Leí una columna que Luis Carlos Vélez publicó en El Espectador el pasado 6 de enero, esta se titulaba En Colombia estamos mejor que nunca, pero no nos damos cuenta. El texto es un recetario de indicadores, de cifras fríamente calculadas para decirnos, hombre, por qué protestan si a pesar de la corrupción, del narcotráfico, de la persecución contra voces opositoras, del asesinato de líderes sociales, de la toma del Estado por la cultura mafiosa… hemos mejorado en algo. Y es la misma receta que utilizan los que quieren callar la protesta social, pues todo el calor que produce la desigualdad en Colombia la quieren desacelerar con la frialdad de las cifras. Por eso en el remate de su columna este señor termina diciendo “por eso el llamado para todos, en este 2020 que comienza, es el de entender que hay razones para ser optimistas en nuestro país. Colombia no será la nación más rica ni la más desarrollada, pero cuando se miran fríamente los números es evidente que vamos para delante”. Pues hay que decirle a este señor que con el solo hecho de practicar la cultura de la legalidad por todos los colombianos, incluida la de los periodistas como él, este país sí podría ser una nación rica, sostenible y sustentable, y una de las más desarrolladas.
Pero para callarle la boca a la protesta social, este señor saca de la galera unos indicadores del banco de indicadores económicos y sociales del mundo que conserva la Universidad de Oxford, y nos restriega en la cara que “la tasa de muertes de niños en nuestro país en 2018 fue de 14,2 por cada 1.000 nacimientos, mientras que en 1969 fue de 101,5”. Claro que se ha reducido esa tasa de mortalidad, ¡qué tal que no!, pero lo que no nos dice es en qué condiciones socioeconómicas nacen los niños y si todos los nacidos están vivos después de cinco o diez años; es decir, cuáles de ellos alcanzaron mayor expectativa de vida que los demás en un contexto de violencia cruzada en donde no se respeta la vida ni de los niños, sobre todo los de condiciones más vulnerables; como los más de cuatro mil niños que se murieron de hambre en la Guajira de desnutrición, en los últimos ocho años; o como el caso de Yuliana Samboní, la niña que violó y asesinó Rafael Uribe Noguera, en Bogotá, la expectativa de vida de esa niña duró 7 años. Precisamente, este señor Vélez señala que “mientras que hoy por hoy un colombiano puede esperar vivir unos 74 años, en 1960 la esperanza era alcanzar a duras penas los 56”. Por eso, se trata es de una “esperanza de vida”, porque volviendo al contexto de violencias cruzadas en un país en donde la violencia de todo tipo hace parte ya de la “canasta familiar”, la expectativa de llegar a más de 70 años es eso…solo una “expectativa”; que no lograron los niños que reclutaron los grupos al margen de la ley y que bombardeó el ejército en San Vicente del Caguán; que no logran los policías muertos por acciones criminales; que no logró Dilan Cruz, el estudiante muerto por el Esmad en Bogotá; que no logran los que se mueren por inasistencia médica; que no logran los que se suicidan por motivaciones socioeconómicas. Y sigue con su frialdad el señor Vélez, diciendo que la tasa de pobreza “está en su nivel más bajo de en la historia, según el Dane”. Pero ojo, ¡es el Dane!, que apunta de cambiar amañadamente la fórmula para medir la pobreza hace que por arte de magia miles de personas “salgan de la pobreza”, así sigan en las mismas condiciones socioeconómicas; pues según el Dane, una persona no es pobre si obtiene solo el tercio de un salario mínimo. ¿Pueden creer ustedes eso? Incluso, ¿ya se nos olvidó que hubo dos directores del Dane que en tiempos pasados renunciaron por sentirse presionados en el manejo de las cifras?
Y sigue la perorata de este señor diciendo que hay gente que por fin le llegó el agua potable, que por fin le llegó la electricidad, que por fin tiene Internet… ¡Qué tal que no! Pues claro, es lo básico que podemos tener. Este señor pretende hacer creer que con solo tener lo mínimo en cosas, con eso basta y que no hay justificación para protestar. Y se centra solo en las cosas mínimas que la gente deber tener para decir que tenemos “calidad de vida”. No. La calidad de vida no solo tiene que ver con las cosas, con lo económico, con lo básico que la gente pueda medio tener. La calidad de vida también tiene que ver con lo condiciones sociales, y aquí nos matan hasta por robarnos unos tenis, un celular o hasta por una camiseta de fútbol, ni qué decir del reguero de líderes sociales asesinados. La calidad de vida también tiene que ver con condiciones políticas, y aquí todavía vivimos en la política de estilo feudal, la modernidad política no nos ha llegado, y esa manera feudal de pensar, de ver y practicar la política es la que nos tiene atrapados en un periodo de quinientos años atrás. En ese país todavía gobiernan las familias políticas mediante algo que ellos llaman partidos, que son una fachada legal para crear y mantener en el tiempo sus famiempresas electorales. Ante esta lamentable realidad, uno comprende por qué sigue siendo todavía un país de familias feudalistas y señoriales, en donde las regiones siguen siendo grandes villas y la política se ejerce como una heredad porque tal o cual familiar la ejerció y creen que el poder político les pertenece por línea consanguínea (como el clan los Char en la costa). En este escenario de politiquería, el Estado es como una gran presa cazada y desmembrada salvajemente. En ese desollamiento unos le arrancan la cabeza, otros se apoderan de las extremidades, otros atacan para llevarse el tronco, otros se sacian con las vísceras…En estos salvajes terrenos nunca seremos vistos como ciudadanos sino vasallos, clientes, o la misma moribunda presa. La calidad de vida también tiene que ver con las condiciones de saludad, y con solo decir que tenemos un sistema de salud entregado a la corrupción con eso basta; ahí está Medimas, la Contraloría General hace poco destapó la fiesta que estaban haciendo con los dineros de la salud, como también sucedió con Saludcoop, pues la corrupción no hace sino cambiar de “razón social” La calidad de vida también tiene que ver con condiciones naturales, y este es un país entregado a la sobreexplotación de los recursos naturales y una evidencia es la deforestación, sobre todo en la Amazonía.
Por supuesto que este señor no habla, ni va a hablar, de la concentración de la riqueza en las “varias formas” en que la plutocracia de este país la ha atesorado y la esconde en paraísos fiscales; que incluye, por supuesto, el robo de tierras que durante décadas se ha desarrollado en el país y que hace parte de la fortuna de terratenientes y politiqueros que se ufana de hablar de “democracia”, “derechos humanos” y “calidad de vida”.
Pero no, el frígido de Luis Carlos Vélez quiere echarnos un baldado de unas cuantas cifras frías para apagar la llama de la protesta social.