Es la justicia, carcomida por la corrupción y las mañas politiqueras, la verdadera tragedia de nuestra democracia inmadura. El país se dividió hace unos años en el falso dilema de si la izquierda o la derecha, cuando primero que todo la inmensa mayoría no entiende lo que significa lo uno o lo otro desde el ángulo vital de cada ideología, que es cada enfoque frente a la economía y los modos de producción. Como borregos la gente de menor capacidad económica, y los pobres, se dejaron encasillar por los izquierdistas de micrófono, y los de fusil, como su grey. Mientras la clase empresarial y los emprendedores, agobiados por el secuestro y la inseguridad en general, comenzaron a suponer que autoridad, seguridad y orden eran sinónimo de pertenecer a la derecha… Pues resulta que no. La izquierda y la derecha verdaderas, operan en la economía, o mejor en la forma como el estado interviene en la economía.
Los países europeos hace años entendieron eso, y mientras el péndulo democrático le da la oportunidad de ser gobierno a una u otra ideología, el catalizador y garante de la democracia y la robustez institucional es la justicia. Por eso, España puede estar liderada por una coalición de izquierda pero una Justicia majestuosa en su misión obra sin intervenciones al punto de tener preso al yerno del rey por pillo, y al mismo rey padre deambulando entre la realeza del Oriente Medio por sus malas explicaciones. Y es la justicia, no el ejecutivo, la que garantiza la propiedad privada, el libre mercado, las libertades y los derechos humanos, pues a nadie se le ocurre encomendar eso a una u otra ideología cuando es gobierno.
Una justicia independiente, integrada por mujeres y hombres cuya carrera de vida sea esa y no la codicia ni la política, es la única posibilidad de alcanzar la noción de democracia civilizada que vive Europa en sus altos estándares contemporáneos. Pues no es solo la educación sino la justicia, lo que evita que la democracia se vuelva la tiranía del caos y la ignorancia.
Cuando el presidente Duque nombró ministra de Justicia a Gloria Borrero, quien llegó gris y confundida a no saber qué hacer, entendimos que este gobierno no revolucionaría el aparato judicial ni nos llevaría a un horizonte superior de prestaciones en la judicatura. Las reformas emprendidas han sido diminutas, cosméticas. Por eso, el gran interrogante hacia el 22 es cómo va a capitanear el nuevo presidente la evolución de nuestro sistema de justicia para que en vez de ser herramienta de vendettas políticas se vuelva catalizador democrático por excelencia, como en el mundo civilizado.
Casi todos estamos de acuerdo en que el ombligo de nuestras tragedias institucionales es la Justicia. Por eso resulta incomprensible, que después de haberse develado un cartel de togados en la Corte Suprema de Justicia, que vendían condenas y absoluciones, la exposición detallada del modus operandi de los bandidos vergonzosamente investidos en la más alta magistratura, no hubiera causado un terremoto institucional que desembocara en un proceso de revocatoria general, convocando de urgencia una pequeña constituyente para perfilar de cero nuestra rama judicial. Pasamos de agache tras descubrirse la banda criminal que aun conocemos como el Cartel de la Toga, y lo que es peor, Canadá, una democracia amiga, le sirve de guarida a Leonidas Bustos, cabecilla de la bacrim, sin que los partidos políticos, la fiscalía, ni el gobierno exijan que lo entreguen para ser procesado, exactamente con el mismo rigor y enjundia con que se ha pedido a los miembros del Comando central del ELN guarecidos en Cuba.
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¿Pueden Peñalosa, Nieto, Fajardo, Barguil, Paloma, Fico, o la puntera en la opinión, Maria Fernanda Cabal, delinear una propuesta -para votar por ella- que estremezca y reordene para ser eficaz, el aparato judicial?
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Los candidatos presidenciales deben decirnos ya qué van a hacer frente a los corruptores de la justicia y frente a la justicia como rama fundamental de la arquitectura democrática. Cuál es la propuesta sobre la rama judicial y el modelo funcional en el que opera. ¿Renunciaría Petro a tener enquistados en la rama un sinnúmero de operadores políticos que usan las sentencias y la libertad como arma de avance hacia la toma o perpetuación en el poder? ¿Pueden Peñalosa, Nieto, Fajardo, Barguil, Paloma, Fico, o la puntera en la opinión, Maria Fernanda Cabal, delinear una propuesta -para votar por ella- que estremezca y reordene para ser eficaz, el aparato judicial?
La única garantía para la preservación de la democracia es la justicia. No hay peor tiranía que la izquierda en el poder cuando no hay una justicia poderosa en su independencia. Cuba, Venezuela y Nicaragua son ejemplos actuales que lo ilustran perfectamente. Un gobierno de Petro, con los jueces definiendo desde su ideología la suerte de los contradictores del gobierno, nos pondría en el mismo escenario dictatorial de Venezuela. También un aparato judicial forcejeando ideológicamente con el ejecutivo para vencerlo y doblegarlo, causaría una distorsión trágica en el modelo de libre mercado, que avasallaría la capacidad gerencial de cualquier gobierno liberal, que quedaría a merced de jueces en procura de derrotas ideológicas aunque ello frustre el crecimiento y el desarrollo.
La justicia es el gran tema pendiente, y quien sea el presidente debe ser el capitán de una transformación institucional que derrote de antemano la demagogia judicial y las arbitrariedades que se cometen por no existir un cauce de existencia definido en parámetros éticos que nos saquen del tercer mundo. ¿Cuáles son las propuestas?
@sergioaraujoc