Ocurrió en un hotel de una ciudad europea una mañana. Una mujer colombiana que vive en otro país de Europa se encontraba de viaje con su papá, a quien había invitado a conocer una parte del viejo continente. Todavía dormían cuando fueron despertados por unos cimbronazos en la pared acompañados de gritos ahogados de mujer. La hija entendió inmediatamente que se trataba de una golpiza de pareja, corrió a la puerta de esa habitación vecina y golpeó fuertemente la puerta. Silencio. Obviamente nadie abrió.
Pasados unos diez minutos, empezaron de nuevo los golpes y gritos, más tenues, pero nítidos. El padre guardaba silencio mientras la hija corría a llamar a la recepción. Subió el funcionario encargado, tocó a su vez la puerta de la habitación identificándose en voz alta: silencio. Explicó que como estaba colgado en la puerta el aviso de no molestar, no podía hacer nada, no podían entrar y no había nada que hacer.
La hija seguía muy preocupada, estaba segura de que con la contundencia de los golpes esa mujer estaba en peligro de muerte. Continuaron los gritos ahogados, el volumen de la discusión aumentó y sonaron de nuevo los golpes. Volvió a bajar a la recepción, les advirtió que la vecina podría estar grave o incluso muerta e insistió en que al menos llamaran a la habitación y preguntaran si todo estaba bien. Así lo hicieron en la recepción: silencio.
De nuevo ella toma el ascensor y en la puerta está conversando con el recepcionista cuando escucha el sonido de un chorro fuerte que sale de su habitación, abierta de par en par. Se acerca intrigada y ve a través de la puerta abierta del baño a su padre parado en el sanitario orinando. Ella siente vergüenza, lo regaña. “¿Papá qué haces?, no seas maleducado”. Él contesta – “lo estoy haciendo para que el vecino sepa que aquí hay un macho y que no estás sola”.
Busca ponerse en contacto con la policía internacional, en ese teléfono contestan en el idioma nativo y no hablan inglés. No puede creer que en la oficina de la policía de una ciudad turística de Europa nadie habla inglés.
Mientras tanto, silencio en la habitación vecina. Cuando cuelga muy frustrada, preocupada con la situación, sin saber que más hacer, su papá le espeta: “viste?... tanto escándalo que estás armando para nada. Ya se callaron, están culiando, A las mujeres eso es lo que les gusta, que las golpeen para después arreglar con él en la cama”. Atónita, guarda silencio. Bajan a desayunar y el asunto se deja de lado.
Hacía años ella tenía muchas preguntas para su papá que jamás se había atrevido a plantearle y sabía que cuando aparecía una conversación difícil, relativa a la familia, el pago de su educación, el retorno a la casa después de muchos años de distancia mientras convivía con distintas parejas o la situación con su mamá, él se sentía incómodo y se iba. Por eso nunca lo había intentado. Pero después del evento en el hotel pensó que ya era hora de hablarlo. De pronto descubrió cómo “el macho” que orinaba duro para hacerse oír de otro macho que golpeaba a una mujer, realmente no era más que un patriarca. Y pudo por fin, después de muchos años, tomar con su espíritu de mujer- llamémosla la cámara violeta, la foto del patriarcado. En este caso a través de su patriarca favorito.
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Su patriarca favorito, en el centro de la foto, el papá, es el primer hombre y más importante en la vida de las mujeres en su proceso de socialización y desarrollo
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Su patriarca favorito, en el centro de la foto, el papá, es el primer hombre y más importante en la vida de las mujeres en su proceso de socialización y desarrollo. Él es quien enseña a sus hijas si es un hombre de fiar; cómo ve a las mujeres, cómo las trata, si respeta y cuida a su mamá, si valora a sus hijas igual que a sus hermanos; si hace diferencias absurdas en su crianza porque es mujer, si la admira y la llena de valor y recursos sobre todo psicológicos para vivir una vida digna y segura.
También enseña si colonial, homofóbico, racista, clasista y misógino, mezcla todas esas formas de discriminación para afirmar su dominancia; o, en buenaventura, tiene un papá convencido de la igualdad de género, además valiente, que es capaz de oponerse al machismo para ayudar a desmontarlo, evitando así el sufrimiento que con seguridad ella se va a tener a lo largo de su vida en un mundo patriarcal.
Para una hija es durísimo entender cómo el hombre que debería ser viento bajo sus alas es un patriarca, que poco a poco a lo largo de la crianza le va arrancando las plumas para hacer de ella, como manda el patriarcado, una gallina de corral, no un águila de los cielos.
Entendió muchas cosas. Apenas está empezando a reconocer a los personajes masculinos que conforman su patriarcado.
Primer personaje: El dependiente. Explotador doméstico. Se fue del lado de su mamá varias veces. “Me fui del lado de su mamá porque ella no me cuidaba lo suficiente”. En esas temporadas de “soltería”, tuvo convivencias de largo plazo con otras dos parejas a las que nunca presentó a su hija. En la charla le dijo que había vuelto donde su mamá al cabo de los años para “no dejarla sola”.
Segundo personaje: El conchudo. El explotador económico. En el viaje la hija pagó todos los gastos, restaurantes, tiquetes, hoteles, excursiones y demás. El es un profesional independiente que gana suficiente dinero para pagar un viaje de 15 días a Europa. “Es que se gasta la plata en putas. Siempre se la ha gastado en otras mujeres”. Nunca ha sido responsable financieramente, no ha construido un patrimonio, al menos eso cree su hija.
Tercer personaje: El abusador sexual. También en la foto aparecen un primo que en la infancia la obligó a practicarle una felación, en la adolescencia fue abusada de nuevo por un amigo y ya adulta, un compañero de postgrado la violó después de una fiesta mientras ella estaba en estado de embriaguez. Su vida sexual está marcada por dichos abusos, le cuesta volar con su deseo.
Cuarto personaje: El príncipe azul. Atrás, en la foto, pixelado todavía en el amor romántico, su pareja actual, con quien convive en unión libre y la quiere, nativo en el país donde viven ambos, aspira a que ella se gane por sí misma la residencia, no se quiere casar con ella y cuando ella le quiere hablar de los temas de pareja que a ella la hacen sufrir, él bosteza, se hace el dormido o se enoja. Le dice cómo vestirse o si el color de su maquillaje está muy llamativo.
El álbum de fotos de cada una, donde acumulamos distintos personajes de época, puede tener varios usos. Expongo algunos: lo quemamos con todos los afectos, abrazos, confianzas y cuidados recíprocos y nos desconectamos emocionalmente de nuestra historia, patriarcal, pero nuestra, a un costo altísimo.
Lo conservamos sin mirarlo, ponemos nuestra atención en aspectos de nuestra vida más amables, e incluso llegamos al punto de negar lo que esas imágenes nos muestran y reivindicamos el orden social actual, no sea que los personajes se enojen con nosotras y nos abandonen.
Lo sacamos, limpiamos y en altar brujeril, prendemos incienso de yerbas, analizamos cada personaje, entendemos cómo fue que llegaron a ser y le hacemos mantenimiento a la cámara violeta que siempre, con el flash encendido, nos siga tomando fotos del patriarcado. Aprenderemos entonces de cada una para que nunca más nos arranquen plumas y nos quedemos en el corral.