Corría el año de 2026, el soldado Andrade andaba por Madrid de pasada donde unos tíos que portan siempre el alma colombiana y llevan viviendo en Cuatro Caminos más de treinta años, y cuando le dijeron que iba a Bogotá a la casa presidencial andaba más feliz que nunca. Ya el presidente llevaba tres mandatos y ser parte de la guardia era un honor.
—Que te llenan de galletas, mañana, tarde y noche te dan galletas —le advertía cariñosamente su tía.
Él guardó silencio. Le encantan las galletas, y más con sabor a vainilla.
—Que te van a dar galletas, —le repitieron—, y él más eufórico se ponía.
Se fue y volvió al año a visitar a los tíos por una visita corta de ocho días.
—Pero chaval —le dijo la tía—. ¿Qué tienes en la cabeza que parece un cráter?
El soldado Andrade pasó su mano por la cabeza, deteniéndose en cada uno de los chichones, y le dijo mira tía, que el presidente da muchos coscorrones.
La tía miró aterrada y le dijo, pero chaval, te lo advertimos, te repetimos y repetimos que allá te daban galleta y galleta.
—No tía, galletas no me dieron.
—Pero es que no comprendes, te dijimos claro que allá te iban a dar galletas.
—Ah no, tía, ya le dije que no me dieron ninguna galleta, coscorrones todo el día.
—¿Coscoqué?, —preguntó la tía.
—Sí, tía, coscorrones, de esos golpecitos que te dan con la mano ligeramente encorvada y en donde has sacado a relucir el dedo medio con todas sus falanges, y con las fuerzas que tengas diriges el arma contra la primera cabeza que tienes enfrente
—Ah muchacho, peor de lo que pensaba. A mí me habían dicho que ese reparte galleta por todos lados, y sabrás que galleta aquí es un pequeño bofetón. Pero ya, los cosco que dices no tienen presentación.
Y hablando de…
Y hablando de coscorrones, ¿cuándo es que se aparecerá como mago de circo algo o alguien que ponga en serias cinturas a esta corruptela que está carcomiendo a Colombia?
