Han sido muchos años de espera para alcanzar este momento. Una de las veces que la historia recuerda a la ciudadanía colombiana en pleno alzando su voz por la vía de la protesta pacífica, para hacer sentir su peso como el actor político, fue durante los días 14 y 15 de septiembre de 1977. Los incumplimientos de las promesas del gobierno de entonces, encabezado por Alfonso López Michelsen, ahondaron las penurias de las mayorías de la población colombiana.
La inflación del momento encareció el costo de vida a niveles insostenibles. Tampoco se olvida la violencia con la que la administración López Michelsen le salió al encuentro a la movilización ciudadana. Según datos documentados, hubo decenas de muertos durante esos dos días de protesta, presumiblemente no solo en Bogotá, y miles de detenidos tan numerosos que lugares como la Plaza de Toros La Santamaría y El Campín fueron adoptados como sitios de reclusión. Otras investigaciones dan cuenta de más de 3,000 heridos.
Han transcurrido 44 años para que Colombia volviera a ver a su ciudadanía totalmente volcada a las calles para defender el sueño de construir el pacto de un Estado social de derecho.
En los últimos tiempos se venían haciendo protestas masivas que son un acumulado reciente, desde el paro cívico en Buenaventura 2017, paro estudiantil 2018, paro nacional 2019 y las protestas contra la violencia policial en septiembre de 2020, pero el paro nacional actual tiene una participación única, porque de los barrios de las principales ciudades salió la generación que había dicho que “no tenía nada que perder” y se ha convertido en la más extraordinaria movilización popular liderada por muchachos y muchachas, y que ha mostrado al mundo la ausencia de democracia en Colombia y la respuesta con asesinatos, desapariciones, mutilaciones y tortura de un régimen que una y otra vez usa el terrorismo de Estado para acabar con la movilización social.
Esta semana, el 28 de mayo, se cumple un mes de un paro realmente nacional y decididamente indefinido, y estamos viviendo a la vez un golpe de Estado que podríamos llamarlo “gota a gota” porque se ha militarizado el país, donde se ha desplazado el gobierno local y un ejemplo de esto es Cali y como es reiterativo en la historia, se unen acciones de la fuerza publica con fuerzas paramilitares para garantizar la impunidad y el control territorial y a esto se suman los medios masivos legitimando el discurso oficial.
Las derrotas de este gobierno no solo se evidencian en sus fracasos con la imposición de reformas tributarias y a la salud, se deben tener en cuenta la pérdida casi plena de todo su caudal político y de su legitimidad.
Las decenas de vidas que han sido segadas por las fuerzas antimotines del Esmad, policía y de civiles al servicio de la fuerza pública, y al parecer todos los asesinados son jóvenes. Los muchachos y las muchachas conforman primeras líneas de resistencia porque los están matando. A juzgar por las pancartas, por las consignas, por los gritos, por las puestas-en-escena, por las expresiones artísticas, por las respuestas espontáneas a los medios y las intervenciones en asambleas populares y callejeras y en comités de diálogos con instancias estatales, la juventud colombiana conoce muy bien el trasfondo del conflicto social, y explican con claridad lo que está en juego y aseguran sin ambages que el paro nacional va más allá del retiro de reformas y las renuncias de ministros.
El paro, para los jóvenes, apunta a la construcción de un ordenamiento económico más justo, democracia directa, al desmonte de la fuerza antimotines Esmad, a reformas profundas a la policía nacional, la implementación de los acuerdos de paz firmados en La Habana que este gobierno se ha empeñado en deshacer. En suma, vemos una generación que sabe que sin esta fuerza vital no habrá futuro y dado que vive la ausencia de los derechos fundamentales, piensa que no tiene nada que perder y se ha volcado a la calle a una lucha colectiva para arriesgarlo todo para recuperar la vida.
Más allá del empoderamiento de esta generación primaveral, Colombia asiste a la superación de un largo capítulo de terror de su historia. Esta generación de hoy, hija de la que vio como se le entregó el país al uribismo y la profundización del asesinato como política, nos indica que el país también se está levantando contra un legado.
Los jóvenes han golpeado el suelo de legitimidad sobre el que el uribismo se acostumbró a descansar. No fueron ciegos ante las consecuencias desastrosas para la democracia de este gobierno y ven que todas las instituciones del Estado (Fiscalía, Procuraduría, Altas Cortes, Defensoría del Pueblo, Contraloría) han caído bajo el control del uribismo, a lo que se suma un Congreso en el que la coalición del gobierno goza de mayorías.
Es esta rebelión democrática, diversa, polifónica, fuerte y festiva es contra el Estado opresor.
Esta generación es la que le está marcando a Colombia su nuevo rumbo y tiene que ser escuchada y se requiere voluntad política para abrir paso a los cambios estructurales que los dueños del poder siempre se han negado a negociar, pero ahora no habrá vuelta atrás.