La gente de gris, la memoria histórica y la colectiva (II)

La gente de gris, la memoria histórica y la colectiva (II)

Los intentos de imponer un único color son característicos de sistemas que pretenden controlar hasta el más mínimo detalle de las vidas de los miembros de sus sociedades

Por: Omar Orlando Tovar Troches
julio 21, 2021
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La gente de gris, la memoria histórica y la colectiva (II)

¿Tienen color la historia y la memoria? Claro que sí, incluyendo el gris.

Lo que acontece es que de la misma manera en que algunos fenómenos de la física determinan que podamos distinguir tal o cual color, dependiendo de las frecuencias que este o aquel objeto reflejen y puedan ser percibidas por bastones y conos en nuestros ojos, los colores de la historia y de la memoria también dependen de fenómenos externos a cada persona que pueden determinar que un hecho, persona o fenómeno pueda ser registrado y recordado de una manera específica.

En la primera parte de esta nota (La gente de gris, la memoria histórica y la colectiva (I)) se planteaba que algunos de los fenómenos asociados con la forma, color y hasta sabor con los que las sociedades recuerdan su existencia dependen de quién o quiénes determinen lo que se debe o no recordar, cómo y hasta qué punto. Esto a través de herramientas como la política y la economía, que sí o sí, hasta el día de hoy, definen la historia de las sociedades; esto es, los recuerdos oficiales que deberían compartir, atesorar y replicar cada uno de sus miembros, impartidos por los científicos del recuerdo: los periodistas e historiadores.

Afortunada o desafortunadamente, los mecanismos de almacenamiento de recuerdos que tiene cada ser humano, no dependen únicamente de los procesos de educación (entrenamiento) al que se somete durante su vida útil, sino que también están asociados a otros mecanismos, que en ocasiones, todas ellas,  afortunadas, escapan al control de quien gobierne en un momento dado, tales como los sentidos y la cultura, sobre todo esta última, que depende de otras construcciones, mucho más afines a la ancestralidad y a los afectos, que al exceso de racionalidad y utilitarismo, con los que, convenientemente intentan manipular la percepción de la realidad, quienes detentan el poder.

Los intentos de imponer un único color, un único olor, un único sabor, un único recuerdo o un único pensamiento, son característicos de sistemas socioeconómicos que pretenden controlar hasta el más mínimo detalle de las vidas de los miembros de las sociedades que dominan o desean dominar y que son conocidos como regímenes absolutistas, autoritarismos, dictaduras o fascismo, todos ellos dedicados a mantener un orden establecido que favorezca los intereses de unas minorías bastante homogéneas, que encuentran en la policromía de la diversidad, del disenso y la democracia, algo que no se debe permitir, so pretexto de mantener el orden y las buenas costumbres que protejan el emprendimiento, el éxito y el crecimiento económico, así solo sean; los de las minorías en el poder.

Esta tensión entre quienes intentan uniformar los recuerdos, la memoria y la historia y aquellos que le apuestan por una visión descentrada, multicolor, ruidosa y hasta caótica de la realidad, mucho más acorde con el carácter pluriétnico y multicultural de la sociedad colombiana; no es otra cosa que, el reflejo de las contradicciones que se presentan entre la memoria individual, la memoria colectiva y la memoria histórica. No obstante que las tres estén unidas a la noción de tiempo; cada una de ellas, al menos para el caso colombiano, está determinada por circunstancias especiales que dependen de la etnicidad, el estrato social y la posibilidad de acceso que estás le den a las personas a tal o cual cultura, lo que a su vez determinará la manera en que las experiencias vitales y los relacionamientos sociales, convertidos en los recuerdos individuales, se crucen con los comunitarios y con el registro que se elabore de tales experiencias.

La actual disputa por imponer una determinada estética pública (unas determinadas estatuas, un determinado color y estilo de fachadas, un estilo uniforme de arte callejero, un particular género musical, un deporte nacional, etc.) sigue demostrando la importancia que tiene el encuentro o la toma de algún espacio público determinado, para poner en el centro de la opinión pública; el o los asuntos de interés artístico, económico o político, que algún grupo determinado de la sociedad, tiene el interés de reivindicar. Movimientos como el 15M en España, la Primavera Árabe, las marchas de los indígenas en Colombia o los paros de Chile y Colombia, junto con sus expresiones artísticas, se han constituido en hitos sociales de búsqueda de apertura y participación política en los espacios públicos, históricamente hegemonizados por la institucionalidad[1], en otras palabras; la irrupción de otras voces y otras estéticas, reclamando la participación de la memoria colectiva en la construcción de la llamada historia oficial.

Las discusiones sobre la validez o no de la defenestración de íconos de las llamadas épocas de la conquista, la colonia e incluso del republicanismo, junto con el forcejeo por echar el último brochazo sobre los murales de las ciudades y municipios de Colombia e incluso, sobre el derribamiento del arte popular (monumento a la Resistencia en Cali), por ser considerado ajeno a la estética oficial de las élites artísticas cercanas al poder; no es sino el cuestionamiento que amplios sectores de la sociedad le están haciendo al antiguo esquema psicológico, sociológico y político, impuesto desde hace más de doscientos años, según el cual, los recuerdos y la memoria de los individuos y las comunidades, debían ceder ante la historia oficial de los vencedores o de los poderosos.

[1] Omar Orlando Tovar, El espacio público como punto de encuentro de la protesta social y la política. Tomado de: La Conversa de Fin de Semana (laconversafindesemana.blogspot.com)

 

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