zona de sacrificio, solo se da, en esa forma brutal por residir en ellas unos pueblos y unas culturas que no les importan a las élites políticas nacionales y locales. Idea ésta asociada al imperialismo y al racismo. Los más afectados son negros y cobrizos.

Lo más indignante ha sido la decisión del presidente Pastrana y los politiqueros regionales que hicieron, quizás el peor negocio del mundo cuando “vendieron” a la estatal Carbocol en el 2000 y hoy esas acciones valen 300 veces más. Diariamente salen por la infraestructura ferroviaria más de 10 millones de dólares y las comunidades étnicas del entorno se mueren de hambre y sed. Billones de pesos han sido dilapidados por la corrupción política. ¡El gran sacrificio guajiro es responsabilidad de su mediocre clase política!

 

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