Era algo que ya la “media del régimen”, tan sensible y solícita en inducir explicaciones, había insinuado con el viejo cuento de la línea dura y la línea blanda dentro de las Farc (“la línea mamerta y la línea revolucionaria que dicen los uribistas), que convivían en su seno manteniendo a través de la autoridad máxima del “secretariado” un consenso unitario de acomodo y hasta artificial entre los diversos frentes, que por razones de la guerra impuesta se hallaban prácticamente federalizados.
Una hipótesis bastante sugestiva sugiere que la fractura se hizo evidente durante “la negociación de la Habana”, desde el momento en que desde lo alto se les impuso a todos sus delegados, la decisión de abandonar la consigna estratégica de continuar el proceso constituyente y darle forma final con una constituyente territorial que formalizara una nueva distribución del poder tanto central como regional para remplazarla por la “línea roja de Santos” de no hacer ninguna constituyente y sustituir su legitimidad y legalidad por un incierto y costosísimo “plebiscito” electorero como mecanismo refrendatorio del acuerdo alcanzado.
Los resultados deslegitimadores, de todo tipo, fueron el fruto de semejante estulticia política y de ahí en adelante, la Farc se montó en el tobogán cubierto, sin regreso y sin salida, hasta el estruendoso y deprimente porrazo con la tierra que significó haber convertido 52 años de resistencia al terror contrainsurgente del Estado, en 52 mil votos: mil voticos por año.
Eliminada “conscientemente” y por lo más alto la posibilidad de hacer en la estructura de poder de Colombia cambios constitucionales legítimos y legales como los pactados en la Habana, mediante un mecanismo amplio, democrático y popular como una asamblea constituyente territorial, algo por lo que se había luchado (y se seguirá luchando) para reemplazarlos por unos parches porosos, sujetos a la buena voluntad de las clientelistas “bancadas” parlamentarias dominantes, o a las decisiones de los magistrados de las altas cortes, para el régimen dominante no siguió sino cantar y bordar en el camino de cumplir sus tres principales y siempre explícitas metas político-militares y económicas ( eso de la perfidia hay que mirarlo con lupa); metas que nunca fueron ocultadas:
Una, desarmar definitiva y apresuradamente “la guerrilla comunista más antigua del continente americano”, algo de lo que hoy se enorgullece Santos. Otra, convertir el proceso de paz con las Farc en un simple proceso de sometimiento y reincorporación, el cual, hasta los mismos miembros de antiguo secretariado están hoy pidiendo se cumpla con su reincorporación. Y tres, cumplir finalmente la meta suprema dictada por la determinación economía, de que los dineros de la corrupción (sostén del régimen dominante) no se pueden distraer en reformas, ni cosméticas ni de ningún otro tipo.
¡Ay de los billones de pesos destinados a la implementación de la paz con las Farc desfalcados en el ministerio del posconflicto del liberal contrainsurgente Pardo Rueda!
¡Ay de los 15 mil millones de pesos del ultimo desfalco de las heroicas Fuerzas Armadas de Colombia, verdadero Dios Atlas con el régimen en los hombros!
Luego, como el canto del cisne negro, vino el desastroso congreso constitutivo del partido de la rosa con su cuestionada presidencia, su cuestionada democracia interna, y sus cuestionadas y famosas “tesis de abril”, en donde se abandonaron, entre muchas otras cosas, los principios ideológicos y políticos rectores de tantos años de lucha para remplazarlos por una viscosa formulación denominada “teoría critica”, y con ello también abandonar en lo fundamental las reivindicaciones Territoriales que estaban eclosionando fuertemente en el movimiento de masas de la movilización social.
Se supuso o se creyó equivocadamente que el movimiento social (como en las tesis de abril de Lenin) iría a recoger y a hacer suyos los planteamientos globales del partido de la rosa. Pero sucedió lo contrario, la eclosión revolucionara de lo Territorial les volteó la espalda y continuaron la búsqueda en otros rumbos más representativos. Una vez más las masas movilizadas tenían la razón.
Pero hay más. Otra hipótesis también sugestiva de todo este contradictorio proceso, poco tenido en cuenta (por aquello de haber abandonado el Marxismo) es lo relacionado al análisis de clase dentro de la misma Farc: su secretariado y los 17 miembros que formaron la delegación de las Farc en la Habana y alcanzaron los Acuerdos con el gobierno de Santos, eran o son de extracción pequeño-burguesa; salidos de las muy abundantes y populares capas medias “radicalizadas”, con acceso a cierta educación, en los pequeños y medianos pueblos del complejo rural-urbano, como por ejemplo La Tebaida; hijos del comerciante pequeño, del artesano, de los empleados municipales, etc. No hay obreros de las grandes ciudades, ni sindicalistas, ni otras clases sociales avanzadas o progresistas de las grandes ciudades en esa estructura dirigente. La biografía de cada uno de ellos no deja dudas. No es un defecto, ni una crítica, ni un demérito, sino un hecho sociológico y político que tiene consecuencias y continuará teniéndolas.
En contra posición, la mayoría de las bases guerrilleras o “guerrillerada” que se llama, sin riesgo de “generalización”, si es de extracción campesina, pobre, explotada directamente, miembros de las comunidades étnicas y negras y hasta campesinos medios: Raspachines y cosecheros, jornaleros, campesinos y campesinas “cocaleros”, algo de lumpen rural y urbano meseras, cantineros, etc, quienes a diferencia de los pequeños burgueses, como diría Marx, no tienen nada más para perder que su cadenas, y, de ahí su ferocidad y crueldad indignante.
El desencuentro aludido y la división arriba mencionada, se dio cuando el delegado de base llamado “Gentil Duarte”, rompió con la delegación de las Farc en la Habana y se regresó subrepticiamente a sus bases guerrilleras, siendo inmediatamente declarado “disidente” por la Media del régimen y de “desertor” por la dirección máxima de las Farc.
¿Qué había pasado?
Que con su olfato de indio discriminado y explotado, que durante tantos años había aprendido a sobrevivir al exterminio contrainsurgente confiando solo en su “arte guerrero” (no en la ciencia de la geoestrategia), percibió el engaño mortal que se estaba fraguando y no fue más. Y así, el vacío de dirección y conducción dejado por la pequeña burguesía popular se fue llenando espontánea y paulatinamente por guerrilleros desmovilizados de la base de muy diferente formación y experiencia (uno de ellos el Guache) quienes también percibieron el mismo riego mortal al que habían sido llevados y se regresaron a su hábitat. Flujo aumentado por el genocidio sistemático de lideres sociales y ex combatientes de base guerrillera con sus familiares, adelantado por el régimen contrainsurgente como parte de ese mismo plan oficial arriba mencionado para el post conflicto
El informe de la Fundación Ideas para la paz, recientemente publicado en el diario El Espectador (15 abril 2018) es una dramática muestra de ese proceso de “guachificación” que he denominado. Dieciocho (18) grupos “disidentes” de las Farc en proceso de formación y crecimiento irregular, distribuidos por todo el territorio de Colombia no es algo para menospreciar).
¿Cómo ha respondido el Gobierno de Santos?
Rehén del gobierno de los EE.UU, de los dineros de Sarmiento Angulo y su candidato Vargas Lleras. Con una explosiva situación de “orden público” en las fronteras ecuatoriana y venezolana. Con un cambio en la sede de los diálogos del Ecuador. Dos escándalos de corrupción mega millonarios en el ministerio del posconflicto y en las FFMM y en la agonía de su gobierno, Santos le ha entregado toda la nueva política contrainsurgente del Estado a quien fuera su “superministro de la presidencia” el fiscal Martínez, quien acaba de introducir la última y remozada versión militar de la War on Drugs estadounidense como la política oficial de Colombia para combatir las disidencias de las Farc, enconar aún más la situación y el nuevo conflicto que está en marcha y mexicanizarlo, en lugar de recapacitar y confirmar una vez más que mediante la vía militar no se obtendrá ningún éxito verdadero y menos duradero.
Con todo, es necesario ver que debajo de todo este abigarrado acontecer fluyen dos procesos, quizás entrelazados. Uno, la eclosión de la movilización social y de lo territorial (¿No han notado que Petro se pone un sombrero típico de la región en cada pueblo donde hace demostraciones electorales de masas?). Y otro, el proceso de “guachificación” de las llamadas disidencias de las Farc que apenas se ha iniciado, como parte del nuevo ciclo de violencia que está en marcha en Colombia, anunciando nuevos sufrimientos para el desventurado pueblo colombiano del común.
Así las cosas, volvemos a las tres consignas básicas que desde hace tantos años se han planteado como una representación recurrente para sacar a Colombia de la crisis de podredumbre en la que se debate:
- Solución política al histórico conflicto social y armado de Colombia, que en lugar de solucionarse parece enconarse cada vez más
- Constituyente territorial, amplia democrática para garantizar los cambios estructurales y la nueva distribución de los diferentes poderes en juego gestados en todo este proceso constituyente.
- Movilización de masas, en toda la amplitud del concepto.