La geometría de la vida
Opinión

La geometría de la vida

Homenaje a los cien años de la vida y obra de Eduardo Ramírez Villamizar, el escultor más importante del siglo XX, en la galería Nueveochenta

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junio 04, 2022
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En la galería Nueveochenta se inauguró ayer un homenaje a los cien años de la vida y obra de Eduardo Ramírez Villamizar, el escultor más importante del siglo XX. Nació el 27 de agosto de 1922 y murió en el mismo mes el 24 de 2004.

Y ya van 100 años con su trabajo intacto. Sin muchas copias en el mercado. Lo que mantiene sus precios vigentes. Lástima que el Maestro Negret no tuvo la misma suerte. Ya su obra no vale nada por la insegura preveniencia.

Eduardo Ramírez Villamizar cursó unos años de arquitectura en la Universidad Nacional de Bogotá, entre 1940 y 1943. Siempre es camino fácil para los que muchos que no encuentran la ruta directa en las artes plásticas.

El paso definitivo al arte abstracto lo dio en París, poco después de su llegada a esa ciudad en 1950. Siempre vinculado al arte geométrico, Ramírez realizó una obra personal, caracterizada por la relación estrecha de unas formas planas presididas por la línea recta.

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Entre 1959 y 1964, Ramírez Villamizar realizó numerosos relieves. Los de 1962 fueron dedicados a la geometría americana. Como su padre fue joyero, tenía afinidad a la vida del oro y además le interesó la orfebrería precolombina. Era un estudioso del Museo del Oro, donde fue descubriendo el diseño y la organización de las formas de la geometría americana. En 1956, el Museo de Arte Moderno de Nueva York adquiere su obra Blanco y Negro.

Desde siempre su trabajo en dibujo y collage le fueron dando los caminos para encontrar el para él relieve. “En 1960 Ramírez se dedicó a estudia el volumen, realizó relieves en madera pintada principalmente en blanco”. En la exposición antes de sus primeros relieves, el artista ya había realizado incursiones en el campo de la escultura. En 1963, en medio de su producción de relieves, trabajó la escultura que hizo como su Homenaje al poeta Jorge Gaitán Durán. Entre 1964 y 1966 Ramírez realizó otras esculturas: una dedicada al poeta Eduardo Cote, Saludo al astronauta y otra Reliquia.

 

Ramírez Villamizar vivó en Estados Unidos desde los primeros años cincuenta. En Nueva York de 1967 a 1974 y trabajó al lado de Edgar Negret. Allí comenzó a manejar láminas de plástico, inclinó los planos que siempre se habían mantenido como paredes, y estableció la dinámica del espacio interior dentro de la escultura.

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De 1967 a 1968 aparecen las Construcciones de donde salen los Círculos intersectados, Construcciones suspendidas, y las Construcciones topológicas. Pese a sus diversas morfologías, todas estas series están íntimamente relacionadas. En 1971, Ramírez Villamizar realizó cuatro torres en concreto en una autopista de Vermont. A partir de esta obra trabajó la Columnata en Fort Tryon Park de Nueva York, y las 16 torres en los cerros orientales de Bogotá, a la altura del Parque Nacional con las que pretendía darle un sentido de optimismo al carácter capitalino.

En 1973 hizo otras esculturas públicas en Estados Unidos: Hexágono, en Nueva York, y De Colombia a John Kennedy en los jardines del centro cultural Kennedy Center de Washington.

En 1974 el artista regresó al país y se instaló en la lejana Suba a trabajar en una casa y estudio que contaba con un bello jardín en donde le buscaba formas a la naturaleza. Allí tenía en un impecable orden sus colecciones y libros de obras precolombinas y cientos de caracoles. Ese contacto silente y cercano a la naturaleza se manifestó de muchas maneras en su obra. Por esos en esos años realizó su tema de mundo natural como Peines del viento, Insectos policromados, Caracol-pájaro, Flor-pájaro-caracol.

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Finalmente, 1994 el artista realiza algunas construcciones públicas como la Victoria de Samotracia en la Avenida El Dorado de Bogotá. Un largo recorrido por la geometría que lo hace ser una estrella en el firmamento del arte latinoamericano.

Eduardo Ramírez Villamizar en Pamplona dejó su legado en su museo que se encuentra intacto. No pasa lo mismo con el legado que dejó Edgar Negret en Popayán.

 

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