El primer día de la guerra, antes de empuñar las armas, a alguien debió habérsele ocurrido que esta tragedia era evitable. Las guerras son relativamente fáciles de iniciar, pero como dice Diana Uribe, su fecha de culminación son una cruel incertidumbre. La guerra se ha llevado gran parte de lo mejor de nosotros. Prácticamente no hay familia en este suelo colombiano que no haya perdido a un ser querido. La tragedia fue tal que en vez de plantarle cara firme a la violencia, terminamos, en no pocas ocasiones, resignándonos al sufrimiento. Es triste, el suelo colombiano ha estado sembrado de muerte, de fosas comunes, de minas antipersona. Ojalá esta fuera la imagen de la última fosa que nos tocara observar: la fosa común de las armas de las FARC.
Por lo general, hemos caído en la diatriba de buscar y querer juzgar a los culpables de esta tragedia. Todavía no hemos llegado al punto en que todos digamos: ya no más. No es solo un problema militar, un problema político, ni social; es un problema básicamente humano. No es solo que no hayamos aprendido a convivir, sino que ni siquiera hemos puesto en práctica “el no matarnos”. Ya decía José Saramago en el Ensayo Sobre la Ceguera: “si no podemos vivir como humanos, hagamos, por lo menos, el esfuerzo de no vivir como animales” (con el perdón de los animales, claro está).
Algunos dirán: “Ahh la FARC tienen más armas”, y puede que sea cierto. Con una sola arma que le encuentren a las FARC sería suficiente. ¿Pero de cuando acá nos volvimos expertos todos en la cantidad exacta de las armas de esta guerrilla?, ¿acaso no se convirtió en costumbre sentarse a ver en los noticieros una fila casi infinita de compatriotas muertos por esta guerra?, ¿después de los noticieros, acaso no seguíamos viendo telenovelas y realitys?
No es poco que se esté terminando la guerra con las FARC, o si lo quieren decir con otras palabras, que las FARC hayan dejado de agredirnos con sus balas y sus fusiles. Muchos dirán que es terriblemente injusto, y que las FARC deben pagar con cárcel todo ese sufrimiento. Pero hay que decir lo siguiente, no en defensa de las FARC, sino en honor a la verdad: las FARC no son los únicos victimarios en esta tragedia. Hubo en los otros bandos, personas que se lucraron del conflicto armado. Algunos salen en defensa de los paras y de los políticos que los promovieron, diciendo: “era necesario el paramilitarismo” y casi se atreven a decir que esa fue una guerra justa. Para enjuiciar ese pensamiento están las palabras de Sun Tzu, el gran estratega militar chino: “todas las guerras son crueles”. Y lo son, no solo por los muertos, sino también porque quienes las promueven tienen intereses mezquinos. La pregunta entonces será: ¿quiénes en nuestra Colombia le sacan todavía réditos económicos a esta cultura de muerte?
No serán algunos empresarios poderosos, dueños de canales de televisión, quienes no se conformaron solo con llenarnos el cuerpo de diabetes con sus gaseosas, sino que después financiaron con creces el paramilitarismo. Ellos finalmente se esmeraron en tumbar el plebiscito. No será que dichos empresarios prefieren evitarse la fatiga de futuros procesos judiciales en una Colombia que haya superado el conflicto. No será que quienes insisten en la exclusiva culpabilidad de las FARC, están más preocupados en que prevalezca la impunidad hacia sus propias culpas.
Por ahora algo es cierto, y es esta imagen de la destrucción, de una cantidad considerable, de las armas de las FARC. Durante más de medio siglo, a quienes fueron asesinados con esas armas, les decíamos: “descansen en paz”. Ahora, a esas armas, les decimos: “descansen (nada más)”, porque la PAZ, la queremos para nosotros, para los que se fueron y para los que vendrán.