Hurakán, un dios maya, camina en una sola pata de garras poderosas. Él todo lo destroza a su paso, lo despierta el calor, agita el viento para tomar fuerza, haciendo llover se calma, posa una mano en el Pacífico y la otra en el Atlántico, moviéndolas de año en año.
Antes de 1492, cuando aún no habían llegado invasores europeos a Abya Yala, la gente pensando en las andanzas de sus dioses, construía sus viviendas acordes al relieve y clima de sus territorios, desde las ligeras chozas de madera, hasta las de grandes moles de bloque de piedra cincelada, o ciudades flotantes, de tal manera lograban pasar menos penuria mayor alegría.
Después en tiempos llamados modernos los pobladores de la ahora América, pelaron cuanto valle y montaña pudieron, echaron desechos asfixiantes a ríos y mares, apeñuscados en urbes para alumbrar las noches, ahorrarse esfuerzos y estar conectados quemaron millones de toneladas de aceite y piedra, restos de animales y árboles gigantes que millones de años antes Hurakán escondió bajo tierra.
Después de 150 años de quemar día y noche aceite y piedra, los humanos calentaron más el rancho común, de modo que las furias del dios Maya fueron cada vez más terribles.
A cada resoplo de Hurakán, los brujos modernos bautizan como un hijo o hija que tendrán una vida fugaz, además le miden su categoría acorde a la velocidad y fuerza de su movimiento, de 1 a 5. Cuando Hurakán castiga a América del Sur con sequía o lluvia nadie le pone nombre a sus berrinches, las noticias solo reportan inundaciones por culpa de la Niña, o sequias por el Niño.
No voy a hablar de los estragos que en Colombia está causando la niña, que tiene inundado al Chocó, Urabá y parte de la Costa Atlántica, por ahora hablemos de las incertidumbres que vive la gente de Providencia.
Colombia tiene un departamento insular, San Andrés y Providencia, ubicado en el mar caribe, el 14 de noviembre pasó con su furia el huracán Iota, de categoría 5, con 230 kilómetros de velocidad.
Iota destrozó el 80 por ciento de las casas de los 6.000 habitantes de Providencia, y destruyó buena parte de sus infraestructuras, una verdadera catástrofe, para una población cuya mayoría es de cultura raizal, o sea descendientes de afros e indígenas que hablan creole, quienes además cada día están más pobres por el acoso de la industria del turismo.
Antes en noviembre pasó ETA que causó daños a 250 familias, el presidente Iván Duque diligentemente envió a María Juliana Ruiz su esposa, a llevarles ayudas en un avión de la fuerza aérea el día 12 de noviembre; Iota quiso embestir con sorpresa, pero los monitores de huracanes de Colombia lo detectaron horas antes, Duque avisado sacó de urgencia a su esposa, pero no tomó ninguna medida de emergencia para la población.
Este hecho, más los incumplimientos acumulados por el presidente hace que los líderes del consejo raizal, pongan una alerta sobre un desastre mayor que les puede venir.
Los raizales en el momento del Hurakán no fueron evacuados, luego los reubicaron en San Andrés dizque para evitar enfermedades, pero ellos sospechan que las empresas multinacionales del turismo puedan despojarlos de su territorio.
Duque prometió reconstruir en 100 días y decretó un estado de catástrofe por un año; para poder desembolsar recursos. Inicialmente destinó un fondo de 139.000 millones de pesos, y nombró como gerente de la reconstrucción a Susana Correa, una funcionaria del gobierno que en el 2013 presumiblemente contrató un hacker para rastrear a los negociadores de paz, y en el 2019 entró al Senado a ofrecer mermelada para ganar votos a favor del gobierno.
Al siguiente día de su posesión Iván Duque fue a San Andrés prometió hacer obras que otros gobiernos no han hecho, cuando regresó en enero del 2019, no había iniciado ninguna de las obras que prometió, pero aseguró que en 6 meses desembolsaría 10.000 millones de pesos para alguna de ellas; entre lo que no ha cumplido están la reparación de un muelle portuario en San Andrés y construcción de otro, construir varias plantas para agua potable; construir un hospital para providencia.
Los raizales quieren que el gobierno cuente con sus criterios y que sus casas sean apropiadas al clima (como les gusta). Así mismo, quieren retornar para ellos estar pendientes de lo suyo, que los escombros no los tiren al mar, que les cumplan y sobre todo no quedar a merced del dios mercado que los quiere desterrar. No quieren quedar endeudados para que al no poder pagar los expulsen.