El resultado de las elecciones presidenciales de 2024 en Estados Unidos ha dejado avergonzados a muchos analistas y encuestadores. La victoria de Donald Trump sobre Kamala Harris no solo sorprendió a los votantes, sino que también expuso las fallas sistémicas en el muy rentable sector de las encuestadoras políticas, tan seguras de sí mismas antes de las elecciones. Pasa allá y también en estas latitudes.
En cuanto a los votantes, me incluyo entre los que creyeron que Kamala Harris tenía grandes posibilidades de triunfar. Que movilizaría, con facilidad a las mujeres. Y que, en general, primaría cierta racionalidad en el electorado gringo para no elegir un convicto, difamador, abusador, creador y propagador de toda suerte de fake news, amén de haber propiciado el repudiable asalto al Capitolio aquel 6 de enero.
El espejismo de la precisión
Encuestadoras, portales y revistas influyentes de Estados Unidos proyectaron incorrectamente una victoria de Kamala Harris. Un portal de prestigio respetado como FiveThirtyEight, un famoso estadístico como Nate Silver o la legendaria revista The Economist erraron en sus pronósticos, algunos por márgenes considerables. Es todo un fracaso colectivo que subraya la fragilidad de los modelos predictivos actuales.
La trampa de los promedios
Los agregadores de encuestas, como FiveThirtyEight, confiaron en exceso en los promedios, diluyendo señales importantes de cambios en estados clave. La dependencia excesiva en los promedios ocultó tendencias emergentes que favorecían a Trump, especialmente en aquellos estados catalogados como indecisos.
El sesgo de confirmación
Muchos analistas cayeron en la trampa de interpretar los datos de manera que confirmaran sus propias expectativas. Medios como The Economist asumieron que el electorado se opondría fuertemente a Trump debido a su historial, ignorando la complejidad del electorado estadounidense, particularmente en dimensiones sociales y culturales. Que uno, como individuo, caiga en la trampa de convertir el deseo en pronóstico, vaya y venga. Pero, ¿no se supone que hay un arsenal de ciencia en los centros que predicen los resultados electorales?
La dificultad de medir el entusiasmo
Las encuestas tradicionales fallaron en capturar adecuadamente el nivel de entusiasmo de los votantes de Trump. Los eventos masivos de campaña mostraron un nivel de apoyo que no se reflejó en las encuestas, subrayando la importancia de factores cualitativos en la predicción electoral. ¿Cuántas veces no vimos el cotejo, a favor de Harris, medido en niveles de asistencia a los actos presenciales, euforia, de apoyo de las estrellas de la farándula?
Como en 2016, es probable que un segmento significativo de votantes de Trump no se haya sentido cómodo expresando su preferencia en las encuestas. Este “voto oculto” persistente demuestra la necesidad de métodos más innovadores para captar la intención real del votante.
Las predicciones se presentaron con una falsa sensación de certeza, ignorando los márgenes de error y la incertidumbre inherente a estos ejercicios. La confianza excesiva condujo a una interpretación errónea de los datos disponibles.
La necesidad de humildad analítica
El fracaso de las predicciones en 2024 debe servir como un llamado de atención tras este estruendoso fracaso en la industria de la predicción política. Hay que reconocer las limitaciones de los modelos actuales y adoptar una postura más humilde y escéptica al analizar tendencias políticas complejas.
La ciudadanía, en épocas previas a los comicios, busca pronósticos. Y los medios sacian la demanda con nuevas encuestas y nos las anuncian, con bombos y platillos, como predictivas de lo que va a ocurrir.
Nos recuerdan el plebiscito por el Acuerdo de Paz, en el que el No, más allá de las estrategias de “emberracar” al electorado (según el gerente de la campaña), triunfó. Sorpresa para todos, incluso para los mismos detractores del acuerdo.
El resultado de 2024 en los EE. UU. nos recuerda que la política es inherentemente impredecible. Los analistas y encuestadores deberían referirse de forma más adecuada a la incertidumbre asociada con sus pronósticos. Finalizo con lo obvio: he opinado expost… y caí en todo lo criticado. Creí en The Economist, FiveThirtyEight y cuanto analista me dijera lo que quería escuchar: que Kamala iba a ganar.