Muchas historias se han contado sobre los orígenes de Punk-rock, algunos aseguran que nace en los años setenta. A mi juicio, poco importa determinar su origen, más que hacer una genealogía de este polémico estilo de vida, quiero caracterizar las posibles variaciones de sus adeptos, hasta “tratar de comprender” cómo es posible que un grupo de vándalos, imbuidos en las drogas, el alcohol e ideologías malinterpretadas, sean capaces de agredir hasta el límite a ciudadanos de bien. Me refiero al caso del joven Alejandro Vargas y su novia que el pasado fin de semana, fueron brutalmente atacados por un grupo de individuos que se hacen llamar “punkeros”.
El movimiento Punk se manifiesta como una reacción social frente al mundo, según el libro: Please kill me, una especie de manifiesto oral de esa cultura, escrito por Gillian McCain y Legs McNeil, antes de este género no había ninguna alternativa “para liberar violentamente todo su descontento acumulado”.
He investigado sobre el comportamiento de esta expresión “cultural”, no quiero ser injusto y caer en generalidades al afirmar que todos son “podridos” como muchos de ellos se auto-reconocen, pero me cuesta pensar que ha existido una facción del Punk sin –tanto- odio; incluso, las letras de los Sex Pistols, el grupo más reconocido de la historia –según la crítica- deja mucho que pensar: “[…] soy un anticristo, soy un anarquista, no sé lo que quiero pero sé cómo obtenerlo, quiero destruir”. Como si fuera poco, a los propósitos reaccionarios hay que sumarle ideas anarquistas, anti-estéticas, anti-militarismo y anti-fascismo; lo que convierte a los “punkeros” en una mezcla efervescente de rabia contra todo, hasta contra ellos mismos.
Respecto al comportamiento de los “Punkeros” en Colombia es aún más vergonzoso, se convirtieron en una bandada de “jueces morales” que golpean a las prostitutas, a los miembros de la comunidad LGBTI, a los “gomelos”, a los “ñeros”, etc.
Para los que creemos en la libertad de expresión, el libre desarrollo de la personalidad, es complejo aceptar cómo una tribu urbana –me refiero específicamente a Colombia- puede ser aceptada y tolerada dentro de la sociedad cuando su ideología va en contravía del respeto. Creo que el problema de fondo no es el Punk, a pesar de todo lo antes expuesto, reitero que debe haber “punkeros” que están en contra del sistema por lo injusto que puede llegar a ser; además, creo que esa injusticia la manifiestan musicalmente y a través de una profunda irreverencia. En nuestro país como solemos importar ideologías al garete, estoy seguro que muchos de los desalmados “punkeros” ni siquiera se han tomado la molestia de entender que ser reaccionario es válido, siempre que se manifieste artísticamente en la sociedad.
Expreso mi solidaridad con el joven Alejandro Vargas, cuando la intolerancia y la ineficiencia de la justicia parecen imperar en nuestro entorno, es momento de protestar –pacíficamente- como su familia y su novia lo han hecho.
@zamivar