Este 1 de julio La Guajira cumple 58 años como departamento. Pero no es un cumpleaños para celebrar, sino para lamentar la cruel realidad que ha vivido bajo el yugo de una clase política corrupta, mediocre e indolente. Han sido 58 años de un banquete para buitres hambrientos que han devorado sin piedad los recursos y el futuro de este territorio y sus gentes.
La Guajira, esa niña ingenua que creció con la promesa de un futuro brillante, ha sido víctima de un proyecto de región inexistente. En lugar de ser un faro de progreso se ha convertido en un lodazal de avaricia y desidia. Es como un jardín abandonado, donde las flores de la esperanza han sido pisoteadas por personajes sin escrúpulos que han llegado a gobernarla dejando a su paso una estela de delitos. Muchos de ellos juzgados y castigados, pero en su mayoría en impunidad.
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Las regalías al contrario de lo que se esperaba; ese manjar del que se han alimentado durante 38 años, han sido el veneno que ha corroído las entrañas de La Guajira. Como voraces pirañas, los ladrones empoderados han engullido cada centavo sin importarles el bienestar de la gente. Se han llenado los bolsillos mientras el pueblo se debate en la miseria y la falta de servicios básicos.
Es un triste espectáculo ver cómo la corrupción ha transformado a La Guajira en un desierto de promesas incumplidas. Los planes de desarrollo, esos castillos de arena construidos por administraciones ineptas, se desmoronan bajo el peso de la negligencia y la codicia. Es como un carnaval de payasos incompetentes que hacen malabares con el dinero del pueblo.
La Guajira, con recursos naturales extraordinarios, ha sido convertida en un “moridero de pobres”, no por el cólera, como en la novela de Gabo, sino por la deshonestidad y la avaricia humana. La economía extractivista, y en especial, la explotación carbonífera ha dejado un paisaje desolado, como un agujero negro que absorbe la vida y el futuro de los habitantes de esta región. Mientras tanto, la politiquería se pavonea como ave de rapiña, aprovechándose de las regalías e impuestos y dejando en el camino un rastro de destrucción.
En lugar de sembrar semillas de desarrollo, han cosechado espinas de pobreza y exclusión extremas. La Guajira, esa niña abandonada en la carretera del progreso, ha sido dejada a merced de su suerte. Es como un barco a la deriva, sin timón ni destino, mientras la corrupción y la mediocridad como hermanas siamesas, se deleitan en sus opíparos banquetes de corrupción.
Nuestro departamento, con sus indicadores de desarrollo humano en el sótano; los peores de Latinoamérica, es el reflejo de una clase política inhumana e inepta que ha saqueado las arcas del departamento sin piedad, dejando a su paso un rastro de desesperanza, desolación y muerte. Esta “dirigencia” es como un vampiro sediento de sangre, que se alimenta de la vida y el futuro de La Guajira, reflejado conmovedoramente en la morbimortalidad de la primera infancia.
Es hora de que este festín de buitres termine. La Guajira merece un futuro mejor, libre de la ambición nefasta de politiqueros sin escrúpulos. Es hora de que el pueblo se levante y exija un cambio real. No más promesas vacías, no más banquetes para los carroñeros. Necesitamos líderes comprometidos, dispuestos a construir un verdadero proyecto de región. Solo así podremos ver el renacimiento de esta mujer llamada La Guajira, convertirse en un ejemplo de prosperidad, vida y esperanza.
