La Convención sobre Diversidad Biológica (COP16) es el evento global más importante para la conservación de la biodiversidad, en un contexto donde el cambio climático, la pérdida de especies y la contaminación representan crisis entrelazadas que amenazan la estabilidad del planeta. En esta cumbre, 196 países se unen con el objetivo de proteger las áreas terrestres, marinas y de agua dulce, estableciendo la ambiciosa meta de convertir el 30% de estas zonas en áreas protegidas para finales de esta década. La Guajira se presenta como un ejemplo dramático de los efectos de la degradación ambiental, donde la crisis hídrica y la inseguridad alimentaria afectan gravemente a sus poblaciones étnicas.
El 100% de los municipios de La Guajira son susceptibles al desabastecimiento de agua, una crisis que no surgió de la nada, sino como resultado de un modelo de desarrollo extractivista que ignoró las particularidades culturales, sociales y ambientales del territorio. Este modelo centrado en la explotación de recursos naturales para la exportación, ha creado un entorno de vulnerabilidad. La economía ha sido impulsada por actividades que devastan los ecosistemas, como la minería a gran escala y la explotación de combustibles fósiles, desenterrando de las entrañas de La Guajira materias primas que no benefician a sus habitantes.
El extractivismo ha perforado la tierra y desviado sus aguas sin considerar los desechos que quedan en el entorno. El carbón y el gas que se extraen de La Guajira sirven para alimentar el desarrollo de ciudades lejanas, mientras que las comunidades locales carecen de acceso a servicios básicos como la electricidad y el gas. Esta situación ha desforestado bosques, contaminado el río Ranchería y destruido la biodiversidad, todo en nombre del "desarrollo económico".
El problema del agua en La Guajira es alarmante. No puede haber una economía saludable sin ecología, y la falta de agua ha generado desastres humanitarios, especialmente en las comunidades indígenas wayuu, Wiwa, Afrodescendientes y Kogi. La represa del río Ranchería, construida originalmente para impulsar la agricultura, ha tenido que cambiar su propósito para priorizar el suministro de agua potable al departamento. Sin embargo, estos esfuerzos no son suficientes para enfrentar la grave sequía y la escasez de recursos hídricos.
Desde que las multinacionales carboneras llegaron a La Guajira, el paisaje ha cambiado drásticamente. Tierras que antes albergaban biodiversidad única y comunidades ancestrales han sido fragmentadas y degradadas por la minería. La fauna y flora, que incluyen especies endémicas y vitales para el equilibrio ecológico, han sido desplazadas o eliminadas, afectando gravemente los ecosistemas.
En las zonas mineras, la fauna de caza y los predadores han desaparecido, mientras que especies de menor movilidad como los invertebrados y reptiles han sufrido un impacto devastador. Al igual que la biodiversidad, las comunidades afrodescendientes e indígenas han sido desplazadas de sus tierras, viéndose forzadas a abandonar sus territorios y modos de vida. Esta situación ha roto el tejido social y cultural de comunidades que han vivido en armonía con la naturaleza por siglos.
La explotación de los recursos naturales en La Guajira ha sido, en esencia, una forma de despojo para las comunidades más vulnerables. En lugares como Roche, Patilla, Chancleta y Tabaco, los afrodescendientes han visto cómo sus territorios ancestrales han sido entregados a las multinacionales mineras. La historia del pueblo de Tabaco es un símbolo de la injusticia ambiental en La Guajira: su desplazamiento forzado, a pesar de la sentencia de la Corte Constitucional que ordena su reconstrucción, sigue siendo ignorado por las autoridades debido a intereses corporativos.
La Guajira ha sido convertida en una zona de sacrificio, donde la vida humana y la biodiversidad son relegadas en favor de los intereses económicos de las élites. El racismo estructural y el legado colonial han perpetuado un sistema en el que las comunidades indígenas y afrodescendientes son las más afectadas por la destrucción ambiental. Mientras tanto, los beneficios de la explotación de recursos como el carbón y el gas continúan fluyendo hacia las grandes ciudades y potencias globales.
La COP16 ofrece una oportunidad única para reconsiderar la relación entre desarrollo y conservación. En La Guajira la biodiversidad está al borde del colapso, pero aún hay tiempo para actuar. Es urgente que los líderes mundiales y nacionales adopten políticas que no solo protejan los ecosistemas, sino que también respeten los derechos de las comunidades que han vivido en armonía con ellos durante siglos. No puede haber desarrollo sostenible si no se protege el agua, la biodiversidad y las culturas que dependen de ellos. La Guajira, con su increíble biodiversidad y su riqueza cultural, no puede seguir siendo una zona de sacrificio. El mundo debe escuchar el clamor de sus pueblos y actuar antes de que la crisis ambiental sea irreversible.