Más fácil es decir quién perdió que quién ganó
La respuesta de siempre, ‘ganó la democracia’, es simple en el sentido tautológico de que ganaron los que más votos obtuvieron, que ganaron los que dicen los resultados. Pero ¿a quién le ganaron y quienes perdieron? es otra pregunta.
En tal sentido es conveniente entender la naturaleza y el contenido de la mecánica de estas elecciones.
Porque lo pertinente es pensar si fue derrotado el proceso de cambio y si eso es bueno o malo; y al respecto quedan más preguntas que respuestas.
Por un lado sigue el mismo gobierno y, dado el carácter de Petro, quien en este momento encarna y hasta cierto punto simboliza ese ‘proceso de cambio’, puede producirse una reacción más polarizante que por supuesto no presagiaría nada bueno -o sea que nadie habría ganado-.
Por otro lado sí como muchos lo vemos el proceso y el cambio no dependen de una persona sino de evoluciones sociales e históricas, el resultado puede ser solo un atraso del ajuste que el país necesita y una acumulación o represamiento de la deuda social pendiente.
Para muchos se derrotó al ‘comunismo’ y desaparece su motivo de angustia. Ganaron ellos en el sentido de que, como los niños chiquitos que le temían a un ‘coco’ que no existe, pueden superar lo que no es más que una errada obsesión o fobia, puesto que no solo lo que encarna el gobierno no es nada parecido, sino que aún como teoría, modelo o propuesta ese ‘comunismo’ ya prácticamente desapareció.
Para muchos se derrotó al ‘comunismo’ y desaparece su motivo de angustia. Ganaron ellos en el sentido de que, como los niños chiquitos que le temían a un ‘coco’ que no existe
Perdió sin lugar a discusión la estructura política del ‘Pacto Historico’: de por sí era una coalición meramente electoral y el resultado electoral le es clarísimamente desfavorable. En cifras y resultados los candidatos que corrieron a su nombre no obtuvieron ni la mitad de lo que habían ganado en la anterior elección.
Con esto también pierde claramente Petro y el petrismo, aunque probablemente en proporción mucho menor, puesto que seguramente el rechazo a él mismo, a su gobierno y a sus propuestas es menor que al de los candidatos perdedores en las urnas.
Porque cada elegido responde a dinámicas puntuales y ningún partido político o movimiento se puede considerar vencedor. La oposición retomó su influencia según el poder económico y político de cada región. A título personal ganador fue Carlos Fernando Galán, y dirigentes como Alvaro Uribe o César Gaviria parece que fue más lo que perdieron que lo que ganaron tanto ante sus partidos como en términos de relevancia nacional.
Pero en términos de lo que significan los resultados quien más perdió fue la ‘democracia’:
en cuanto a operatividad, puesto que como organización política ha sido sustituida por una especie de anarquía político-electoral. La cantidad y diversidad de mezcla de apoyos a las candidaturas, sin ninguna explicación diferente que el propósito de ganar la elección, es no solo la manifestación más clara de falta de líneas ideológicas en los partidos sino de la ausencia total de ética política y la consolidación de la politiquería como único camino para pretender aspirar a servir el interés público.
Y en cuanto a los objetivos, no da para esperar que se cierre la brecha social, ni que mejore la Administración de Justicia, o que se combata más o mejor la corrupción, ni que se avance en la igualdad de oportunidades, etc. Con lo qué pasó no se consolida el cambio requerido sino más bien un cambio hacia atrás. Ganaron sí quienes se benefician actualmente de las diferentes formas de poder (económico, político, mediático) puesto que, como lo señalan los analistas extranjeros, es un retorno parcial hacia el statu quo anterior.