Un poco tarde al alboroto que se armó hace una semana entorno a los resultados improvisados del concurso hecho por The History Channel, al quedar elegido como “El Gran Colombiano” el expresidente Álvaro Uribe Vélez, con un 30.3% sobre otros personajes, se hace necesario meditar sobre el estrepitoso concursillo.
Tal vez, esta sirva como una de las tantas reflexiones - si es que las hay-, por las que ingenuamente en el caso de algunos colombianos, se esté imponiendo y generalizando la representación de un individuo, disque, como el Gran Colombiano. Pero lo que impresiona -en principio-, no es el “Gran Colombiano”, sino la manera que los ciudadanos intuyen la historia.
No pretendo entrar en el eterno discurso de que el señor exmandatario sea un paraco, un matón, un corrupto… no. Ese juicio no me corresponde, porque esa condición precisamente, se la da la historia. Ni siquiera la justicia ha podido. Tal vez sea por aquello del tráfico de influencias, que impide un poco la cuestión. O por aquella sombra inmortal que cobija a uno que otro expresidente colombiano. O por esa conciencia, -casi vuelta costumbre- apoyada por muchos aduladores, e incorregible aun, y que debería ser impartida desde el hogar hace más de 50 años, de evitar empuñar un arma para tener que matarnos entre nosotros, extinguiéndonos y segregándonos como cultura y como raza. Pero no pretendo detenerme en ese vicio. Tampoco que tenga que ser, quien esté en ese fuego cruzado de argumentos: unos positivos y otros negativos, unos benevolentes y otros malignos, unos falsos como cercanamente verdaderos y acertados.
Existen argumentos loables que se hacen sobre determinadas cosas o personas, y por supuesto, en la medida del respeto, no pueden soslayar la historia. No es razonable, y para nadie debería serlo, desdeñar irrespetuosamente un pasado que puede satisfacer, enorgullecer, entristecer o marcar. Aunque muchas veces las comparaciones pueden ser odiosas y muy parciales, no puede caber en cualquier mente o pensamiento humano, menos de un colombiano consiente y sobre todo culto, que un pasado de hace uno o dos siglos sea comparable con uno actual. Esa insinuación, en cierta medida puede ser peligrosa, como de llegar a convertirse en odiosa y totalmente reprochable. No solo, por la apología que tergiversa la versión ilusa e irrisoria del presente, sino que desgasta una situación originada y vivida en el desarrollo sistemático de sucesos del pasado.
Por otro lado, si queda en consideración una de las faltas -que bajo cierto juicio-, pudo incurrir The History Channel, y es la de cruzar, comparativamente, personajes en el tiempo. La idea osada que atenta contra un sentimiento de patria y raya en el punto de lo lógico, que alguien de momentos actuales sea elevado con personajes del nivel extraordinario de personajes de antaño. Cada siglo tuvo y sufrió los momentos característicos de cada tiempo, de cada circunstancia política, social y cultural derivados de la época. No es nada sensato ni elegante comparar un “personaje” del siglo XIX, siglo XX con uno del siglo XXI. Ni mucho menos, que en sumatoria, alguien del último siglo represente tres épocas diferentes y a toda una idiosincrasia, de las “buenas costumbres” claro está.
Ahora, no se puede dejar la historia a expensas de la memoria inmediata, y más si se trata de la colombiana, cuando por el mismo hecho de ser tal, se le dificulta y lleva inmersa una capacidad comprensiva limitada del ser humano para poder acomodar aspectos, situaciones y sucesos externos a su interés y conveniencia.
Existe una definición que se encuentra en internet (de autor desconocido), que puede explicar para este caso -si cabe decirlo de manera absurda-, el por qué la sociedad colombiana con extremada perplejidad e ironía, desconoce o no recuerda su historia. Dice el aserto que "la memoria a corto plazo no retiene una imagen del mensaje sensorial, retiene más bien la interpretación de dicha imagen. Retiene la información de una manera consciente, su duración es muy limitada -como mucho unos pocos minutos- y su capacidad también -generalmente, un máximo de cinco o seis items-"… Aunque esto, no puede ser excusa cuando se comete el delito, no solo de desconocer la historia, sino aun más grave, de no saberla. Con esto queda al descubierto, que el Estado y la enseñanza que se imparte en las aulas de clase sobre la historia colombiana, queda bajo un contundente fracaso. No quiero decir con esto que muchos ciudadanos interesados en su formación cultural y educativa hayan también fracasado. Al contrario, con excepción de algunos ciudadanos, representan una parte de la salvación de la remembranza de un país. Y, que sí merecen ser llamados los “Grandes colombianos”. Por algo dice la frase que “hay que saber el pasado para entender el presente”.
Debería impedirse, hallar en conjunto, la representación de alguien en una época que no ha finalizado. Habrá que esperar ese día, y que el tiempo señale y dé la razón del verdadero Gran colombiano. No de toda una historia de la nación, sino del siglo XXI. Por eso, es inadmisible que en un concurso con resultados improvisados y de dudosa objetividad se haga sobre la base de hechos recientes. Esa, ciertamente si es la colombianada del siglo, donde se pisotea una historia -también por el calibre del personaje- por ese vicio de pretender revolver procesos sociales, políticos, culturales y deportivos trascendentales. No es solo un dolor histórico, es un dolor educativo y social, porque sin los dos anteriores factores, solo queda hablar de una historia que llora y una nación sin memoria.
Y ya a estas alturas nadie puede representarnos. Todo resulta siendo cuestión de puros fanatismos, de pura moda. Y que no suene sorprendente que la amnesia haga de las suyas, porque nada tiene de raro que en una sociedad como la colombiana, cambie de héroe al correr de los años, como el niño que va creciendo y madurando al cambiar de juguete. Cada una de las celebridades es y ha tenido a lo largo de la vida colombiana sus detractores y zalameros como sus críticos y simpatizantes. No se puede reunir toda una serie de rasgos y de costumbres en un solo individuo, en un país precisamente multicultural y regionalizado. Porque sea cualquier número de razones que existan para justificar un país, todos han sido paridos bajo la comarca llamada Colombia, nos sentimos “grandes colombianos”. Donde cada uno, por más diminuto que parezca, pone uno o muchos granitos de arena, en ésta, nuestra historia, la historia colombiana.