Pronto la noticia se regó por todo el pueblo. Los parroquianos lo comentaban en todas partes, en las esquinas, en el billar, afuera de la iglesia, en el kiosco del hospital y en el mercado. A los únicos a los que no les había llegado el chisme era a los propios protagonistas.
Ellos confiaban en que todo su trabajo se hacía en total secreto, por tanto se reunían en las noches en la finca Canaan, inmueble de propiedad del hijo del señor Urbano Mier, socio principal de Kennedy Vargas en el proyecto de conseguir la guaca del Cerro Barco. Cada noche se sentaban afuera de la casa de la finca, aprovechando la soledad de la misma. Con plano en mano, el viejo Urbano le indicaba a Kennedy las zonas donde podía encontrarse el tesoro.
Todo comenzó en una parranda en casa de un viejo advenedizo que llegó a Tamalameque un año antes, el viejo llegó leía las cartas y echando la suerte a los crédulos, luego de grandes aciertos en temas familiares y liberar a los pobladores de muchos males, se radicó en el pueblo con su mujer, haciendo amigos y mezclándose con todos como uno más.
Fue en ese momento que perdió la magia, sus clientes se convirtieron en sus amigos y, al mismo tiempo, dejaron de creerle; para esa época el único que lo seguía consultando era Kennedy. Sin embargo, en aquella parranda Urbano Mier contó una historia de su niñez: “Yo fui criado en una finca en las estribaciones del Cerro Barco, esa finca siempre fue de mi familia, viene de 5 generaciones hacia atrás. Cuando yo tuve uso de razón, la tenía mi bisabuelo y él, al morir, la heredó mi abuelo, pero mi padre no pudo heredarla porque la invadió la guerrilla y hoy está llena de campesinos. Es una lástima porque dicen que ahí hay guacas, ya han encontrada muchas, pero la más grande no la han podido encontrar, una que tiene un búho del tamaño de un niño, fabricado en puro oro". Estas palabras llamaron la atención del brujo, quien interesado por el tema manifestó: “ yo la encuentro". Desde ese día comenzó el proyecto secreto de la guaca.
El viejo Urbano Mier era el guía, el brujo actuaba como bitácora mágica y Kennedy Vargas era el encargado de las finanzas. Se hicieron muchas expediciones al Cerro Barco. Todo lo hacían de noche para no llamar la atención. Salían a las 5 de la tarde de Tamalameque y comenzaban las excavaciones con la puesta del sol hasta llegada las cinco de la mañana. No se sabe realmente de dónde salió el chisme de la guaca, algunos dicen que Arnold (el sobrino de Kennedy) lo escuchó hablando del tema, otros dicen que el tendero donde Kennedy fiaba las provisiones que se llevaban para sus noches de aventuras... en fin, no se sabe, lo único cierto es que el chisme ya estaba en boca de todos.
Para esos días Kennedy tuvo un percance de salud, en una de sus piernas se le presentó un enrojecimiento con muestras de picaduras de un animal silencioso, igualmente presentaba fiebres y mareos. En el círculo cercano al convaleciente, los amigos decían en voz baja, sin que él se enterara, que se trataba de un pito que lo había picado en el Cerro Barco.
Kennedy se enteró de que el chisme rodaba al garete por todo el pueblo, porque los pelaos de la Escuela Madre Laura, cuando él pasaba para la finca que habían convertido en oficina de trabajo, le gritaban por los calados “cuánto cuesta el búho, para cuándo la guaca". Al poco tiempo ya era de conocimiento público la guaca del Cerro Barco, entonces comenzaron a trabajar de forma más rápida en sus excavaciones y búsquedas, temiendo que los banqueños (oriundos del Banco Magdalena) se enteraran y les ganaran ventaja.
—Ya sé dónde está la guaca, en el sueño se me reveló el sitio exacto, está debajo de un árbol de totumo por el camino que sale de la finca y conduce a la parte más alta del cerro— les dijo el el brujo una noche.
—¿Cómo lo sabes?— preguntó el viejo Urbano ante esta afirmación.
—Lo soñé— contestó el brujo.
—¿Lo soñaste?— preguntó Urbano inquieto.
— Sí, soñé que debajo de ese árbol había una luz amarilla que salía de la tierra, no me cabe duda de que ahí está la guaca— replicó el brujo.
—No se diga más, esta noche la sacamos— Kennedy emocionado les dijo.
El brujo les hizo saber que no podían excavar sin protección, que la única forma era ir a Guayacanal, donde el Brujo Manuel les haría un baño para poder excavar sin exponerse a las fuerzas malignas conjuradas en el tesoro. Sin embargo, le comentó que el baño costaba dos millones de pesos y que él no los tenía.
Kennedy prestó el dinero a un agiotista local y lo entregó al brujo. Esa noche parrandearon con sancocho y buen whisky, dice Arnold Danilo (el sobrino de Kennedy). En medio de la borrachera, los socios hablaban del valor del búho y los precios oscilaban entre 500, 1000 y 2000 millones, según las especulaciones que ellos hacían del tamaño y el peso. Ante tal abundancia de dinero, el viejo Urbano manifestó sus deseos de pompa, de buena vida y mujeres. El brujo guardó silencio, pero Kennedy manifestó que con esa plata haría principalmente dos gastos: “Lo primero, ñero, es comprarme el purgante más fuerte del mercado farmacéutico. El segundo, comprarme un helicóptero”. “¿Eso para qué?” preguntó el brujo. “Con el efecto que me haga el purgante me monto en el helicóptero y me cago en este hijue… pueblo de chismosos” respondió Kennedy en medio de risas.
El brujo salió del pueblo ese lunes temprano en el primer carro de línea, de eso han pasado ya muchos años, nadie volvió a saber de él, pero en el pueblo seguían preguntándole a Kennedy y al viejo Urbano por el tesoro del Cerro Barco.