El proceso de venta de la petrolera canadiense –cuyo inicio se conoció el pasado 5 de mayo— estuvo marcado por los contratiempos, con la pronta aparición de un grupo empresarial venezolano que se opuso al arreglo. La fracasada operación no es una buena señal para el entorno petrolero colombiano.
Primero, el anuncio del pasado 14 de marzo de la no renovación del contrato de explotación de Campo Rubiales (de lejos, uno de los más productivos del país); luego, apenas una semana después, los datos de su informe de resultados de 2014 que certificaron una pérdida de 1309 millones de dólares y una deuda de 4.000 millones de dólares que advertía de la gravedad de su situación financiera y, por último, el comunicado del miércoles 8 de julio que daba por terminada la negociación con el grupo mexicano Alfa y Harbour Energy para la adquisición de todas las acciones ordinarias en circulación de la petrolera canadiense.
El fallido arreglo, cuya negociación se hizo pública el pasado 5 de mayo, se venía trabajando puertas adentro de Pacific desde el último trimestre de 2014. Ejecutivos de la petrolera se cansaron de elaborar informes y hacer presentaciones para los potenciales compradores. En febrero de este año, Ronald Panitn, CEO de la compañía, aseguraba al diario Portafolio que “tenemos la situación bajo control y vamos bien”. Los hechos posteriores desmentirían tanto optimismo, un comportamiento constante, por demás, de la compañía en su esfera pública. ¿Subestimaron a sus adversarios dentro y fuera de Colombia? Tal vez.
La frustrada operación de venta sólo puede, en principio, alegrar al denominado grupo de los bolichicos —agrupados en la firma O´Hara— que hizo todo lo posible, y más, para tumbar el acuerdo alcanzado por Alfa y Harbour, mediante la compra de acciones de la petrolera y cuestionando, por bajo, el precio de venta por acción de 6,5o dólares canadienses, lo que habría arrojado incertidumbre sobre la negociación.
El portal venezolano www.konzapata.com, dirigido por el periodista y escritor Juan Carlos Zapata, autor, por cierto, de los términos boliburgueses y bolichicos —para referirse a los sectores que se volvieron ricos al amparo de la revolución chavista— advierte que la estrategia del grupo empresarial venezolano le permitió sumar aliados en el trayecto, hasta el punto de dificultar seriamente el arreglo, que Pacific siempre pareció dar por hecho.
Para la gerencia de Pacific es un rotundo fracaso la operación porque se pierde la oportunidad de sanear la empresa y liquidar su endeudamiento. Para los sectores sindicales, agrupados en la Unión Sindical Obrera, USO, eufóricos por la reversión de Campo Rubiales, tampoco puede ser una buena noticia porque es preferible negociar con una empresa con un horizonte económico más claro. Y para el entorno petrolero colombiano también es perjudicial como lo apuntó para IP un líder gremial que veía posible, antes de la truncada venta, que Pacific pudiera mantener la operación en Campo Rubiales bajo un nuevo acuerdo con la petrolera estatal colombiana.
Un socio en dificultades no es un buen negocio, en este contexto de incertidumbre de precios, de caída de las reservas y de una muy sensible baja en la exploración.
El impacto de la fallida venta de Pacific se apreciará muy pronto. La última frase de su comunicado ya lo advierte: “La Compañía continuará con sus planes de reducción de costos operativos, la desinversión de activos no medulares, la reducción de deuda, y buscando oportunidades en materia energética en México con nuestro socio preferencial ALFA”. ¿Y Colombia?
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