“Ils sont tombés sans trop savoir pourquoi
Hommes, femmes et enfants qui ne voulaient que vivre
Avec des gestes lourds, comme des hommes ivres
Mutilés, massacrés, les yeux ouverts d'effroi”.
— Ils sont tombés, Charles Aznavour.
Llegué en abril de 2010 a Erevan para participar en el XXXVII Congreso de la FIDH, con la expectativa de conocer una de las ciudades más antiguas de la humanidad, fundada en el 782 aC, a las faldas del monte Ararat y en las montañas del Cáucaso. Luego de hospedarme salí a visitar la Plaza de la República con sus fuentes de agua musicales y bellos edificios gubernamentales con arcos sobre el andén. También recorrí las escaleras de piedra caliza del complejo Cascade con sus fuentes, restaurantes y bares que conectan con el norte de la ciudad.
Durante el congreso pudimos conocer la Catedral de Ejmiatsin, donde queda la Cancillería y donde se emplazó la primera catedral del cristianismo en el siglo VI, en el 301 fue el primer país en adoptar la fe cristiana. También recorrí el Parque de la Victoria donde está emplazada la Madre Armenia, hermosa estatua de cobre de 22 metros de altura, emplazada sobre un gigantesco pedestal de 51 metros, que en buena hora sustituyó la gran estatua que se había construido en homenaje a Stalin. Armenia fue una de las 15 repúblicas que integraron y sobrevivieron a la Unión Soviética disuelta en 1991.
Con nuestra presencia se conmemoraron los 95 años del genocidio turco, entonces el imperio Otomano en decadencia, contra más de un millón de cristianos de Armenia, genocidio que las autoridades turcas siguen sin reconocer. Aquel congreso de la FIDH lo consagramos a la memoria de nuestra colega Natalia Estemirova, asesinada el 15 de junio de 2009 en Grozni, capital de Chechenia, integrante de la organización de derechos humanos rusa, Memorial, quien documentaba los crímenes rusos contra los independentistas chechenos.
Me llamó la atención el conocer que los colores de la bandera de Armenia son los mismos de la bandera colombiana pero al revés (rojo, azul y amarillo), y comenté con mis amigos del Civil Society Intitute, la organización asociada de la FIDH en este bello país del Caucaso, de las armenias que tenemos en Colombia y del parecido en los colores de nuestras banderas.
Les comenté sobre el nombre de una hermosa tierra cafetera, enclavada en la cordillera central de los Andes, Armenia, capital del departamento del Quindìo, fundada en 1889 con el nombre de Villa Holguín, que en solidaridad con el pueblo armenio, víctimas del genocidio turco, cuyos sobrevivientes cristianos se dispersaron por el mundo, decidió cambiar su nombre. El gran cantante francés Charles Aznavour (originalmente Aznavourian) y las modelos Kardashian son los personajes más reconocidos entre los herederos de esa diáspora.
Otra Armenia, menos conocida, está ubicada en Antioquia, al occidente de Medellín, y es conocida como “Armenia Mantequilla” por estar situada junto a un cerro coronado de altos árboles de yarumo, cuyas hojas blancas, con el brillo del sol, los hacen parecer desde lejos una gran bola de manteca dorada.
Bogotá no podía quedarse atrás y en la zona de Teusaquillo tiene el barrio Armenia, donde viví en medio de amigos bohemios, porque allí, precisamente a raíz del holocausto de 1915 vinieron a vivir muchos exiliados que huían de la represión turca.
Vienen a mi mente estos recuerdos a raíz de la reciente guerra entre Armenia y su vecino Azerbaiyán que tuvo lugar ante los ojos del mundo entre septiembre y noviembre de este complicado año 2020. Este conflicto es en el fondo la continuación de la guerra de 1992-94 entre ambos países cuando la región de Nagorno Karabaj, zona incrustada en Azerbaiyán, pero poblada mayoritariamente por armenios, declaró su independencia proclamándose como República de Artsaj. En esa ocasión los armenios no solamente aseguraron sus posiciones en la región, sino que también conquistaron otras localidades que formaban un corredor que la unía con Armenia misma.
Este año el resultado fue distinto: los azerbaiyanos, llamados también azeríes, apoyados de manera decisiva por Turquía que le proporcionó drones ante los cuales fue impotente la defensa antiaérea, golpearon muy severamente las posiciones armenias y recuperaron terreno y sitios de gran valor estratégico. No menor fue el papel de cientos de elementos de diferentes países, manejados también por el gobierno de Erdogan, trasladados del frente sitio a las zonas de combate.
En esas condiciones, después de que los azeríes tomaron Susha, segunda ciudad de la región, a escasos 11 kilómetros de la capital, Stepanakert, que quedaba literalmente a tiro de cañón, en una decisión dramática, el gobierno armenio, presidido por el primer ministro, Nikol Pashinyan, aprovechó el salvavidas lanzado por Rusia, potencia vecina que medió en el contencioso y aceptó un acuerdo que definió como "increíblemente doloroso para mí y para nuestro pueblo".
En el pacto de paz se pone fin a la guerra que duró 44 días, cesan todas las operaciones militares y Armenia devuelve parte de los territorios que había tomado hace 26 años. Además, acepta la creación de un corredor terrestre entre la República Autónoma de Najicheván, zona ligada a Azerbaiyán y este último, que de esa forma queda conectado con Turquía, su gran aliado. Sigue vigente el corredor de Lachín, estrecha franja de 5 kilómetros que conecta al Nagorno Karabaj con Armenia.
El garante de lo pactado es Rusia, ese gran vecino que siempre ha sido más cercano a Armenia y que esta vez fungió más como mediador. Así las cosas, desplegó fuerzas de paz en número cercano a dos mil efectivos que procurarán garantizar el cumplimiento del tratado.
En ambas naciones enfrentadas el resultado de la contienda ha sido tomado de manera diferente. En Azerbaiyán hay sentimiento de victoria y de hecho así se celebró con la presencia exultante ante la multitud de su presidente, Ilham Aliev, al lado de su flamante invitado, el no menos feliz presidente turco, Erdogan, a quienes algunos llaman el nuevo sultán por su política de expansión y de búsqueda de mayor influencia regional y mundial para su país.
Se dice popularmente que la victoria tiene muchos padres, en tanto la derrota es huérfana. Así en Armenia todo son recriminaciones y acusaciones, el actual gobierno enfrenta serias dificultades y agrias protestas ante lo que muchos consideraran una claudicación. El gobernante insiste en que no tenía otra opción y en que tuvo que aceptar el acuerdo para evitar mayores pérdidas.
Cuando aún no se había secado la tinta con la que se firmó la paz, la semana pasada se rompió la tregua, pero afortunadamente la actitud mediadora de Rusia y del vecino Irán lograron impedir el retorno de la guerra. De todos modos, ha sido una advertencia del riesgo de reanudación de los enfrentamientos, que puede hacerse mayor si crece la inconformidad en Armenia o el triunfalismo en Azerbaiyán.
El libro armenio, una historia de resistencia
La trágica historia de los armenios los hace especialmente sensibles ante este nuevo capítulo que no les ha sido muy favorables. En su conciencia la presencia abierta de Turquía, de nuevo amenazando su propia existencia, revive las peores pesadillas. Pero su historia no ha sido solamente trágica, sino que ha tenido épocas de gran esplendor que pusieron a su país al nivel de las primeras civilizaciones de la Mesopotamia. Fue además una de las primeras naciones en adoptar el cristianismo, al mismo tiempo que desarrollaba un alfabeto propio y hubo épocas en que su Estado fue mucho más grande que la pequeña piel de zapa en la que quedó convertido finalmente y llegaba a tres mares de la zona: el Mediterráneo, el Negro y el Caspio. Pero así es la vida y el devenir de muchas civilizaciones, en más de una ocasión las más dramáticas caídas suceden a etapas de gran ascenso.
El gran cronista polaco Ryszard Kapuscinski relata en su obra Imperio cómo diferentes ejércitos invasores arrasaron como malos vientos al país, destruyeron todo a su paso y lo anegaron en sangre. Cita las dramáticas palabras de Leo, historiador de la Edad Media: “Cuando se secaron las violetas y Armenia se convirtió en la patria del dolor y desterrado, el armenio deambula errante por países extraños o vaga hambriento por su tierra patria cubierta de cadáveres”.
Es ahí, cuando derrotada en el campo de las armas y a punto de desaparecer, Armenia retrocede, pero con dignidad y voluntad de existir. En los scriptoria se refugia esa voluntad e identidad. El scriptorium puede estar en una celda de monje, en una choza de barro o en una cueva, en fin, en cualquier parte. En él hay un atril y un copista que escribe; si se va a perder el mundo propio y la vida, que siquiera sobrevivan las letras y la memoria. “Se puede hundir el barco, pero que al menos quede el diario del capitán”.
La necesidad imperiosa de sobrevivir se impone ante la omnipresente amenaza de aniquilación y en ese trasfondo nace el libro armenio, fenómeno único en la cultura mundial. No solamente por su belleza y finura sino también por todo lo que abarcó. Los copistas y traductores realizaron una labor gigantesca que incluía la traducción de textos de la Grecia y Roma clásicas y muchas obras de la literatura antigua, incluyendo las de muchos de sus conquistadores e invasores.
Entre los miles de libros transcritos o traducidos, muchos de los cuales se conservan en la actualidad, sobresalen unos por sus grandes dimensiones y otros por su miniaturismo. Hubo uno que pesaba 32 kilos, para cuya elaboración se necesitó la piel de setecientos terneros, mientras otras preciosidades tienen el tamaño de un escarabajo.
El legado cultural azerí
Al igual que Armenia, Azerbaiyán llegó a ser un país mucho más grande que hoy. Así mismo, parte de su población vive fuera del país, especialmente en Irán. El idioma azerí pertenece al mismo grupo de lenguas túrquicas: Como antesala del Asia Central, arrinconados entre Turquía e Irán, los azeríes no pudieron desarrollar mucha autonomía y fueron durante mucho tiempo una provincia iraní, no llegaron a tener un estado centralizado. En la cultura se destaca el rico legado arquitectónico creado a partir de la llegada del islam en el tiempo de los selyúcidas, así como la escultura y la cerámica.
Es igualmente significativa la cultura musical, al punto que los mugams tradicionales (composiciones musicales folclóricas) están inscritos en el Patrimonio Cultural de la Unesco y las composiciones de autores azerbaiyanos se representan en salas de conciertos de todo el mundo. El desarrollo de la música azerbaiyana está estrechamente relacionado con la historia de la literatura y poesía patrias, especialmente con la obra del poeta nacional Nezami, que vivió en el siglo XII y de cuya poesía llegó a decir Hegel que la encontraba “suave y dulce”, al punto que “de sus versos extraía perlas brillantes que le abrasaban el cerebro en cien fuegos”. El mugam es un arte que combina la epopeya de los poetas orientales y la improvisación musical de una manera local muy particular.
Desde esta Colombia atormentada, en la cual no cesa el exterminio de líderes sociales y de excombatientes que se la jugaron por la paz, invocamos la conciencia de la humanidad y los valores de la cultura para que tanto armenios como azerbaiyanos persistan en la línea de solución pacífica al conflicto y para que los fantasmas de la guerra desaparezcan para siempre y den lugar a la convivencia pacífica entre los pueblos. Canto con Aznavour Ils Sont Tombés: "Ils sont tombés pudiquement, sans bruit/ Par milliers, par millions, sans que le monde bouge/ Devenant un instant minuscules fleurs rouges/Recouverts par un vent de sable et puis d'oubli”. Para mantener viva la memoria de los sacrificados contra la infamia de las guerras y repudiar a los hacedores de exterminios.