Cuando dos periodistas reconocidos se agarran de las mechas y se insultan al aire, se produce el fenómeno peculiar de que es un incidente sin importancia que ocupa tanto a los medios de comunicación como a las redes sociales. Los medios, que viven un tanto encerrados en sí mismos, se entrevistan y se pelean entre ellos, se ocupan del episodio como si fuera una noticia nacional, y las redes lo retoman porque no hay nada que les guste más que una buena pelea entre gente de la farándula.
Pero, pregúntele a un colombiano promedio, al ciudadano de a pie, qué opinión le merece el acuerdo entre Estados Unidos y los talibanes, la apertura de la frontera turca para dejar pasar refugiados sirios a Grecia, las dificultades para la negociación del acuerdo posbrexit entre el Reino Unido y la Unión Europea, el desarrollo de la campaña presidencial norteamericana, las medidas para controlar el coronavirus y su efecto sobre la economía mundial. O para no ir tan lejos, el proceso de elección de nuevos magistrados de la Corte Suprema de Justicia, el funcionamiento de la Justicia Especial para la Paz y la Comisión de la Verdad, el informe de la oficina de la ONU para la protección de los derechos humanos, la devaluación del peso o el efecto de los cambios del gabinete del presidente Duque sobre su gobernabilidad, que son las noticias que forman la actualidad internacional o nacional en los medios de comunicación, y muy probablemente encontrará que ni se entera ni le importa
¿Cómo entender entonces que los ciudadanos vivan pegados de un celular, chateando todo el tiempo, y no se interesen o se enteren de los temas realmente importantes? Todo parecería indicar que el contenido de esos chats solo guarda una relación superficial con las noticias de actualidad que pueden alterar la vida cotidiana de las personas, que a nadie le gustan los temas serios, ni las estadísticas, ni las guerras lejanas, ni los conflictos ajenos, y que de alguna manera hay algo de felicidad en la ignorancia.
Las redes sociales y los medios de comunicación son universos paralelos que rara vez se encuentran. La diferencia entre ambos es que los medios son una actividad profesional cuya función es conocer, difundir y analizar las noticias, y las redes son una actividad colectiva, indiscriminada, masiva, caprichosa, inventiva, sin ninguna disciplina profesional o analítica. Las redes toman de los medios lo más llamativo que es casi siempre lo más superficial y lo multiplican más allá de cualquier capacidad de influencia que éstos tengan. El efecto perverso de ese fenómeno es que las redes desplazan a los medios en su función informativa y su falta de rigor los hace presa fácil de la manipulación comercial y política.
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En las redes sociales hay patente de corso, todo está permitido, muchas veces el contenido de la información es totalmente prefabricado y muy seguramente falso, la audiencia es gratuita y descomunal
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Es difícil para un medio de comunicación crear una falsa noticia, porque hay un código ético básico de verificación de fuentes; sus conflictos nacen más de la feroz competencia por la información y por la pauta, y por cierta proclividad a convertir las oficinas oficiales de prensa en sus salas de redacción. Pero es en las redes sociales donde hay una patente de corso, donde todo está permitido, donde muchas veces el contenido de la información es por completo prefabricado y muy seguramente falso, y donde la audiencia es gratuita y descomunal. Es pelea de toche con guayaba madura.
Los medios piensan que todo el mundo vive pendiente de ellos y quiere enterarse de primero de todas las malas noticias. Pero si uno se guía por las investigaciones que hay sobre dónde consiguen su información las personas menores de 30 años, que son la mayoría de los colombianos, se encuentra que su fuente es más su red de amigos que se copian hasta el cansancio los mismos mensajes, que los medios impresos que muy pocos leen o los electrónicos, que casi por definición no se ocupan del análisis de la información sino del simple registro de lo que les parece más importante.
Los medios producen una información para minorías. Minorías que deciden la suerte de algunos acontecimientos cotidianos, podría alegarse en su defensa, pero que no generan una opinión pública masiva. El caso más dramático es la política electoral, que cada vez se hace más en las redes sociales que en los medios, porque son más baratas, más fáciles de manipular y obedecen a emociones muy primarias, que según los expertos son la base de las decisiones electorales.
Cuando la minoría ilustrada se escandaliza por las declaraciones extremas de Gustavo Petro, por ejemplo, piensan que esa actitud lo descalifica como líder cuando quizás sea la clave de su éxito en el grueso público. Cuando a pesar de todas las explicaciones técnicas y mesuradas del Presidente y sus ministros sobre sus realizaciones, la popularidad del Gobierno es tan baja, quizás sea el manejo de ese mensaje sofisticado el que no llega a las masas. Cuando a pesar de no opinar sobre muchos asuntos de la actualidad nacional, Sergio Fajardo mantiene la mejor imagen entre los eventuales candidatos presidenciales, quizás sea porque su mensaje simplísimo sobre la lucha contra la corrupción y la confianza que inspira cala más que todo un discurso sobre la reforma del Estado.
Todo, con tal de que no haya que retorcerse el cerebro con asuntos que la gente ni se entera ni le importa.