En diciembre del 2016 el diccionario Oxford denominó a Posverdad como la palabra del año. No era para menos, en unos pocos meses, con base a la mentira, ganóaron el Brexit en Inglaterra, Trump en Estados Unidos y el No en el plebiscito por la paz en Colombia. El propio gerente de la campaña uribista, Juan Carlos Vélez, afirmó que la táctica para ganarle a la razón fue “sacar emberracada a votar a la gente”. La diferencia fue de 50.000 votos, una nimiedad y la abstención superó el 50 %. Colombia volvía a demostrar que era un país que nunca iba a estar a la altura de las circunstancias históricas. Se le cerraba la posibilidad de un portazo de acabar con una guerra de sesenta años. El gestor de este macabro logro tenía nombre y apellido, Álvaro Uribe Vélez.
Los que hemos estado siempre en contra de Uribe no sabíamos qué tan siniestro podría ser hasta que, en el 2008, al ser interpelado por el asesinato de miles de jóvenes que fueron vestidos como guerrilleros para ayudar a las estadísticas del Ejército, dijo una frase que pasó directo a la Historia Universal de la Infamia “No estarían recogiendo café”. Con base en trucos, en mentiras, le ofreció una notaría a Yidis Medina, una gris congresista de Santander, para que votara a favor de modificar la Constitución y asegurar su posibilidad de ser reelegido. Pero las mentiras de Uribe como presidente no fueron tan graves como las de congresista opositor.
Su gran logro como senador fue usar a toda su bancada, a sus periodistas a sueldo, para generar un ambiente enrarecido contra el Proceso de Paz. Ordóñez, entonces Procurador, fue su fiel escudero en la Cruzada contra Santos. Se valieron de todo menos de la verdad. Dijeron que un rayo homosexualizador convertiría en gais a nuestros niños, que en La Habana el comité negociador estaba contemplando la posibilidad de meter preso a Uribe, que se acabarían las pensiones, que los guerrilleros recibirían un suelo de 1.600.000 pesos, que nos volveríamos como Venezuela. Según La Silla Vacía, de los 67 reparos que le hizo Uribe al proceso de paz de La Habana, solo dos puntos eran ciertos.
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Su gran logro como senador fue usar a toda su bancada, a sus periodistas a sueldo, para generar un ambiente enrarecido contra el Proceso de Paz. Se valieron de todo menos de la verdad
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Y el 2 de octubre del 2016, contra todo pronóstico,los uribistas ganaron el plebiscito. Ni siquiera ellos pensaban que lo podrían hacer. El paso del huracán Andrew por la Costa Atlántica le costó a Santos los cuatro millones de votos con los que pensaba arrasar. Uribe, encerrado con su sanedrín particular en su finca en Rionegro, planeaba qué iba a decir, qué iba a pedir. Pidieron modificar 56 puntos del acuerdo, Santos los escuchó e incluyó en el texto de negociación final, el que se firmó en noviembre del 2016 en el Teatro Colón de Bogotá, 54 puntos. Y sin embargo, no contentos con esto, hacen la campaña del 2018, en la que Duque fue ungido como Uribe II, con lemas tan ridículos como “Con los Acuerdos de Paz ni risas ni trizas”.
Y claro que lo destruyeron todo. Buena parte de la guerrillerada, al ver que desde el mismo gobierno se los estigmatizaba, decidieron devolverse para el monte. Los lugares que ocupaban las Farc, en vez de ser llenados por el Estado y sus entidades, fue aprovechado por las bacrim. Y la violencia volvió a los paraísos que pensábamos conocer. Así lo denuncia uno de los fotógrafos más influyentes del país, Federico Ríos, en su cuenta de Facebook:
En su último libro, una compilación de sus columnas sobre el Proceso de Santos con las Farc llamado Los desacuerdos de paz publicado por Alfaguara, el escritor Juan Gabriel Vásquez se pregunta si Uribe y su corte no debieros ser procesados por fraude electoral por su campaña contra el plebiscito ya que, después de la confesión de su jefe de campaña, un expresidente no puede esgrimir como única autocrítica “debemos decirles a los compañeros que cuiden las comunicaciones” además de que, en aras de su propia ambición, no tiene el derecho de condenar a cientos de miles de colombianos a seguir una guerra que beneficia a un pequeño círculo de empresarios y a políticos de él que se sienten cómodos –como su ídolo, Laureano Gómez- haciendo política en medio de un charco de sangre.
Por eso, la gran mayoría de los que lo votaron, le han dado la espalda y hasta uno de sus discípulos, Federico Gutiérrez, le da pena salir en la foto con él. Y ni hablar de los muchachos. ¡Qué lección nos están dando los centenialls! los mismos a los que le hacemos matoneo porque no escuchan Nirvana y si J Balvin. En las calles, desde el 2019, decidieron darlo todo, como Dylan Cruz, por cambiar un credo político creado por los grandes banqueros, como Sarmiento Angulo, para proteger sus intereses. Esa capacidad de discernir quien es el verdadero enemigo, el señor gordo y poderoso que pone el billete para financiar sus políticos, son los que protagonizan sus arengas anti-establecimiento. Son ellos los que saldrán a acabar con el uribismo el próximo 29 de mayo.
Es un poema que haya sido la generación de Cristal la que terminó enterrando al señor de las sombras.