Ahora que les dio por poner de moda la “percepción” por sobre la realidad misma de las cosas, digamos que cada día crece la percepción de uno de los fenómenos que más preocupan en relación con el futuro de la democracia: se trata de la degradación de la calidad del liderazgo político actual.
Si bien es cierto que un repaso serio de nuestra historia nos lleva a concluir que a Colombia le ha faltado contar con una dirigencia política más grande y comprometida con su nación, también es cierto que una comparación entre los dirigentes de ayer y los de hoy nos arroja un abismo en cuanto a sus niveles de formación y de talante. Resulta evidente que en el pasado brillaron líderes con pensamiento, capacidad argumental y seriedad muy superiores a los de hoy.
No obstante, los síntomas que dan lugar a dicha preocupación vienen manifestándose desde hace algún tiempo, esta semana abundaron los dirigentes que se esmeraron en hacer gala de su deplorable factura.
El primer paso lo dieron veintitrés Representantes a la Cámara.
Cuando comenzó a rondar el rumor de que existía la ocurrencia de presentar un proyecto de reforma constitucional para prolongar los períodos del presidente y del Congreso creí que un despropósito de tal naturaleza no podía pasar de ser eso, un simple rumor.
Cuál no sería la sorpresa cuando vi, cuando todos pudimos ver, que no era mentira, que un grupo de veintitrés congresistas de diferentes partidos habían cometido la estupidez inigualable de presentarla.
Una cosa sin pies ni cabeza. De sus argumentos, ni para qué quemarles tiempo. Algo absolutamente desestimable. Se sabía que allí no había nada y que nada pasaría, tal como nos dimos cuenta al cabo de las pocas horas que demoró en disolverse la iniciativa.
Pero en esta política colombiana que nunca deja de asombrarnos, la peor estupidez aún estaba por ocurrir.
Cuál no sería la sorpresa cuando vi, cuando todos pudimos ver, que un grupo de dirigentes, algunos candidatos presidenciales entre ellos, decidieron convertir la estúpida iniciativa en una flamante y peligrosa conspiración de Golpe de Estado. Sí, de un Golpe de Estado con mayúsculas, como el nombre de una película de terror.
Otra cosa sin pies ni cabeza. De sus argumentos, ni qué hablar. Algo aún más desestimable. Se sabía que allí tampoco había nada y que nada pasaría, tal como nos dimos cuenta al cabo de las pocas horas que también demoró en disolverse el fantasma tuitero de su Golpe de Estado.
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El asunto podría archivarse en el anaquel de los mares de babas del debate presente de no ser por la destacada connotación de los protagonistas
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Se podría decir que no vale la pena darle más largas al asunto y dejar el tema allí para archivarlo en el anaquel de los mares de babas del debate presente de no ser por el cuidado que amerita la destacada connotación de los protagonistas del sainete antigolpista. Es que se trata de personas que aspiran a ser presidentes de la República y que tienen una relevancia social muy importante.
Por donde se lo mire, el episodio es preocupante.
Primero, porque todo aquel que cuente con dos dedos de frente y un milímetro de conocimientos de política sabe que la estupidez de un grupo de parlamentarios en nada se parece a un golpe de Estado. Luego quienes intentaron montar el fantasma de un golpe de Estado tenían que saber que estaban diciendo mentiras.
Segundo, porque en el remoto e hipotético caso de que efectivamente creyeran que se fraguaba un golpe de Estado, la cosa podría ser peor. Podríamos estar ante unos casos de paranoias severas que bien merecerían ser tratadas médicamente antes de que unas fuertes psicopatías sigan poniendo en riesgo las lógicas dialécticas que debe tener la democracia para poder subsistir.
Y tercero, porque si no estamos ante a un fenómeno paranoico y sí frente al de mentir sin ningún pudor ni reservas, esto quiere decir que en el fondo lo que sienten es un gran desprecio por la inteligencia y la dignidad de nosotros los colombianos.
No señores, ni la polarización lo justifica todo ni ganar a cualquier precio es el camino.