Pese a que muchos estudios demuestran que los derechos económicos de las mujeres, especialmente los referentes al trabajo y los ingresos, tiene un impacto positivo en la economía y el desarrollo sostenible de las naciones, sigue habiendo una brecha de género potencialmente alta en las fuerzas laborales. Dicha desproporción es consecuencia –de acuerdo con ONU Mujeres— de la pobreza, la falta de derechos sobre tierra y herencia, la discriminación y la explotación laboral, entre otros.
Hace unos años, el Banco Mundial publicó un estudio que revelaba que la participación de las mujeres en el mercado laboral tuvo un papel importante en la reducción de la pobreza. Esta es solo una cifra que evidencia el poder femenino en el progreso económico y social de los países. Pero ello no es desconocido en las naciones desarrolladas y emergentes.
La Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, aprobada por los Estados miembros en 1995, destaca a las mujeres y la economía como una de las 12 principales esferas de preocupación del mundo. Los 189 gobiernos que firmaron el acuerdo se comprometieron a llevar a cabo acciones específicas para alcanzar objetivos concretos para mejorar el papel de las mujeres en la economía.
En Colombia ha habido avances significativos pero insuficientes. Un estudio publicado en 2015 por la ONU Mujeres afirma que el acceso a la fuerza laboral de las mujeres colombianas creció un 24% en las últimas décadas. Sin embargo, queda mucho por superar. Sobre la brecha salarial de género en el mundo, por ejemplo, las mujeres ganan un 70% menos frente al sueldo de los hombres; asegura Harvard Business Review.
Entre los factores que contribuyen a esa realidad se encuentran los sueldos que ofrecen las industrias y los tipos de empleo distintivos de hombres y mujeres. En este mismo plano, el género femenino tampoco se libra de la poca proporción de mujeres en cargos directivos o gerenciales, el cual no supera el 24%. El Banco Mundial también revela que a nivel global ellas cobran alrededor del 24% menos que ellos.
Es claro que las mujeres se han convertido en agentes efectivos para el desarrollo del capital social de cualquier país. Por eso, es necesario contribuir con sus necesidades, sus diferencias de roles y sus circunstancias económicas y familiares. Como lo afirma el Banco Interamericano de desarrollo, “ello significa que se debe reconocer más su contribución actual y potencial como productora, como individuo capaz de tomar decisiones y como generadora de ingresos”.