Bergoglio se suma a los jefes de Estado —él también lo es— que culpan al mensajero de los hechos negativos.
Dice el papa Francisco— porque también es el jefe espiritual de millones de católicos— que «los periodistas —así en genérico— suelen caer en «pecados», que de ser ciertas esas acusaciones constituirían delitos en dos casos, y deshonestidades en otros dos, como «la desinformación, calumnias, difamación, coprofilia».
Este último calificativo se traduce en atracción fetichista por los excrementos. Ni más, ni menos.
Ocurre que Bergoglio-Francisco cuando vierte opiniones sobre su prójimo habla desde esa doble condición, por lo que ofrece la dificultad de que la lógica reacción de los agredidos, en este caso los periodistas, pueda interpretarse como una ofensa hecha a millones de personas que profesan el catolicismo. Él lo sabe, y se escuda en ellos.
La religiosidad latinoamericana comprende muchas otras maneras de expresarse también: budismo, chamanismo, islamismo, judaísmo, pentecostalismos, protestantismos, santería, además de las diferentes manifestaciones de la religión popular.
La libertad religiosa es reconocida como uno de los «cimientos de la sociedad democrática» por la Corte Interamericana de DH en sentencia del 5 de febrero de 2001 (La última tentación de Cristo versus Chile).
La Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre (DADDH), suscrita en 1948 en Bogotá, en su artículo 3°, proclamó el derecho a la libertad religiosa.
También la Convención Americana sobre Derechos Humanos (CADH) proclama la no discriminación religiosa (Arts.1 y 27, incisos1 y 2); la libertad religiosa, declarando la dimensión positiva y negativa de dicha libertad (Arts.12, incisos 1 y 2); la libertad de asociación religiosa (Art.16°).
En síntesis, el sistema interamericano de DH garantiza el respeto a la libertad religiosa y el principio de no discriminación e igualdad de todas les creencias religiosas o no. La religiosidad de la persona es un derecho humano. Y cabe mencionar especialmente el artículo 13° de la CADH que prohíbe el discurso de odio religioso, que Bergoglio aplica al revés cuando acusa y estigmatiza ante millones de sus seguidores a los trabajadores de la prensa.
Como jefe de Estado, Bergoglio, quizás imbuido de la tradición peronista de hostigar a la prensa, se suma a los presidentes, ex presidentes y dictadores —Trump, Bolsonaro, Rafael Correa, López Obrador, Bukele, Daniel Ortega, Maduro, Cristina F. de Kirchner—, que culpabilizan, censuran y persiguen a periodistas por las situaciones negativas, o que les cuestionen, informadas por los medios de comunicación. Hechos por los cuales no poca veces los periodistas pagan con sus vidas ejercer el oficio de informar u opinar.
Especialmente sarcástico suena el principal del Vaticano si tenemos en cuenta que sobre la mayor tragedia del último tiempo como es la guerra de agresión desatada por Rusia contra Ucrania, Bergoglio no ha sido capaz de responsabilizar con nombre y apellido a Vladimir Putin por haber invadido a un vecino, drama que hoy registra crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad, torturas, desaparición forzada, violación de mujeres, desplazamiento forzado para millones de ucranianos, millones de niños expuestos a graves riesgos, la destrucción material de un país y perjuicios económicos y comerciales para el mundo.
Las imágenes y testimonios aportados desde suelo ucraniano por esos periodistas cuestionados por Bergoglio —algunos de los cuales murieron por informar en tanto decenas de corresponsables siguen en riesgo— permiten a la opinión publica tener elementos para discernir aquella realidad. La agresión del papa Francisco supone un contraste muy fuerte entre quienes arriesgan su vida por informar y quien se limita a decir que «todos somos culpables» de la guerra, o a besar una bandera ucraniana y condenar a la masacre de Bucha sin mencionar a los culpables. Claro que siempre es algo mejor respecto a su antecesor Eugenio Pacelli (Pío XII) que bendijo las armas de Mussolini y se mantuvo ajeno al Holocausto.
Solamente en Latinoamérica, la segunda región con más periodistas asesinados, en 2021 murieron 14 periodistas y en lo que va del 2022, solo en México, —uno de los países más católicos de la región— suman ocho los periodistas asesinados en impunidad.
No es el mejor contexto para atacar desde el poder —y Bergoglio vaya si lo tiene— a quienes únicamente poseen su computadora o celular para desempeñarse y, paralelamente, ser tan benigno con los criminales.
Quizás, no es posible saberlo, la información documentada y confrontada que aportan periodistas y medios de prensa sobre el abuso sexual clerical contra menores en el mundo, genere ese encono en quien, respecto a esa otra tragedia humana, poco ha hecho en sus casi diez años de pontificado.
Precisamente, en estos días en que tuvo lugar la invectiva papal, el periódico El País de Madrid — diario leído por más de un millón de lectores y el más consultado digitalmente en habla hispana— ha sido premiado por su trabajo de información y documentación acerca del abuso sexual clerical sobre menores, destacado por el jurado por «el valor fundamental de una investigación de largo aliento, sobre unos hechos ocultos y ocultados durante décadas, dando voz a personas adultas quebradas por las terribles experiencias de la infancia».
Asimismo, resalta que es «una investigación que impacta en la vida de las personas, moviendo a los poderes públicos y a la Iglesia a iniciar sus propias investigaciones». Por último, ha valorado la participación de los ciudadanos quienes, a través de un correo habilitado por el diario, «han nutrido una contabilidad de más de 600 casos de abusos con más de 1.200 víctimas».