El título de ese cuento macabro de Edgar Allan Poe puede servir para describir dos temas recurrentes de la política: que el largo ejercicio del poder deteriora, hasta que su detentador pierde el favor de la opinión pública, y que el poder oscila de un lado al otro de la preferencias políticas, entre gobierno y oposición o entre gobierno y otras fuerzas alternativas. Los gobiernos en ejercicio terminan entre la fosa de la opinión que los ahoga y el péndulo de la oposición que los destroza.
Cuando se presentó la candidatura demócrata de Hillary Clinton en las últimas elecciones norteamericanas, se dijo que su principal obstáculo era suceder a un presidente demócrata que había sido reelegido, como efectivamente pasó. Y cuando Emmanuel Macron ganó la Presidencia de Francia, lo hizo frente al derrumbe político no sólo del partido de gobierno sino también de la oposición. Así que, es predecible decir que lo que viene después de un largo gobierno es el cambio.
El problema está en identificar las fuerzas del cambio, que no sean vino viejo en odres nuevos. ¿Qué tan novedosa es la candidatura de Germán Vargas Lleras y su fórmula vicepresidencial Juan Carlos Pinzón, si ante los ojos de la opinión son los continuadores de la gestión oficial, después de haber sido altos funcionarios del gobierno y haber caído (¿estratégicamente?) en desgracia por algún tiempo? ¿Y qué renovación representa el uribismo si es corresponsable de todo lo sucedido en Colombia en los últimos 16 años, toda una generación, durante los cuales ha sido protagonista de una seguidilla de escándalos sin antecedentes? ¿O qué portentosa innovación representa Gustavo Petro y el socialismo del Siglo XXI, luego de su gestión como alcalde de Bogotá? ¿Les pasarían los electores esas cuantiosas cuentas de cobro al mundo político si la campaña presidencial, artificiosamente manipulada, no estuviera oscilando hoy entre el populismo y el miedo, entre Petro y Uribe; o sea, para usar el mismo símil macabro, entre la fosa y el péndulo?
Porque es inevitable pensar, si se juzga por sus ideas y realizaciones, que Gustavo Petro es ideológicamente un peligro para la democracia y administrativamente una amenaza para el Estado. No es un personaje que inspire confianza. Su idea central de convocar a una constituyente apenas llegue a la Presidencia es un salto al vacío: requiere de unas mayorías parlamentarias que no tiene ni tendrá. Su concepción del Estado es asistencialista e intervencionista. Su representación parlamentaria es mínima y su elección representaría un bloqueo institucional que podría resolverse en una dictadura al estilo Venezuela, que es su estilo.
¿No votar por Petro significa
que hay que restaurar a Álvaro Uribe en el poder,
por interpuesta persona?
Así que es natural la resistencia que crea, magnificada por los resultados de la consulta interpartidista. ¿Pero no votar por Petro significa que hay que restaurar a Álvaro Uribe en el poder, por interpuesta persona? Porque tampoco los antecedentes de ese gobierno son muy seductores como para repetirlos: un país virtualmente en guerra, sin reconocerla; una economía orientada al enriquecimiento de los más ricos, a nombre de la confianza inversionista; una intromisión en los demás poderes públicos, a nombre de la seguridad nacional; y un despotismo ilustrado, a nombre de la democracia. Entre esos dos personajes se ha reeditado la famosa polarización, esta vez almas gemelas situadas en polos opuestos.
¿Será eso lo que quiere la mayoría de los colombianos? O habrá la posibilidad de que una fuerza nueva, limpia, no extremista, como es el talante nacional, pueda proponer un modelo de desarrollo y una política social, que disminuya la inequidad, que aclimate la paz pública, que convoque a las fuerzas políticas a un propósito nacional de lucha real contra la corrupción generalizada del Estado que es la fuente de todos los males.
No hay en el panorama político otra fuerza de ese estilo que la Coalición Colombia, encabezada por Sergio Fajardo, que fue el fenómeno parlamentario más sorprendente de la pasada elección con 15 senadores, por encima del Partido Liberal, del Partido de la U, igual al Partido Conservador, un senador menos que Cambio Radical que es el viejo mundo político enquistado en el poder. Si hay algún lado para mirar es esa mano, que nos rescate de la fosa y el péndulo.