Por siglos fuimos adoctrinados en una verdad sagrada, somos los buenos. En consecuencia, todo lo dañino que suceda es obra de los otros, los malos. Las guerras siempre nos fueron explicadas con un argumento simple, gente perversa aspira a arrebatarnos lo nuestro, lo justo. La paz equivalía por tanto a la imposición de nosotros sobre ellos. Si no era posible aniquilarlos, al menos sí reducirlos y mantenerlos a raya, impidiéndoles florecer de nuevo.
Nuestros principios y reglas eran los mejores, la democracia, las libertades, la justicia. Los otros, por el contrario, representaban la autocracia, las dictaduras, el totalitarismo y el oprobio. Teníamos hasta la mejor de las religiones, la más racional y justa, la más humana. Ella iluminaba, con la venia de Dios, todas nuestras acciones. Así nos lo hicieron creer. Hoy percibimos que todo ese conjunto se desploma inexorable de manera estrepitosa.
Israel comete el más repudiable crimen contra la humanidad en Palestina. Sus gobernantes se enorgullecen del horror que causan y pretenden que todos reconozcan su justicia. Nada más equivocado. Por todas partes del mundo late el clamor de condena, nadie con un elemental sentido de decencia puede apoyar lo que hacen. Aún así, los gobiernos de los Estados Unidos y la Unión Europea lo respaldan, sin líneas rojas, en una vergüenza histórica.
La recurrida excusa de la culpa es de los otros ya no sirve. Se ha puesto en evidencia una aberración ancestrao. Desde que las grandes potencias, con Inglaterra a la cabeza, crearon el estado de Israel, este ha agredido sin piedad, asesinado, desterrado y humillado al pueblo de Palestina. Por cruel que pueda parecer, alguna reacción debía en lógica producirse. Sin embargo, esas grandes potencias siempre han rodeado de aplauso la ejecución del genocidio.
Animadas una y otra vez por sus negocios. La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue aprobada el mismo año que fundaron a Israel, que se encargaría de violarla por completo impunemente. La llamada anglosfera, Occidente, después con los Estados Unidos a la cabeza, saturó a América Latina y el Caribe, África y gran parte de Asia de guerras infames, invasiones, golpes de estado y saqueos bajo las banderas de la democracia y los derechos humanos.
Poseídos por su pretendido derecho a dominar a su antojo a los demás, aplastándolos como cucarachas si se les oponían. A Rusia la sindican de haber invadido a Ucrania y le imponen mil sanciones económicas y políticas, callando sus propias invasiones a Yugoeslavia, Irak, Afganistán, Libia o Siria, con millones de muertos de por medio, y convirtiendo en ruinas países enteros, entregándolos a la furia incontrolada de oportunos grupos terroristas.
Nada dicen de la expansión de la OTAN tras la desaparición de la URSS, sólo para cercar y destruir a Rusia, a la que históricamente consideran su rival, un país cuyo mayor pecado fue liberar a Europa de las garras de los nazis. Ni de sus ochocientas bases militares esparcidas por todo el mundo, y que rodean estratégicamente a Rusia y China, a miles de kilómetros de sus propios territorios. Es que la culpa siempre fue de los otros, que siempre soñaron con dominarnos.
¿Cuál fue el pecado de Cuba, Venezuela o Nicaragua, si no el de creer posible desarrollarse soberanamente, por fuera de potencias extranjeras que las despojaran de sus recursos? ¿No fue por lo mismo que derrocaron a Dilma Rousseff, encarcelaron a Lula, le dieron el golpe a Zelaya, Lugo, Chávez y a Evo Morales, entre otros? Tras cercar, bloquear y hundir en la miseria a Cuba, ¿ahora la culpa por su situación es de ella y no de sus verdugos?
Por primera vez, los otros, los malos, no se han dejado aplastar y en cambio crecen. En capacidades económicas y militares, tecnológicas, científicas, sociales. Los BRICS son más poderosos que el G7
La gran mentira se hace trizas ante los ojos de todos. Por primera vez, los otros, los malos, no se han dejado aplastar y en cambio crecen. En capacidades económicas y militares, tecnológicas, científicas, sociales. Los BRICS son más poderosos que el G7. Ucrania y la OTAN se encaminan a la derrota. Israel y sus aliados, pese a sus biblias, se convierten en parias universales. Las disputas en los Estados Unidos se tornan más que agudas, especulan con una guerra civil.
El mundo avanza, como dijo alguien, en un cambio de época, se derrumba el paradigma que dominó por siglos. Todo se torna crítico, difícil de entender con los valores clásicos, como si no hubiera a donde ir. En Colombia ocurre igual, somos parte de esa transformación mundial. Los que siempre le echaron la culpa a los demás, hoy más que nunca se aferran a su vieja maña. Todo lo sabotean y calumnian, creyendo que volverán al pasado.
No entienden que su sol declina, que las cosas nunca serán como antes. Por eso desesperan. Como los grandes y viejos poderes en decadencia, no advierten que cuanto inventan para sostener su avaricia, los hunde cada vez más en las arenas movedizas que crearon.