La anormalidad hace posible la concentración de riqueza e impide el conocimiento de la catástrofe ecológica en camino, con la contaminación de la atmósfera, el agua y la tierra. La fractura de la anormalidad hace visible la ignorancia de los políticos en temas científicos y la incapacidad para gobernar. Del consumo en los centros comerciales, embotellamiento, trancones por el excesivo número de vehículos en las vías, se abre el asombroso horizonte de las calles vacías. Entonces la anormalidad, la estela en la cual se vive, se agrieta y permite la percepción del espacio en que se habita. Y pronto la necesidad de aislamiento lleva a que muchas empresas cesen sus operaciones. Así, la primera línea aérea, de la cual se dice que es un “servicio público”, se detiene. Y con prontitud otras empresas recortan personal, y viene el aguante de aquellas empresas que tienen recursos para uno, dos o tres meses.
La anormalidad que plasma el espejo deformado de la realidad da lugar a las fracturas. Los independientes, los profesionales se encuentran en el aire sin tener esperanza de trabajo. Y, claro, que por la veta que se ha abierto salen a la luz los informales, aquellos que se han vuelto parte del paisaje urbano, en las ventas callejeras de los vidrios para los celulares, las ventas de arroz con leche, los tres pares de medias por cinco mil pesos, el coco con melado, los vendedores de piña, las ventas de películas. Y las autoridades en su afán de evitar el crecimiento de la pandemia decretan medidas que rayan con el sinsentido y la locura.
El “Estado chiquito” es incapaz de enfrentar aquello que queda fuera de sus alcances y sus límites, porque se ha privatizado la salud, la educación, la energía…y ha extendido como algo corriente la flamante valla publicitaria en todos los espacios: “Defiéndase como pueda”. La presencia de la plaga hace evidente que la res pública no tiene alcance para el conjunto de la sociedad. Entonces, viene la solución: “Quédate en casa”. Pero tal solución no es tal, dado que el encierro no es fácil para aquellos que se encuentran más allá de los límites de lo que pretende el sistema como gobierno y legalidad.
Y la esperanza de la vuelta, el final de la pandemia se cierne como una amenaza Vale pensar si tal deseo no es otra cosa que cambiar la percepción por el áspero suelo de lo anormal, volver a lo de antes. La anormalidad que no otra cosa que la vuelta a la idea conservadora de que no hay alternativa, como si las opciones fueran lo peor. El vuelco a la seguridad evapora la necesidad de cambio en la economía, las políticas contra la contaminación, la imaginación como posibilidad de creación quedan a un lado. Y en el horizonte la anormalidad: la represión y vigilancia, la democracia del garrote, las fake news, e individualismo como solución en vez de la solidaridad.