La generación sin nada que perder

La generación sin nada que perder

La inconformidad de los jóvenes de hoy es producto natural de la ruptura con el neoliberalismo

Por: Leandro Felipe Solarte Nates
mayo 19, 2021
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La generación sin nada que perder
Foto: Las2orillas / Leonel Cordero

“Se metieron con la generación que no tiene nada que perder”, declara ante la cámara del corresponsal de la BBC de Londres, que la filma en uno de los bloqueos instalados en Cali.

La joven encarna el sentimiento colectivo de los nacidos despuntando el siglo XXI, recién salidos del encierro obligatorio y ruptura de su cotidianidad en los claustros o encuentros con sus amigos de barrio confinados por el COVID-19, que junto a otras pandemias auguradas para el futuro y los estragos del arrasamiento de selvas, extinción de especies, contaminación de aguas y aire y el calentamiento global, se ciernen sobre ellos como oscuros nubarrones, al igual que las dificultades para estudiar en medio de la creciente pobreza, el desempleo o los empleos precarios y falta de oportunidades en sociedades gobernadas por minorías angurrientas, que solo piensan en aprovecharse del Estado y sus instituciones para privatizarlas y ponerlas a su servicio, cobrarles menos impuestos a sus industrias, tierras y patrimonios, mientras ahogan con el IVA a la agónica clase media, acumulan más tierra y riquezas mal habidas para heredarles a sus delfines con fauces de pirañas, prestos a seguir depredando y gobernando al país y sus congéneres con más avaricia que sus padres, los autoproclamados “gentes de bien, respetuosos de la ley y el orden” establecidos por ellos a sangre y fuego para que nada cambie.

A muchos les llaman los ninis, porque ni estudian ni trabajan, y si no logran enrolarse en algún trabajo informal de subsistencia o en actividades deportivas y culturales, ante el panorama deprimente prestaran servicio militar, donde aprenderán a manejar armas (futura fuente de “trabajo”) y a ver en los que protestan a peligrosos agentes del “comunismo”, o serán cooptados por los vicios y las pandillas que abundan en las comunas desarraigadas, donde los delincuentes y traquetos son el ejemplo a seguir para enriquecerse rápido, o serán paramilitares o guerrilleros.

Así los herederos de Mussolini, Hitler, Franco y Laureano Gómez pregonen que son agentes del comunismo, el castrochavismo o atizados por Petro, las protestas de los jóvenes colombianos, al igual que las de los chalecos verdes de Francia y los estudiantes chilenos que presionaron la constituyente, son producto natural de una generación de ruptura con el neoliberalismo en boga desde los años 80, al igual que lo fue la de los años 60, explotando en las marchas de París del mayo del 68, en las multitudinarias manifestaciones contra la guerra del Vietnam y la amenaza del apocalipsis nuclear y expresándose en comportamientos alternativos como el de las comunas jipis, cuando fueron cuestionadas las costumbres e instituciones políticas y sociales posteriores a las dos guerras mundiales, y la juventud se rebeló contra la educación dogmática y conventual, contra el racismo, la represión sexual, el sometimiento de la mujer, el colonialismo, el consumismo contaminante y ambición desmedida.

En Colombia, la esperanza de al fin vivir en un país en paz, alentada por la firma del acuerdo con el mayor grupo rebelde, fue frustrada por un gobierno que haciéndole caso a führiber y sus radicales de ultraderecha se propuso hacerlo trizas, para asegurar su impunidad en el apoyo al paramilitarismo, masacres y despojo de tierras, mientras crecía exponencialmente el asesinato de líderes sociales y desmovilizados, gracias a la alianza tacita entre narcotraficantes, que agitando banderas de izquierda y derecha, se disputan a muerte los territorios que ocuparon las Farc, para seguir usufructuando la economía ilegal, que debajo de cuerda y a lo morrongo, sigue alimentado a la economía legal que construye edificios y urbanizaciones, les lava el dinero y junto a los bancos, con sus sucursales en Panamá y otros paraísos fiscales, son los principales beneficiados por la prohibición, mientras intentan hacernos creer que de verdad luchan contra el narcotráfico, atacando al eslabón más débil de la cadena al anunciar la reanudación de cultivos de coca, atizando otro conflicto social en departamentos como Nariño y Cauca, y de paso favoreciendo el encarecimiento del “postre de ñatas” para las fiestas de los pudientes nacionales, gringos y europeos.

Fue la ruptura de cadenas de una juventud que desde el 21 de noviembre de 2019, y después de la cuarentena, en septiembre de 2020 y el 28 de abril de 2021, se volcó a las calles, encontrándose con una Policía, que uniformados o de civil, azuzada por los ultras del Centro Democrático, empezó a tratarlos como subversivos enemigos internos disparando a la montonera, junto a “hombres de bien” armados, como en Cali, causando numerosas muertes y lesionando a civiles, mientras otros eran detenidos, maltratados y mujeres abusadas sexualmente, en un aire de impunidad alentada desde altos círculos del poder con el silencio e inoperancia de la Fiscalía, Procuraduría y Defensoría del Pueblo.

En medio de bloqueos y acción desbordada de incendiarios infiltrados en las marchas pacíficas, transcurre el paro, avizorando que la humanidad y la sociedad colombiana tienen que abrirse a otro tipo de contrato social, más democrático, equitativo y respetuoso con la naturaleza; amenazada por los depredadores ambiciosos que por llenar sus arcas ponen en peligro la supervivencia del hombre y las especies amenazadas.

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