La carta de Lina Moreno no tiene alma. No es sentida, honesta, ni prudente; más bien, es puro cálculo.
Además, no denota el dolor que tuvo que atravesar antes de escribirla. Está signada por la frialdad y la intelectualidad, evidentes en las citas de Sándor Márai y Thomas Mann, que la vuelven presuntuosa.
Así mismo, desmiente la prudencia de la que habla en un comienzo al afirmar que los magistrados son seres humanos que reciben influencias de su entorno y que emitieron el fallo permeados por intereses políticos y una atmósfera poco propicia. Pirotecnia de Perogrullo.
Ella misma sostiene que no podría ser de otra manera. No existe un solo juez, entre todos los que en el mundo han sido, que no haya estado influenciado por su ambiente... y a Álvaro Uribe aún no lo están juzgando las cortes celestiales.
Para que la sentencia fuera justa, ¿habría que esperar entonces que lo investigaran algoritmos biométricos o togados esterilizados en el Tíbet que para demostrar su imparcialidad fallaran a su favor?