La Guajira es la representación sublime del saqueo. Por más de 500 años, la historia evidencia el expolio y su degradación en todas las dimensiones, mostrando la miseria de la mayoría transformada cruelmente en la riqueza de unos pocos. La península de La Guajira fue el primer escenario de tierra firme explorado por los europeos desde su llegada al no Nuevo Mundo en 1492. Buscaban riquezas y aquí establecieron las primeras encomiendas coloniales. En vez de evangelizar, sometieron a nativos y trajeron las primeras personas secuestradas de los reinos africanos.
La Guajira pronto se convirtió en campo de una feroz y eficaz resistencia hasta la entrada de la República. Es sabido que el saqueo genera conflictos y depende de la miseria y el sufrimiento de los pobladores; por ello no cabe duda que las áreas conquistadas y colonizadas fueron aquellas donde la resistencia flaqueó, propiciando el exterminio de los wanebukanes y kariakiles.
La extracción de ostras perleras y oro sirvieron a los intereses colonialistas. Posteriormente, le siguió la de la madera, el caucho y el dividivi. Bonanza, una tras otra. La marimbera fue muy significativa por su facilidad, organización y la manera "incluyente" con la que les permitió a los guajiros participar, capitalizando su sociedad y generando conflictos parentales. Las bonanzas económicas en La Guajira llevan impreso el sello del saqueo desmedido y la degradación. La extracción de gas natural y carbón son en la actualidad el testimonio fehaciente. Se trata de grandes encomiendas coloniales y concesiones mineras donde la producción monetaria termina excluyentemente concentrada para el beneficio de unas estrechas élites poderosas.
El empobrecimiento deliberado a través del debilitamiento de las actividades económicas que sí producen impactos positivos a los hogares guajiros, guarda estricta relación con las modalidades extractivas de los recursos naturales empleadas por las élites locales, nacionales y corporaciones de enormes capitales. Esas élites rigen el destino, indiferentes a los resultados nefastos que provocan sus medios de desarrollo impositivos e insostenibles. Además, con el uso de mecanismos coactivos aseguran el provecho monetario para satisfacer sus intereses excluyentes, mermando la capacidad de impacto positivo de tales recursos sobre la población general.
Desde 2016, el Gobierno ha anunciado que se encuentra todo listo, y antes de terminar 2017, se llevarán a cabo los procesos de perforación y explotación en cuatro pozos de gas natural offshore frente a La Guajira; sin exponer con suma claridad los resultados que producirán las gigantescas reservas. Por otro lado, la endiosada carbonera Cerrejón Ltd. pretende ampliar las fronteras extractivas luego de realizar una consulta previa fraudulenta. Lo que llama la atención es la inequidad del sistema jurídico colombiano: Cerrejón no recibió sanciones, al contrario, le concedieron la oportunidad de repetir la consulta.
Los efectos en La Guajira son los mismos que se evidencian en todos los lugares del planeta en los cuales opera el saqueo: violación sistemática de derechos humanos, debilitamiento de las actividades económicas locales y obstrucción en la obtención de recursos como alimento y agua, conllevando al despoblamiento de las áreas de impacto. También, se ve el incremento de la inseguridad y la corrupción; la falta de infraestructura, cobertura y prestación de servicios públicos, la cual se traduce en altos índices de necesidades básicas insatisfechas, analfabetismo, desnutrición, mortalidad (sobre todo infantil), epidemias, miseria, conflictos bélicos, y un largo etcétera.
Lo anterior ocurre en estos momentos en Chad, Níger, Malí, países africanos ricos en recursos naturales, pero los más pobres del planeta. El saqueo denominado eufemísticamente “inversión extranjera” es presentado por los gobiernos y las corporaciones, las élites de poder económico y político, como la panacea para todos los males. Se dice que ese tipo de inversión atrae “progreso”. En La Guajira, la estratagema aplicada fue la del ‘chorreo de las royalties’ (regalías), las élites las reciben como aguaceros y los guajiros como lloviznas. El espejismo del saqueo interpretó erróneamente las royalties como el remedio para esta entidad territorial azotada por múltiples problemas.
El saqueo es la realidad que aún vive La Guajira en el siglo XXI. En 2016, murieron 89 niños con desnutrición, según cifras oficiales de un Estado ausente. El Gobierno achacaba las muertes a la sequía del fenómeno de El Niño, mientras que en la represa El Cercado el agua era y es suministrada a la minera Cerrejón y a cultivos de exportación. En esta contemporánea colonia global, llamada La Guajira, los ciudadanos y ciudadanas son colombianos siempre y cuando se puedan saquear los recursos naturales conforme a los intereses de las élites, pero dejan de serlo cuando el Estado debe proveerles el bienestar necesario y asegurarles su desarrollo.
Pero el saqueo es prejuicioso y envilece la condición humana: los indios eran mitad bestias y los negros carecían de alma; actualmente son los más corruptos, narcotraficantes, contrabandistas, desprovistos de mano de obra calificada. ¿Cómo justificar la exuberante riqueza contrastada con su extracción desmedida y la pobreza soberbia que imposibilita las mejoras sociales? En el imaginario de la población “el Estado brilla por su ausencia”. ¿Cuántos botones se necesitan para mostrar el ausentismo estatal? No se toman decisiones efectivas sobre las problemáticas urgentes, no hay Estado para el bienestar del pueblo, mas sí para decidir sobre los recursos naturales.
El 20° Congreso de Naturgas expone sin vergüenza los últimos hallazgos, el potencial energético con que cuenta el país y detalla las inversiones y concesiones otorgadas. El foco de mayor atención es La Guajira, donde se concentra ese potencial energético de Colombia. El gobierno central invirtió 136 millones de dólares en exploración sísmica a nivel nacional. La Guajira es vendida como si fuera centro comercial en el que se ofertan productos de hidrocarburos para el mercado mundial.
Es un oasis de riqueza enclavado en un desierto de lágrimas. Los guajiros esperan con silencio en modo inamovible la inversión, las estrategias y soluciones a sus problemáticas. ¿Hasta dónde llegará La Guajira con tanto expolio a cielo abierto e incertidumbre; sumados al desvalijamiento de sus rasgos autóctonos económicos, sociales y culturales, la destrucción del ambiente, y la miseria ascendente arropada con invisibilidad? Uno de los lugares más pobres del planeta, imperceptible al mundo para que difícilmente se conozca su realidad.
¿Cuándo tendrán los guajiros la dicha de recibir el bienestar de la riqueza que sus ojos ven escaparse por los puertos marítimos, o fluir en gasoductos con destino a satisfacer la demanda en Colombia y Venezuela cuando la mayoría en sus hogares cocina con leña? La desigualdad evidencia además que la inversión estatal así como la infraestructura giran solas alrededor del saqueo.
Urge tomar conciencia colectiva sobre los verdaderos efectos ocasionados por las actividades extractivas en la región, muy alejadas, por cierto, de la imagen corporativa que con el mismo dinero del expolio se dan el lujo las multinacionales de mostrar al mundo. La clave reposa en darle sentido al interés general en las políticas públicas y una "apertura democrática" por medio de la gobernanza, la conciencia y el respeto por los derechos humanos, y el reconocimiento de las actividades económicas por parte del Estado que las ha venido ilegalizando todo el tiempo.
Sí son muchas las propuestas habidas sobre la mesa, no obstante, corresponde advertir al público que la realidad presente que se anhela cambiar en pocas generaciones es la despiadada historia de casi 525 años de saqueo continuo.