Mi nombre no lo puedo decir por seguridad, yo tengo cuarenta y cinco años y desde el año dos mil cinco comercio con la gasolina. Muchos dicen que es contrabando, yo digo que es comercio, no sé si sea para liberarme de culpas o porque era algo tan normal, que no se le ve la diferencia entre comprar una caneca de gasolina y un garrafón de aceite.
Antes viajaba a Montelara, pero no volví a viajar allá porque me pareció mejor negocio comprar la gasolina en Cuestecita. Llegar a Montelara es dañar los carros en esas trochas y arriesgar la vida, puesto que la guerrilla domina la zona y hay que pagar vacunas. Cuestecita está a 2 horas de La Paz – Cesar, la carretera es totalmente pavimentada, no se encuentra uno con la guerrilla, aunque hay que pagarle vacunas al ejército y la policía.
El transporte del combustible se hace en tres tipos de carros. Una en carros pequeños, a los cuales se le eliminan la totalidad de las sillas excepto la del conductor y se le amplia el tanque de la gasolina. En un automóvil se pueden mover hasta 30 pimpinas, lo que es igual a ciento ochenta galones. Cada pimpina se encontraba en el año 2005 en cuatro mil pesos y se vendía en La Paz en once mil pesos, hoy se consigue en dieciocho mil y se vende treinta y seis mil. También, están las camionetas y otros en carro-tanques, a los que se llaman mayoristas duros.
En Cuestecita la gente vive del comercio de gasolina, todos saben que es un negocio ilegal, pero no hay de otra, eso mueve la economía y de eso comen las familias. Uno llega a Cuestecita y en cualquier parte compra gasolina, lógicamente cada cual llega donde su proveedor particular, yo se la compraba al Negro, él tenía varios camiones y un carro-tanque, que se la traen de Montelara. El Negro me daba buena medida y mejor precio, además de la garantía de ser una gasolina limpia.
Yo cargaba un Renault 9 y con 30 canecas de gasolina me venía para La Paz, esperaba que salieran unos 20 o 30 carros y armábamos un grupo, lo que en la zona se conoce como las caravanas de la muerte; nosotros andábamos a 160 kilómetros o lo que el vehículo alcanzara en velocidad, la policía y el ejercito difícilmente en una caravana nos detenía, por la velocidad y el combustible altamente inflamable que llevábamos. Delante de nosotros siempre iba un carro con dos pasajeros, a los que les llamamos moscas, ellos van cantándonos la zona, y cuando la cosa esta pesada ellos van pagando la vacuna al ejército y la policía, hasta llegar a La Paz.
La Paz en poco tiempo se convirtió en la estación de gasolina más grande de Colombia, en las casa se guardaba gasolina en los baños, en los cuartos, en la sala, en el patio, en todos lados. Se adecuaron los patios con tanques enormes de depósito, por lo menos una persona por familia vivía de la gasolina, aquí no se salva nadie. Esto fue una bonanza que nos arropó y que disfrutamos todos, bueno también sufrimos, puesto que se quemaron muchas casas en incendios, muchos de los muchachos que viajaban conmigo se accidentaron en las caravanas de la muerte y quedaron calcinados, nosotros sabíamos que ese era el riesgo. Sin embargo, lo corrimos, pero el billete de la gasolina se movía por las calles de La Paz como la almojábana misma. Los hijos de la gente pobre pudieron salir a estudiar, se arreglaron las casas, en los billares y las cantinas nunca faltó el comprador de trago. Los pelaos de 14 y 15 años andaban con quinientos mil pesos en el bolsillo cualquier día y eso es mucho lo que mueve la economía.
También es cierto que la plata que se movió en el negocio fue un billete que se ganaba para gastar, hubo una cultura de despilfarro y no de ahorro. Aquí se vendía la gasolina de frente mar, en las avenidas, en las esquinas, en todos lados, la policía era ciega ante el comercio. El negocio era tan redondo que los paramilitares, olfatearon billete y montaron un peaje, había que pagarles por cada caneca de gasolina que se trajera, sin embargo, el negocio seguía siendo rentable y hasta más seguro porque ellos arreglaban con la ley.
Mientras todo esto ocurría en La Paz no había desempleo, ni indigencia, yo diría que el contrabando de la gasolina fue un igualador social en la Guajira, pues la gente reprimida se igualó a los dueños del pueblo. Nadie era pobre de una camisa, de una moto, un carro o una carne asada, los privilegios de las familias adineradas pasaron a estar al alcance de los Meza, Rodríguez, Robles, Beleños, en fin las diferencias e inequidades sociales se acortaron. Fueron muchos los hijos de gasolineros que se fueron a estudiar carreras universitarias a Bogotá, Barranquilla y Medellín, como antes solo lo podían hacer los privilegiados.
Pero llegó la maldita política internacional de Colombia y Venezuela y cerraron la frontera y se cortó el chorro de gasolina veneca. Eso ocurrió en varias ocasiones y cuando ello ocurría los gasolineros llevábamos del bulto, pues no teníamos cultura de ahorro, entonces tocaba fiar en la tienda y en la cantina nos acreditaban porque sabían que ese chorro otra vez se abriría; pero también sufrían los transportadores y personas con vehículos acostumbradas a tanquear con cuarenta mil pesos o menos y en escasez tenían que bajarse de los sesenta mil o más. Las colas de carro en Valledupar podían demorar hasta cuatro o cinco horas, en otras ocasiones se acababa la gasolina y la escasez paraba la ciudad, ello trajo algo a favor que fue el precio de frontera del combustible nacional y la ampliación de los cupos de gasolina para la zona.
Mientras se superaba la crisis el negocio volvía con más fuerza, se reajustaban los precios y todo volvía a la normalidad: las estaciones de gasolina de Valledupar volvían a estar vacías, mientras los desfiles de carro venían a tanquear a La Paz. Entonces se movía la comida rápida, la almojábana, la compra de cerveza; eran entradas que movían la economía de nuestro pueblo. Todos creíamos que la gasolina era una bendición, nuestro cantante Jorge Oñate saludaba a los pimpineros de La Paz, los políticos se reunían con nosotros e incluso le aportábamos plata a las campañas, hasta el cura se benefició del contrabando porque las limosnas de la iglesia y las donaciones eran platas del combustible veneco.
Pero llegó el día que la policía comenzó a controlar la gasolina y esta vez sí en serio, al primero que metieron preso fue uno de los mayoristas duros. Se le metieron a la casa, le tomaron fotos y videos a la merca que estaba a la vista de todos y se lo llevaron para la cárcel. Luego vinieron por quienes aquí llamare el Ñato, Toreto y muchos más. La cosa se puso dura, pasamos de ser el sector generadores de progreso económico a ser tratados como delincuentes. Hubo enfrentamiento con la policía, en la vía se puso más difícil el transporte, aumentaron los accidentes por las altas velocidades, puesto que ya la policía no se transaba. Los precios de la gasolina nacional bajaron y los de la gasolina veneca subieron, haciendo cada vez menos atractivo el consumo de gasolina de contrabando.
Mi último viaje lo hice el 18 de enero de este año, recuerdo que salí de La Paz a las diez de la noche, llegué a Cuestecitas tipo doce y a la una y media estaba de regreso a las 4 de la mañana. Fui capturado entrando a La Paz, me decomisaron la gasolina, me pusieron a disposición de los jueces de Valledupar y desde entonces estoy aquí purgando una pena de 5 años por favorecimiento de contrabando de hidrocarburos o sus derivados.
Hoy la cosa en La Paz cambió, mi familia perdió el rancho que construimos, mi mujer vende jugos en la vía a La Guajira para sostener a nuestros hijos. Cuando viene a visitarme me dice que en el pueblo todo está difícil, mucho desempleo, los negocios se están cerrando, los pelaos universitario dejaron de estudiar, que la mayoría de los pimpineros están vendiendo almojábana y chance, ya La Paz no es la misma.