La sucesión de las escenas en las que en una especie de primer acto artistas gráficos de profesión, junto con algunos y algunas más improvisadas en estas lides, plasmaban en muros, paredes, pasacalles, portones, calles, andenes o cualquier pedazo de espacio público a su alcance su interpretación los hechos, causas, consecuencias, sentires y deseos de protagonistas, víctimas y victimarios de las jornadas de protesta en Colombia era seguida por un segundo acto. En este caso, para el caso de la ciudad de Cali, las autodenominadas personas de bien encabezaban jornadas de “recuperación” del espacio público, ataviadas con camisetas blancas, para liderar jornadas de cubrimiento con pintura gris de los murales o cualquier expresión gráfica de las protestas; más que llamarnos al gracejo, al meme o a la burla, debe llamarnos a la reflexión acerca de la construcción de la memoria histórica y de la memoria colectiva de Colombia.
Al igual que el debate acerca de la ilegalidad o la legitimidad de la defenestración de estatuas ocurrida en varias ciudades de Colombia, iniciadas en Popayán y Cali, con el derribamiento de los monumentos de Sebastián de Belalcázar, por parte de las comunidades misak; la disputa por poner la última capa de pintura sobre paredes, muros, avenidas y andenes de Cali, ha puesto sobre el tapete, no solo, la necesidad de revisar con sentido amplio, pero, sobre todo, crítico, la llamada historia oficial, escrita y reproducida mecánicamente en las desaparecidas cátedras de historia patria, hasta hace dos o tres generaciones atrás, cuando en un llamativo, pero muy conveniente, ataque de espontaneidad, tal asignación académica, fue erradicada del pensum obligatorio del modelo de educación en Colombia.
Si bien es cierto que por razones de espacio, pero sobre todo para no atiborrar con excesivas conceptualizaciones al probable lector o lectora de estas notas, no se reproducirán en su totalidad las teorías acerca de la historia, la memoria histórica y la memoria colectiva; si es preciso señalar que para el caso de la sociedad colombiana, la unidad, o mejor la falta de un lazo que junte estas tres nociones, puede considerarse como el origen de los debates aquí mencionados.
En primer lugar, incumpliendo un poco la, recién hecha, promesa, habría que hacer una somera aproximación conceptual de los términos traídos a cuento, para poder seguir con el planteamiento. Cuando se hace referencia a la historia, de entrada, se presenta alguna complejidad a la hora de determinar su significado, al menos desde el punto de vista lingüístico, ya que, si tan solo se revisa al Diccionario de la Lengua española, este muestra, como mínimo 5 o más posibles significados, a saber:
1. f. Narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados. 2. f. Disciplina que estudia y narra cronológicamente los acontecimientos pasados. 3. f. Obra histórica compuesta por un escritor. La historia de Tucídides, de Tito Livio, de Mariana. 4. f. Conjunto de los sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales, etc., de un pueblo o de una nación. 5. f. Conjunto de los acontecimientos ocurridos a alguien a lo largo de su vida o en un período de ella. 6. f. Relación de cualquier aventura o suceso. He aquí la historia de este negocio.
7. f. Narración inventada.*
En aras de la concreción, con la venia de los posibles lectores, para fines de estas notas, se asume que lo que generalmente es conocido como historia está recogido en las definiciones 1, 2 y 4 del DRA. Esto es, la historia vendría siendo aquella narración de los hechos pasados públicos o privados, que valen la pena ser recordados, que se hace de manera ordenada en el tiempo, es decir, describiendo los hechos políticos, económicos, sociales, artísticos, deportivos, etc., en el orden en que ocurrieron, para que luego; esta narración sea sistematizada y analizada por especialistas y por el público en general. Excusando la burda síntesis, esta sería una muy aproximada definición de la historia.
El lío que ocasiona esta rústica definición se genera, como se puede notar en una simple inspección, en dos o tres aspectos, de suyo, llamativos para cualquier paisano o paisana de a pie. En primer lugar, ¿quién o quiénes definen qué puede o debe ser recordado de algo, alguien, algunos o todos?, ¿cuándo se empieza a elaborar esta narración?, pero, sobre todo, y he aquí uno de los orígenes de la disputa, recién hecha pública en Colombia, por motivo de la caída de las estatuas y de las “pintatones” y “re pintatones” de muros en Cali: ¿quién o quiénes deben hacer esta selección, recopilación, narración, sistematización y análisis, de esos hechos que se suponen, deben ser recordados? Como dirían los mayores y mayoras, encargados de guardar y contar la memoria colectiva, transformada en dichos populares: ¡Averígüelo Vargas! Se supondría que no se hace referencia a excandidato coscorroneador.
Para concluir esta primera parte, es claro que esas narraciones que al menos buena parte de los miembros de la llamada generación “X” alcanzamos a estudiar, con agrado, unos muy contados y con total desgana la gran mayoría, sobre lo que se nos ha hecho creer ocurrió o que, se supone, era digno de recordar; obedecieron a unas decisiones que tomaron algunos, muy pocos, sobre qué y quienes deberían ser recordados, sobre la manera en que se haría la narración de eso, que algunos pocos ya habían decidido, se tenía que contar y lo más importante, pero también más problemático, esos pocos y unas más pocas, también decidieron que esta narración de unos pocos, era lo que obligatoriamente se debería enseñar o dejar de enseñar. Ahí está el detalle, como diría el personaje Cantinflas, otra construcción de la memoria colectiva latinoamericana.
Se aspira a concluir en una muy segura próxima entrega.
* Tomado de: historia | Definición | Diccionario de la lengua española | RAE - ASALE