Actualmente, podemos decir que vivimos en un mundo que está inevitablemente interconectado. En el que las barreras de los países han sido derribadas y los mercados nacionales se han abierto a negociaciones de carácter mundial; en el que las comunicaciones se hacen de forma fácil e inmediata, y el conocimiento es transmitido y compartido con ciudadanos de todas partes del planeta. Países como Estados Unidos y China han logrado un mayor progreso en términos económicos, tecnológicos, ambientales y de carácter comunicativo, convirtiéndose así en ejemplos de desarrollo, para todo el planeta. La globalización como proceso de integración e interacción conlleva a un aumento de la desigualdad social, en todo el mundo. Según la Real Academia Española, la globalización es un “proceso por el que las economías y mercados, con el desarrollo de las tecnologías de la comunicación, adquieren una dimensión mundial”. Entendemos la desigualdad como el desequilibrio en la repartición de bienes, ingresos, tecnologías y demás aspectos que trae consigo la globalización.
Este proceso integrador busca la unión de todos los mercados del mundo, el acceso de las personas a los aspectos tecnológicos y la comunicación a nivel mundial. Pero… ¿Qué pasa cuando todas las personas no pueden disfrutar de estos beneficios? ¿Qué pasa si decimos que mientras unos se enriquecen otros mueren de hambre diariamente? Mientras una pequeña parte de la población posee casi la mitad de la riqueza mundial, la mayoría de las personas del planeta deben repartirse la cifra restante, aumentando así la desigualdad económica y social. “En 2014, el 1% más rico poseía el 48% de la riqueza mundial, mientras que el 99% restante debía repartirse el 52%”. (Deborah Hardoon, Informe temático de Oxfam, 2015, p. 2)
Cuando no se tiene control sobre la distribución de los ingresos producto de este proceso global, no se puede hablar de igualdad. Pues mientras pequeñas élites siguen aumentando su fortuna, la mayor parte de la población mundial vive en condiciones precarias. La falta de educación, la pobreza, las malas condiciones de salud y el deterioro de la infraestructura, en la mayor parte del mundo, nos lleva a preguntarnos, ¿En dónde quedan todas las ganancias y los beneficios de esta integración a gran escala? La extrema concentración de la riqueza, en pocas manos, es un factor que obstruye el progreso e impide a países pequeños aumentar su producción y mejorar sus economías, para competir en el mercado mundial. Imposibilitando su transformación de países en vía de desarrollo a países desarrollados. El capital de las personas más ricas del mundo sigue aumentando de manera exponencial, mientras que el dinero de los menos favorecidos se ve disminuido con el pasar de los días.
La riqueza de las 80 personas más ricas del mundo se ha duplicado en términos nominales entre 2009 y 2014, mientras que en 2014 la riqueza en manos del 50% más pobre de la población se ha reducido con respecto a 2009. (…) Actualmente, estas 80 personas poseen la misma riqueza que el 50% más pobre de la población mundial; esto quiere decir que 3.500 millones de personas comparten la misma cantidad de riqueza que estas 80 personas enormemente ricas. (Informe temático de Oxfam, 2015, p. 4)
Es en los medios masivos de comunicación donde se da la globalización. A través de la radio, la televisión, la prensa o el internet se difunde toda clase de información que influye en los perceptores y audiencias, y hace que adopten ideologías diferentes a la nacional, formas de actuar y pensar distintas o que simplemente tengan conocimiento de la diversidad del mundo en el que habitan. Sin los medios este proceso integrador y de intercambio de bienes, servicios, conocimiento, tecnología, formas de actuar y de pensar no sería posible. Cuando nos abrimos a los medios de comunicación estamos siendo parte de lo que llamamos globalización, pues aunque no estemos asumiendo posturas o costumbres diferentes a las nuestras, sí estamos conociendo la existencia de ellas.
Aunque los medios de comunicación se consideran como una herramienta de integración mundial, se vuelve a caer en la desigualdad y en la exclusión. ¿Por qué? Porque una persona que vive en un país con baja calidad de vida no puede darse el lujo de tener un televisor en su casa, un computador y a veces ni siquiera un radio. Los medios de comunicación, como el internet, nos unen en un gran mercado global, pero su acceso está condicionado por la capacidad económica de las personas, es decir, por su calidad de ricos o pobres. Según datos del Banco Mundial (BM) para el año 2014 en países como Finlandia, Luxemburgo, Noruega y Suecia más de 90 personas, por cada 100 habitantes, tenían acceso a Internet. Mientras que en sitios como la República Democrática del Congo, Etiopía, Madagascar y Sierra Leona el número de personas que tenían acceso a Internet, por cada 100 habitantes, no superaba el 3 %.
El punto no está en alzar voces de protesta contra la globalización, sino hacer de este proceso un proyecto ético, donde los derechos de los seres humanos primen sobre las actividades económicas y el enriquecimiento seleccionado. “Sólo es posible mejorar la vida de la mayor parte de la población mundial si hacemos frente a la extrema concentración de riqueza y poder en manos de las élites”. (Informe de Oxfam, Iguales, 2014, p. 8) Para poder mejorar la calidad de vida de las personas, se debe luchar contra la brecha económica que hay entre ricos y pobres, y velar por el progreso mundial, equitativo e igualitario.
La globalización, como todas las cosas del mundo, no es buena ni mala, todo depende de los organismos que la manejen y del enfoquen que le den. Este proceso como medio de integración e interacción aumenta la desigualdad social, debido a la extrema concentración de la riqueza, en pocas manos. Por eso, es de vital importancia que los gobiernos y las ONG cumplan su papel fundamental de velar por satisfacer las necesidades de las personas, respetar los derechos humanos y garantizar una vida digna y de calidad, a cada persona del planeta.